Mi particular acercamiento a la autoconstrucción

Publicado el 1 de marzo de 2025, 7:55

Por Tombol

Tiempo estimado de lectura: 30 min.

 

Vaya por delante que yo no soy nadie para dar consejos, no soy nadie para sacar pecho enarbolando la bandera de los logros y avances interiores. Pues no, seguramente tenga los mismos, sino más, defectos o faltas de desarrollo de las cualidades interiores a las que todos aspiramos a mejorar. Este artículo solo pretende ser una reflexión, en voz alta, referente a mi experiencia y lo que pueda aportar respecto a lo aprendido u observado a lo largo de mi existencia, aunque sea poco. Y es que, a falta de abundancia de propuestas, quizás el mejor camino sería el que todos aportáramos las nuestras para tratar de construir algo sólido respecto a esta cuestión. Personalmente, puedo decir que no creo que sea yo mejor que nadie que pueda leer estas líneas, y lo que sí puedo afirmar es que a lo largo de muchos años he investigado y tratado de avanzar en este camino interior, y son precisamente mis derrotas las que me han hecho aprender algo.

 

Démonos cuenta, yendo a lo básico, que lo que da sentido a nuestra existencia es su desarrollo. Dicho desde el lado contrario, lo que no se desarrolla, deja de funcionar. Si un músculo no lo utilizas, fenece. Es ésta una ley que nos permite entender, desde lo sencillo, nuestra razón de ser aquí en el planeta tierra.

 

Mi impresión es que esta vida moderna que llevamos ofrece pocos alicientes para vivirla con plenitud. Me explico: Vivimos en un mundo, en una sociedad, en el que todo está desnaturalizado, los modos de vida en los que asentamos nuestra existencia poco tienen ya que ver con nuestras necesidades primarias, con nuestro modo de ser primigenio, con la esencia de lo que necesita ser desarrollado en nuestro interior para alcanzar un grado óptimo, potencialmente hablando. Vivimos en colmenas de cemento alejadas del sustrato natural; soportamos niveles de ruido y molestias sonoras que acaparan parte de nuestra atención vital; multitud de diferentes estímulos visuales nos golpean a todas horas, llevando nuestra atención de aquí para allá, lo que nos aleja de la deseable quietud interior; nos alimentamos, en el mejor de los casos, con productos que han perdido un porcentaje alto de su antigua pureza u organicidad; nos relacionamos con nuestros semejantes sin haber sido capaces de desarrollar suficientemente nuestras capacidades de relación o comunicación…

 

Aunque las anteriores nocividades no afecten a todos por igual, lo cierto es que nadie puede escapar de verse infectado por ellas. A raíz de esta situación, lo normal es que uno se vea abocado a dejarse llevar por alguna clase de vías de escape, de distracciones o acciones evasivas de la realidad. No lo critico, de hecho, pienso que es lo menos que uno puede hacer para tratar de mantener el equilibrio en un mundo desequilibrado (lo que es una paradoja). Obsérvese esta cuestión, repito, las nocividades marcan el tipo de equilibrio que llevamos, hasta dónde nos hemos salido del camino pleno y orgánico que deberíamos llevar. Pero una cosa es permitirse ciertos desahogos, y otra abandonarse a ellos sin aplicarse los debidos límites. No estoy abogando por un purismo o ascetismo radical, por supuesto; de hecho, creo en aquello de que “lo rígido mata”.

 

Antes de empezar a hablar de trabajo interior, entonces, habría que hablar de cuán equilibrada está nuestra vida. Si el desequilibrio es muy alto, va a ser muy difícil iniciar cualquier tipo de ejercitación de nuestras capacidades interiores. En este caso habría que reducir el o los hábitos dañinos en los que nos hallemos inmersos, antes de poder empezar a mejorarnos a un nivel más profundo. Yo entiendo que, en un grado excesivo, son nocivas todas las acciones que nos sacan de nuestra conciencia del presente, que nos impiden darnos cuenta de la realidad presente: Cualquier tipo de vicio físico (fumar, beber, cualquier droga), distracciones de ocio (mucho tiene que ver la forma en que se consuma), relaciones y acciones en exceso compulsivas (tema sexual, redes sociales,…). En fin, no trato de ser moralista, y es que cada uno ya conoce hasta dónde llega su pequeña evasión o su gran escape, nadie te lo puede decir, si lo quieres ver lo verás, y sabrás lo que debes hacer.

 

Hay que fijarse que estoy yendo sobre el asunto desde la base, porque si no, no se entiende nada. Hay que comprender que las herramientas de que disponemos, para el trabajo interior, están todas dentro de nosotros, se trata de darse cuenta de cómo funcionan los mecanismos de que disponemos. Tenemos una capacidad de introspección y observación interior mayor de la que pensamos, y el camino de autoconstrucción pasa por ahí. Como desde pequeños nos han tratado de aleccionar, de decirnos lo que creer o no creer, cómo debemos pensar, es entonces que no hemos desarrollado suficientemente esta capacidad de comprender lo interior, no hemos tenido ni la pausa ni la calma suficiente para ver cómo funciona nuestro ser, nuestro ego, nuestro pensar, nuestra mente.

 

Ahora, si queremos autoconstruirnos, toca volver a la base. Hay que ir a la base de todo, como cuando uno quiere construir cualquier cosa. Si la base mantiene unos cimientos dañados, será difícil construir algo sólido.

 

Entiendo que, para conocernos y mejorarnos, en principio, no deberíamos necesitar a nadie. Todo lo que venga de fuera para construirnos, decirnos cómo pensar, cuál es la verdad… te obligará a cerrar los ojos a lo que te muestre tu interior. Yo soy de los que piensa ahora, después de varios decenios de bandazos, que para acercarse profundamente a lo que realmente somos, nadie te puede ayudar (y mejor que sea así), de hecho si hay algo que al ser humano le queda por comprobar es que sea capaz de construir algo en común con otros pero con libertad de conciencia plena.

 

Aprovecho para hacer un inciso: Conecto esta cuestión con el tema de la meditación, que ya traté en otro artículo… ¿Qué sentido tiene meditar, cuando nuestro interior no está siquiera mínimamente integrado? Lo digo porque muchos hablan del “mono loco” (la mente), que hay que controlarla y blablablá, ya me conozco ese tema, viene de la cultura oriental, se basa a fin de cuentas de establecer una especie de tiranía interior, de sometimiento interior, por más que te digan otra cosa. Pues sí, sí, que sigan poniendo el bozal al mono (jajajaja, cómo no lo estrangulen…).

 

Nos han contado, y nos cuentan, del “gran peligro” que supone el descontrol del ego, el ego se convierte, al parecer, en un gran problema, hay que dominarlo porque, sino, se apoderará de nosotros, no convertirá en seres egoístas, nos conducirá por el camino del mal, etc.

 

Yo pienso que el ego es algo con lo que nacemos, y que tiene su propia finalidad. Cuando hay desequilibrio interior, seguramente el ego ocupa una preponderancia no adecuada, con las consecuencias que podemos imaginar. Entiendo que, cuando uno profundiza en el trabajo interior, uno es capaz de darse cuenta de la acción del ego y puede conseguir que éste no sea el dominante de nuestras decisiones. Pienso que el ego tiene su propia función, hay que entender su naturaleza, uno lo puede ver y aceptarlo sin identificarse con él.

 

Antes he mencionado cómo se encuentra de degradado el mundo, por desnaturalizado. Pero tratemos de entender que desde pequeños hemos sufrido una verborrea aleccionadora, en el sentido que sea, que ha tratado de normalizar lo que teníamos alrededor. Todo el sistema educativo, nuestro entorno (ya muy alejado de la cultura y raíces de las que procedemos), los medios de comunicación masivos, todo absolutamente, nos ha impedido colocarnos en un punto neutral desde el que observar la realidad. El rodillo que supone la verborrea informativa que hemos sufrido a lo largo de tantos años ha sido tan invasiva que hemos perdido, seguramente, nuestro centro vital desde el que desenvolvernos. Por tanto, el trabajo interior es un reto mayúsculo, porque, aparte de los aportes positivos que consigamos desarrollar, hay que limpiarse también de las nocividades que hemos integrado.

 

En efecto, como ya sabemos, “los caminos fáciles no llevan muy lejos”. Tan cierto e implacable que no te va a permitir jugar a medias tintas. Para que lo entiendas con un ejemplo, estamos nadando contracorriente, pues la corriente son todas esas fuerzas que nos quieren arrastrar a ese mundo homogeneizado y ególatra, que tanto interesa por otro lado a los poderes dominantes. Nadar a contracorriente significa trabajo incansable, en cuanto paras un poco para coger resuello, empiezas a retroceder, tanto es debido a ciertas pulsiones interiores como a la invasiva presión del exterior. Nada fácil, ya.

 

Bien, vamos a suponer que ya hemos alcanzado un mínimo nivel de equilibrio interior para comenzar a trabajar nuestras capacidades. ¿Cómo saberlo? Pues lo tienes que saber, y uno lo sabe cuándo se siente capaz de tener suficiente dominio de sí.

 

Observemos que hay una piedra más en el camino, estoy hablando de los traumas y disfunciones interiores. Hay problemas psicológicos que, cuando alcanzan cierto nivel, nos impiden manejarnos mínimamente en el control de nuestras capacidades. En este caso, se va a requerir un cierto allanado de ese tipo de problemas si queremos emplearnos a fondo en el camino de la autoconstrucción.

 

Las reflexiones a las que apunto tratan de ir a lo esencial, como digo, al punto de partida. Lo esencial, de por sí, es mucho. Lo esencial significa estar preparados para mirar, adentro y afuera. Querer comprender, querer ver la realidad por dura que pueda ser. Apartarse de creencias preconcebidas sobre uno mismo. Es uno mismo el que se pone los palos en las ruedas. Es uno mismo el que se pone el velo.

 

Podría decir aquí cosas que he leído en los libros, que he estudiado, pero no lo voy a hacer. Al menos en este artículo. Sólo estoy hablando de mi experiencia y de ciertas conclusiones a las que he llegado. Digo esto porque, si uno conoce cuál debe ser el punto de partida, ya es mucho. Saber dónde está y hacia dónde puede ir. Y aunque parezca una tontería, he comprobado que la desorientación interior es tal, que ni uno mismo es capaz de reconocerse eso.

 

Habiendo llegado hasta aquí, hay algo que precisa comprenderse bien. El término AUTOCONSTRUCCIÓN debe ser revisado, hay que darle una vuelta. ¿Puede construirse uno a sí mismo? Mis dudas surgen cuando uno busca conocer un poco mejor al “constructor”. El “constructor” que nos interesa no puede emanar de un posicionamiento egocéntrico, no puede ser un autómata, tiene que ser alguien que esté dispuesto a atravesar el dolor que sea necesario, que acepte las dificultades del camino. En esto podemos ver que la manera en que afrontemos cualquier clase de ejercitación es clave.

 

En mi opinión, entonces, habría dos trabajos distintos que hacer. UNO, un trabajo de introspección interior, es éste un trabajo para encontrar la actitud adecuada, el centro desde dónde moverse, la base para el mejor autoconocimiento. Y DOS, el desarrollo de virtudes y capacidades, necesario para completarse como sujetos de valía.

 

 

Uno

Lo central de este aspecto es comprender nuestra esencia, sin conceptos previos. Esto no está en los libros, nadie te lo puede enseñar, es tomar conciencia de lo que eres. En entender que el pensar no es más que una herramienta que tenemos, nuestra esencia va más allá del pensamiento, es por eso que podemos darnos cuenta de nuestro pensar.

 

Lo siguiente a comprender es que nuestra relación con el exterior es lo que hace que se desarrollen nuestras capacidades. Quedarse quieto, solo, en casa, puede ser necesario a veces, pero no es lo que desarrolla nuestra potencialidad. Lo que realmente nos desarrolla es nuestra relación con los demás o con el entorno, el actuar en relación a estímulos externos. Pero los estímulos externos, en sí, en realidad no son nada, nuestra actitud y nuestra respuesta ante ellos es lo decisivo.

 

¿Cómo debe ser nuestra actitud en ese caso? Encontrar un centro desde el que movernos es un tema complejo. Es lo que tratan de venderte desde muchas religiones, creencias, filosofías. Tratan de decirte lo que debes hacer para alcanzar el autoconocimiento. Te dan fórmulas, recetas, trucos. Mi experiencia me ha enseñado que no existen ni fórmulas ni atajos. Y que los intentos de “adiestramiento” son en el fondo mordazas. Que ciertas prácticas introspectivas no pueden ser sustitutivas de lo que uno debe hacer en la vida. Uno debe tratar de tener siempre una actitud de deseo de comprender y ver, sin apriorismos, queriendo descubrir la verdad.

 

Esta cuestión, según mi experiencia, es definitiva. Me refiero a responderse a la pregunta de, ¿para qué hemos venido a este mundo? Si no nos liamos a la cabeza teoréticas ni construcciones mentales, vemos que lo único lógico es pensar que lo más crucial es estar aquí para vivir esta vida material (eso no quita que uno necesite lo inmaterial para equilibrarse, es la otra cara de nuestra existencia, pero lo crucial es experimentar esta realidad física, qué sentido tiene si no). Vivir esta vida terrenal, con todo lo que supone. Enfocarse en otras dimensiones no puede ser lo principal, no tiene sentido dar tanto peso al “más allá”. Es, entonces, que se precisa, para conocer esta herramienta que somos, aquí en la Tierra, saber observarla, tener conciencia de sus mecanismos, de sus condicionamientos si los hay. Y no hay nada como la observación sobre el terreno. Por “observación” se entiende actitud, voluntad de ver, también voluntad de hacer las cosas desde lo mejor de nosotros-as, escucha y silencios adecuados.

 

Cuánto más hable de esta cuestión, es posible que lo complique más. Por ello, lo importante es ver que se trata de entender nuestras capacidades, que están en nosotros desde que nacemos, que no hay que buscar nada afuera. Lo que somos está dentro, lo de fuera es un estímulo necesario, pero no es lo que nos transforma. Lo que nos transforma es nuestra respuesta a lo de fuera. Nuestra vida terrenal es A LA VEZ, ya, MATERIAL Y ESPIRITUAL. Si uno vive con conciencia su interior, ya está en contacto con lo espiritual. No es necesario confrontar esos dos mundos.

 

 

Dos

Gracias a los consejos de Félix Rodrigo Mora respecto a la lectura de ciertos clásicos (Epicteto, Cicerón, Franklin, etc.) comprendí que, para mejorar ciertas virtudes y capacidades, la sistematización de algunos ejercicios podría ser útil. De esta manera, uno se puede focalizar en esos aspectos a mejorar, llevando a ellos la energía necesaria para transformarlos. Pero esto no es lo central para el cambio profundo, entiéndase bien; esto es importante para mejorar nuestras habilidades y para mejorar nuestras herramientas para el cambio.

 

Las virtudes y capacidades a mejorar deben ser seleccionadas por cada uno, según sus necesidades o prioridades. Sería interesante hacerse una lista, que sea lo más concreta posible, y tratar de ejercitarla eligiendo y practicando cada mes (o cada dos o tres meses) una de esas capacidades. Esto significa que el trabajo a realizar debe ser tenaz, constante, incansable. Tomamos una virtud o capacidad y cada mañana nos recordamos que es tarea primordial llevarla a cabo.

 

Voy a escribir seguidamente, nueve tareas posibles a realizar:

  1. La oralidad: Enfocarnos, al hablar, en hacerlo con atención, con el tono adecuado para que la dicción sea correcta, con el ritmo adecuado para darle la presencia necesaria, sin acelerarse, buscando expresarse desde lo mejor de uno. Las lecturas, hacerlas en voz alta, entrenando debidamente la correcta entonación.

  2. El autodominio: Comer masticando debidamente. Al conducir, no dejarse llevar por la ira, teniendo el control. Al conversar, no adelantarse en las conversaciones. En las situaciones de ofuscación, ser capaces de introducir cierta pausa. Introducir, a lo largo del día, en medio de las diversas actividades, una parada introspectiva.

  3. La valentía y el espíritu de combate: En los momentos que corresponde, ser debidamente asertivo. Si tenemos algún miedo, enfrentarlo exprofeso. Efectuar labores sanas y que nos cuesten, como ducharse con agua fría. “Lo contrario de la valentía no es la cobardía, sino la conformidad”.

  4. La voluntad: Dominando nuestros apetitos, restringiendo deliberadamente algunas costumbres que nos tengan enganchados (no digo eliminando). Llevar a cabo labores que exijan constancia (como escribir, estudiar). Centrarse de vez en cuando en hacer cosas que no nos gustan pero que pueden ser útiles (limpiar, etc.). Practicar pequeños ayunos, romper de vez en cuando algún hábito comodón.

  5. Abnegación y generosidad: Cada día, renunciar en algún momento a estar dentro de nosotros mismos para dedicárselo a alguna persona, a llamarla por teléfono, se trataría de tratar de conectarnos con “el otro”. Atención especial a acciones colaborativas, de ayuda a nuestro igual. Vigilar “cuánto nos damos” a los demás, no digo ser buenista. Ofrecerse a los demás, compartir nuestro conocimiento.

  6. La humildad: Recordando, a lo largo del día, tener humildad a la hora de hablar, de pensar, de relacionarse. Darse cuenta si uno juzga o se compara. Llevar un diario, en el que poder registrar en qué cosas podemos mejorar. El ser agradecidos lo podemos incluir aquí, y es interesante cualquier ritual de gratitud (p.ej. en las comidas, o antes de irnos a dormir). Pensar sobre la muerte, sobre la finitud de la vida.

  7. Pensamiento positivo: No se trata de ser buenista, se trata al menos de equilibrar lo negativo. Para ello, obligarse a pensar en positivo, a hablar en positivo. Esta ejercitación conviene tratar de recordarla a lo largo de todo el día.

  8. Esfuerzo en la atención: Es el esfuerzo, pero enfocado de diversas maneras. Una implica no perder el tiempo en banalidades. Incluiremos aquí los momentos de silencio, de escucha interior. Hay que romper la línea de tiempo mecanicista, eso significa intentar que el “reloj mental” no nos guíe, dar a cada cosa el tiempo que requiera, aunque en principio eso suponga hacer menos cosas a lo largo del día. Tratar de prestar atención a cómo pensamos y hacemos las cosas a lo largo del día.

  9. Equilibrio vital: Si en nuestra vida cotidiana, tenemos un trabajo más físico, y tenemos la posibilidad de movilizar nuestro cuerpo de diferentes maneras, quizás no haya problema. Pero si no, debemos equilibrar de alguna manera esa descompensación física (producto de trabajos sedentarios, etc.). Entonces cada día, dedicar al menos un tiempo a ejercitación física, y unos 15 minutos diarios a estiramientos. Si estamos acostumbrados a ser sujetos pasivos en ciertas actividades (ordenador, espectáculos, música, otras artes, …) es conveniente compensar esa actitud pasiva con una acción que la equilibre, dígase comentar lo visto, escribir sobre ello, expresarse de alguna manera. Si nuestra vida es demasiado mecánica, vendría bien una actividad que impulse lo creativo, no con el fin de adiestrarnos, con el fin de romper nuestra rigidez: Escribir, tocar un instrumento, recitar poesía, movimiento expresivo.



Pienso que sería muy adecuado enfocarse cada mes en una de estas tareas. Hay que fijarse que de lo que se trata, mayormente, es de integrar todas estas acciones en nuestra vida cotidiana. Llevaremos nuestra vida normal, pero con la intención correspondiente bien asentada. Eso significa que, cada día, al levantarnos, debemos marcarnos la intención absoluta y prioritaria de cumplir lo máximo posible con nuestros objetivos. Podemos cambiar de objetivo cada mes, para no rayarnos con los resultados.

 

Si este trabajo interior no es lo principal en nuestro día a día, no funcionará. Puede que no tengamos suficiente motivación. No debemos fustigarnos por ello, pero sí deberemos sacar las oportunas conclusiones. Hay veces que hay que aceptar que intentar algo, ponerle intención a algo, ya es un logro mayúsculo.

 

El tiempo, como tal, para cualquier transformación interior, no puede ser nuestra guía. No hay que tener prisa. No hay que ahogarse con objetivos de tiempo. No es acertado presionarse para alcanzar resultados. Lo único que tiene sentido es ponerle nuestra intención y nuestra energía a algo. El interés, las capacidades y las posibilidades de que dispongamos nos dirán el resto.

 

Acertaba Félix Rodrigo cuando decía que el ser humano es complejo, sus circunstancias muchas veces también. El problema es que la estructura, la “educación”, los modos de vida en los que andamos metidos no están pensados para ayudarnos a discernir, sino todo lo contrario, interesa que no entiendas nada.

 

Si a mí me preguntas, pienso que, mayormente, las respuestas están dentro de uno. De tu percepción inmediata es de lo poco que te puedes fiar. La labor a hacer es, por un lado, ejercitar capacidades, y por otro, limpiarnos de basura mental. Tiene que ser una labor enérgica, seria, respetuosa con uno mismo, paciente. Y, aun así, quizás no sirva para nada, aunque lo dudo. Quizás no suponga autoconstrucción alguna. ¿Tienes algo mejor?

 

Independientemente de aspectos acertados o desacertados en este texto, personalmente, animo a tomar uno mismo la responsabilidad del crecimiento personal y del trabajo espiritual en su caso. Abogo por abandonar las tablas salvíficas creadas por otros que nos atan y hacen delegar nuestra responsabilidad en recursos ajenos al sujeto. Ser responsables de nuestro mejoramiento y autoconstrucción nos obliga a conocernos, trabajarnos, aplicarnos, y compartir con otros para, entre todos, construir un ser humano que surja de la experiencia, de una voluntad de crecimiento, de un deseo de formar una comunidad fuerte. Si la libertad de conciencia es pilar incuestionable en una sociedad aceptablemente libre, el camino para acercarse a ella pasa por alejarse de sometimientos, delegaciones, sumisiones. Lo que nos ayude a ello, sea bienvenido, y lo que no, debe ser desechado.

 

Dicho con otras palabras, el camino de crecimiento y aprendizaje interior es absolutamente PERSONAL, ÚNICO. No nos sirven los modelos. Sólo así puede recorrerse un camino interior basado en la libertad. La verdad que se puede encontrar en uno mismo no puede estar supeditada a corsés ni condicionamientos. Entender esto es entenderlo casi todo.

 

Una última cuestión. Quizás, podría ser que la única autoconstrucción realmente posible, tenga que venir de tenerse que enfrentar a unas condiciones de vida tan duras, que el propio proceso de vida en sí genere ese cambio profundo que el ser humano necesita. Aún en ese caso, ocurrirá como en el caso de que se dieran las condiciones para una futura revolución, sino se ha hecho un trabajo de base en cuanto a ampliación de la conciencia y mejoramiento personal, difícilmente se podrán alcanzar elevadas metas en este tema.



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