Fábula
Por Antonio de Murcia
Tiempo estimado de lectura: 25 min
1.- UN BARCO EN EL PUERTO
El navío se mecía mansamente al compás de las ondas que seguían llegando hasta el muelle. La tormenta inusualmente larga y violenta acababa de amainar y la calma chicha mantenía la mar en eso, en calma. O casi, porque todavía resonaban ecos amenazadores desde las profundidades y los vientos traían volando susurros como de siniestros presagios.
No hacía mucho, es decir, no hacía nada, el Supremo Alto Mando (dicho a lo breve, el SAM) había puesto en danza sus ingenios para desencadenar la tempestad más terrible que se recordaba, con vientos espantosos y olas gigantes. Los maremotos resultaban de explosiones submarinas de cargas de pólvora y los vientos venían cargados de ponzoña. Además y a la vez, al decir de muchos, grandes torres por toda la tierra lanzaban invisibles rayos dañosos y globos voladores lanzaban pertinaces lluvias insalubres que causaban muchos males. Con estas disculpas, todos los Gobernadores Locales se entregaron a un frenesí de preceptos que abolían en junto el derecho de gentes todo.
El objeto de estos designios no estaba claro. Y las opiniones dispares tomaron una rara forma: los zurdos afirmaban que todo era casual y los diestros que todo era un plan para dominar sobre el pueblo y despojarlo de sus bienes.
—Pero si a los potentados ya les va bien ¿para qué quieren más? —decían los unos.
—Pues siempre en la historia ha ocurrido así. ¿O es que hay hartura en acopiar? —contestaban los otros.
Los ambidiestros estaban perplejos y daban en cavilar si no sería todo obra de semidioses, o tal vez de semidioses de sí mismos.
Pero los más de unos y de otros y de todos acataron con fe y resignación las calamidades y obedecían los mandatos para soportarlas. Esto no tiene nada de raro. Hacía muchas generaciones que el SAM había procurado trocar la opresión al pueblo en sumisión voluntaria. Mucho antes de la Tempestad ya estaban las gentes de bien reducidas a la condición de esclavos olvidados de sus padres libres; y las gentes de mal a la de mendigos olvidados de sus padres y de sí mismos. Y, sobre esto, aparecía la tierra desolada por el saqueo abusivo de sus dones. Pero la vida era un suave discurrir por cauces bien arreglados: en los hogares se aprendía abulia; en las escuelas, idiocia; en las iglesias, resignación; en los talleres, obediencia; en el mercado se mercaban hechizos baratos y en la feria se gozaba de los espectáculos de sombras chinescas que hacían soñar como cosas auténticas. En suma, parecía que los perros estaban atados con longaniza y que todo lo genuino y verdadero estaba en venta. Y parecía que todo el mundo había vendido el alma, porque nadie parecía tenerla.
2.- PASAJE DE LAS JUNTAS
Con todo y con eso, para algunos pocos la vida era insoportable, desesperados como estaban en un Reino en que la verdad es viciada de mentira, y desengañados como estaban igualmente de los viejos Profetas de la Verdad y la Promesa.
Inspirados por un docto cronista de los tiempos antiguos y modernos, dieron en hablar unos con otros y concertaron encontrarse en sitios apartados: un monte, un prado, un bosque. Eran unos pocos individuos los no resignados, irredentos, de pueblos distintos y lejanos, algunos allende el gran mar. También eran diversas sus trazas: acudían hombres y mujeres y algunas criaturas, viejos y jóvenes, lectores fervorosos, estrategos eminentes, luchadores jubilados, púgiles tenaces, grandes rezadores, místicos, contemplativos, juglares, algún fauno intrépido… En fin, una bandería de humillados y ofendidos.
En esas juntas, quien así lo quería tomaba su palabra y la exponía según su talante; aunque muchos no abrían la boca, como si hubiesen hecho votos o padecieran un hechizo. Cierto que algunos no eran prácticos en leer, y otros se aburrían considerando ocioso mucho de lo que se hablaba, y otros más concurrían de curiosos silentes. En fin, no parecía una tribu pareja, pero se echaba de ver una tácita hermandad ante la infamia.
3.- ACTA DE BAUTIZO
La gran Tempestad tuvo el efecto de hacer aún más nutrida la juntaera de tal año, que por ello hubo de cumplirse en un castillo abandonado. Allí se consideró imperativo alzarse contra la Gobernanza en nuestras Regiones y más allá contra la tiranía del Supremo Alto Mando, para la regeneración de una vida libre.
Se concertó armar un navío, qué digo, muchas naves, una escuadra entera, como proponía el Docto Cronista, en campaña pacífica para sublevar las islas y abastecer la lucha en tierra. Ay, pero dónde una escuadra para esa batalla, ni siquiera una balandra, entre gente tan pobre. Alguien entonces recordó el barco del principio de esta crónica (que por supuesto seguía en el puerto meciéndose mansamente). Era un viejo buque de tres cubiertas y cien cañones (cincuenta por banda) que había librado muchas batallas antiguas, sufrido estragos y el deterioro natural del tiempo. Se convino renovarlo y aprestarlo para el combate y empezarlo con él. Y como serviría de emulación a otros rebeldes, sería sin duda la nave capitana de una flota entera.
Era conveniente, pues, bautizarlo debidamente para que su nombre fuera inspiración y empeño, consigna y destino. Y es que el título con el que había surcado las aguas tantos años, “Utopía”, no se estimaba apropiado, sino de mal fario. Apenas era visible en las amuras a babor y estribor, que ya las letras, en tiempos pintadas de blanco como palomas, andaban ajadas y sin color, pero extrañamente en relieve sobre la madera del casco. Un carpintero se ofreció a desmocharlas con escoplo y formón y pintar las nuevas. ¿Pero cuáles? Allí se armó una discusión tan larga que, aun después de resuelta, quedó el sentir general de que muy bien pudiese ser eterna. Pero al fin, La Revoltosa Intrépida se llamará la nave capitana.
Menor disputa tuvo el cargo de comandante, pues tácitamente la mayoría consideraba al Docto Cronista como capitán natural (y algunos como almirante, sin esperar a contar con flota ninguna), aunque no se supiese de su práctica marinera. Sin embargo, sobre su maestría literaria añadía otras varias en oratoria, cartografía, política, astronomía, artes y estrategia. Aparte, sabido era que “no juega, ni fuma, ni bebe” (esto, que se supiese). Ítem más acordose, además de renombrar el barco, que usase un sobrenombre conveniente, para no ser conocido, todo aquel que temiese sufrir represalias sobre sí o sus parientes.
4.- SUMARIO DE PLÁTICAS
En el examen de la tesitura presente y el estudio de los males que se sufren, los corrillos, grandes y pequeños, son pródigos en disquisiciones. Allí, los llamados Sublimes señalan que en el recogimiento meditativo está el grifo de la fuerza. Los Infraterráqueos, que las fuentes del mal manan de los diablos inmateriales. Los Contubernios, en las alianzas ocultas (éstas, materiales, pero asimismo sub terra). Los Etéreos, en las lluvias ponzoñosas emanadas por doquier desde globos voladores. Caso curioso éste último de pros y de contras, pues éstos no ven ni gota y aquellos andan siempre con la mojadura. Los que se empapan con los chubascos aducen que ya varias veces antes los Amos Imperiales han amenazado arruinar con tales artes las cosechas en unas regiones que pretendían someter. Y los secos resumen el asunto como fenómeno de calabobos.
Caso semejante pasa con los llamados Contralinfas, o Salubres, que avisan de que el enemigo carga con venenos las puntas de los dardos con que los niños juegan, los ancianos se espulgan y los jóvenes se pintan adornos. Y que tales venenos privan de fuerza y de salud y esclavizan de por vida a contravenenos, que también provee el enemigo. Contra esto, muchos sospechan con desgana si los contralinfas no andarán descarriados, pero éstos achacan tal desdén a una negligente ignorancia y a falta de estudio del asunto, y conminan a sospechar mejor de un enemigo que regala los dardos con mucho afán y promueve que se usen en toda ocasión.
En el nutrido grupo de los Descreídos Relativos (antes Creyentes Absolutos) los más notorios son los llamados Geolisos, cuyo emblema es una O, hecha con un canuto, y su divisa “Todo mentira” (que es decir: pues que nos han mentido tanto, nos han mentido en todo). Estos advierten de la falsedad de las cartas marinas modernas que errarán la navegación del buque cuando salga en campaña, y remiten a las antiguas, en las que viene bien señalado el finis terrae, tras el que sólo hay abismo, y éste lleno de sabe dios qué monstruos. Se cumple aquí el antiguo adagio de que cuanto más absurda es la idea más adeptos gana.
Tales disputas hacen una babel de cada junta, y más parece obra de los Señores sembrando cizaña, los cuales han aprendido con cuidadoso estudio y larga práctica a sobar el ánimo de los rebeldes. Tomando algunas reconocidas verdades, las trufan de falacias y las inflan en exceso. Urden la mayor confusión alimentando ambos bandos de la controversia con noticias a la medida del talante levantisco. Y así, por ejemplo, para ofuscar a unos y a otros, a veces osan derramar sin objeto agua pura desde el cielo o untan con caramelo la punta de los dardos. El efecto resultante es entretener, primero; luego fatigar, después separar, y de ahí se sigue la pelea hermano contra hermano.
5.- SIGUE SUMARIO DE PLÁTICAS
Mayor enjundia tiene la pendencia sobre cuál es el mayor enemigo contra el que dirigir mejormente la fuerza.
—¡Hay que combatir a las elites plutócratas, que diezman las poblaciones y dominan el SAM y sus Miniaturas Regionales!
—¡Hay que atacar al SAM y sus criaturas, que dominan sobre las corporaciones y legislan contra el pueblo!
Pues unos dicen que el bacalao lo cortan unos plutócratas asociados en corporaciones, que se llaman elites, tan poderosas que tienen bien sojuzgados a los gobernadores del SAM y de sus Miniaturas. Otros dicen que al revés, que aquellos son hijos de éstos y que gastar pólvora en esos tiros es casi casi parejo a la traición. Y a lo que parece la cosa no se resuelve fácil, porque el lío es descomunal: pues en ocasiones las elites disputan entre sí las presas, pero acuerdan negocios en las francachelas de sus clubes, y, sobre eso, entran y salen del SAM como por su casa. Y las Miniaturas suelen entrar en guerra por la razón de cada una, que llaman Razón de Estado, y por veces chocan en guerra unas Razones de Estado contra otras; pero, luego de masacrar a los pueblos, se alían de nuevo en amistad. El caso es que, si no son “hijos de…” unos u otros, sí que se les ve compadres tanto en gobernanza como en negocios, pues las mafias paren estados y los estados recrían mafias. Unos inspiran el libreto y otros lo interpretan, y unas veces muestran una máscara y otras veces otra, pero siempre de la misma obra.
Sea como sea, el aglomerado se muestra como enemigo imponente, y desde luego invencible para un solo navío.
—Pero, ¡pardiez! Si no podemos ni con los unos ni con los otros ¿para qué gastar dialéctica fina en una estrategia o en la otra?
—Eso, ¡rediós! Que cada cual ataque por donde mejor le acomode y que dios reparta suerte.
Sobre esto una porción de junteros opina que salir a mar abierto a plantar batalla será derrota segura, con final verosímil en el fondo del mar. Lo mismo que será empresa estéril navegar de cabotaje alentando a los paisanos, dormidos como están en los laureles. Proponen que cada quién flete su barca, bote, lancha, chalana o balsa y busque una islita, un islote, un atolón, donde vivir libres, lejos del SAM. O si no que la Revoltosa Intrépida navegue a la busca de una isla libre por fuera del Imperio, como Espartaco soñaba.
—¿Pero, cómo va eso a ser posible sin destruir el SAM, que alcanza a todas partes y puede hundir al fondo todas las islas una por una, o todas a la vez?
—¿Y cómo va ser posible destruir al SAM, si tan poderoso es como dices?
6.- MÁS SUMARIO DE PLÁTICAS, RENUNCIAS Y PLANES
Con tanto revoltijo intestino algunos cofrades no se hablan, o bien se hablan a gritos. Algunos decepcionados dejan de frecuentar las juntas. Muchos jóvenes se van los primeros (pues sabido es que los díscolos no gustan que se les diga lo que tienen que pensar); o a lo mejor ven en las juntas tanta gente vieja que creen que aquí no hay lugar para ellos. Y les siguen las mujeres (pues se ha observado que, en las empresas en donde prima el obrar, son siempre mayoría; y en las que prima el lucubrar son mayoría los varones). Aunque más ligeras de concurrencia, a las juntas viene siempre gente nueva y nuevamente se vuelve a hablar de lo mismo.
Pero no paran en eso las desventuras. Desde el país de las Lilas, el cual gobiernan las Amazonas Dobladas (pues prescinden no de uno sino de los dos senos, para tirar del arco con ambos brazos) llega un heraldo con un aviso. Estas amazonas han sido acusadas por un cofrade (un tal Alonso Filado, por apodo el Concienzudo) de haber instituido un régimen tiránico en su territorio; y, además, de ser ganadas por el SAM para esclavizar o destruir a los rebeldes a cambio de impunidad y regalías para ellas. La denuncia se ha hecho mediante un pliego de cordel que ha tenido una regular circulación. El emisario, muy lloroso y sentido, transmitió las exigencias de sus amas: “La entrega del cofrade Alonso para juzgarlo por falsía, obligarle a contrición y arrancarle un arrepentimiento”, y si esto no se cumpliese: “La prohibición para todos los cofrades de entrar en su territorio”. Como se sospechaba que no pretendían arrancarle al tal Alonso un arrepentimiento, sino los dos, no se le entregó.
En estos y otros lances transcurrían las juntas, y por más empeño que se ponía en dar con la forma de prender mecha a la revuelta, no se hallaba manera. Mientras, el tiempo pasaba y los males no. Una ponzoña invisible infestaba la sangre y el alimento de animales y humanos. Los innúmeros edictos se hacían más y más humillantes. Abandonaban por pobreza sus tierras los paisanos. Las gentes iban desalentadas por trabajos insufribles. Mozos y mozas en la edad del vigor andaban desgraciados sin conocer la causa. Se habían olvidado las celebraciones: guitarras y violines yacían silenciosos y cubiertos de polvo. Por contra, los cuernos del SAM y sus Miniaturas atronaban por doquier con estruendo y las bocinas anunciaban a las gentes malas cosechas, guerras devastadoras y toda clase de calamidades si no se avenían a una obediencia universal y completa.
Se resuelve entonces armar por fin el barco (que por supuesto aún seguía balanceándose amarrado al muelle) con los voluntarios que hubiese, y para ello nombrar los cargos para cada función, y aprobar un acta fundacional de la revuelta y reglamentar la admisión en la marinería. Y por sobre todo, resumir en una proclama, que fuera a la par discurso y arenga, la montaña de legajos, papeles, informes, libros y registros orales que acreditan las razones de la rebelión. Hará falta gran diligencia de los emisarios que lleven la proclama por todos los lugares, al último rincón y al último oprimido, para dar noticia de la misión de la Revoltosa Intrépida, y así recabar adhesiones.
7.- INVENTARIO DE TRABAJOS A BORDO
Así que al cabo la tropa llega tras larga caminata desde tierra adentro a la vista del mar. No es una cuadrilla muy lucida; mujeres, pocas; muchos viejos, algunos tullidos; casi ningún joven, y de todos ellos apenas alguno práctico en estos trabajos nuevos del arte de marear. Pero es verdad que el panorama de la costa es hermoso. A la vista de la llanura azul que alcanza hasta el horizonte, un hombre de Tierra Adentro, que la ve por primera vez, exclama:
—¡Cuánta agua!
—¡No digas! ¡Y eso que sólo se ve la de arriba! —dice un compañero suyo de su mismo pueblo, que tampoco ha visto nunca el mar.
La nave no está en buen estado, ya se sabía. Los arreglos necesarios son muchos y la destreza escasa. De momento, reina cierta confusión; la impericia abunda. Por ejemplo, un tal Grumete Secano, muy experto sisador en los mercados, no ha pisado nunca un puerto; y el Montañés Errante se ha pasado la vida entre los riscos de su región nativa.
—Pásame la soga —se oye decir a Grumete Secano, que está ayudando a repasar el aparejo.
Al Montañés Errante, que se ha autonombrado recién maestre de jarcia, se lo llevan los demonios. Como ya se ha hecho a la manera de hablar en la mar como si llevara toda la vida navegando, dice (con cierta coña marinera):
—La “soga” ¿es para ahorcarte? Porque aquí a bordo todo lo que ata y desata, sujeta y aprieta, son cabos; chaval.
Aladroque Marín, que echó los dientes echando las redes en la barca de su padre, y que se ha nombrado cabo de luces, se hace cargo de explicar los rudimentos de navegación a los que están vírgenes en la materia. Tiene que hacer ver que “la derrota” no es el destino fijo (con naufragio, quizá) de la Revoltosa, sino el rumbo que ha de llevar. Hace mucho hincapié en que a bordo ya no hay “izquierda ni derecha”, que aquí no significan nada si no se dice adónde se está mirando, sino “babor y estribor”, que indican claramente que uno está vuelto a proa desde la popa. Grumete Secano echa cuenta de la infinidad de veces que ha intentado, con trucos mnemotécnicos inclusive, qué lado es cada lado, pero siempre se le olvida. Tampoco ha logrado con “barlovento y sotavento” saber de dónde viene el viento y por dónde se va. Milagro será —piensa Marín a la vista de la bisoñez de la tropa—, si no queda el buque girando sobre sí en el mismo punto de la mar océana, sin avance ni retorno. Se esmera, pues, en instruir en las clases de velas y sus nombres, y en el manejo de cada una para izar, escotar, virar, orzar y amurar; y en la manera de ceñir los vientos, aunque vengan contrarios, para seguir navegando sin variar rumbo. Y, al revés, a orientar en facha las velas en forma que se anulen mutuamente para dejar el barco al pairo, cuando convenga parar su curso, y que la maniobra no resulte de torpeza.
Maese Inspirado Bonavena, pañolero de afición, aconseja que el personal se agrupe según su inclinación en el servicio, a saber: timonel y piloto, maestro de velas, oficial de detall y suministros, otro de rol y lista de tripulantes, vigías de cofa y de proa, bomberos de achique, guardias de babor y estribor, carpintero, calafate, buzo, cocinero, médico, boticario, etc., cada cual con su equipo instrumental y provisión. Y los respectivos ayudantes voluntarios de todos ellos. ¿Capellán? Por qué no. ¿Artilleros y fusileros? Sí, también, por si acaso, si la ocasión lo fuerza. No deja por esto de haber disputa entre los oficios, ya que cada cual considera el suyo el más útil en la travesía y pide preferencia sobre los recursos, que andan tan escasos.
8.-NUEVA VIDA DE UN VIEJO NAVÍO
Pese a yerros y retrasos, el esforzado trabajo da fruto y el navío queda aprestado, más o menos. El aparejo aparece dispuesto: las jarcias nuevas, velamen reparado, asegurados palos y vergas.
Los libros de la rebelión, y documentos, reglamentos, tratados, actas, memorias, planes, proyectos, y etc., son en tan ingente cantidad que se han estibado en la bodega con el fin de que su peso (y a lo mejor también la ciencia que llevan incorporada) sirva para estabilizar el buque en las marejadas. De ello se ha librado la Proclama, de la que se han hecho un montón de copias que se guardan en el alcázar de popa como munición incruenta.
Falta determinar la misión y trazar el rumbo. Torna, pues, la discusión sobre adónde, cómo y para qué.
El comandante (que lleva por sobrenombre Capitán Adelante) habló así, inspirado:
—Hijos míos, la tierra, nuestra tierra, está agostada. Una nueva tierra reverdecida está aún lejana. Todo está por construir y la masa languidece abatida por un enemigo imponente. Por consiguiente, lo primero es sublevar al pueblo. El plan para insurgir al pueblo es como sigue: pintaremos en lo más alto de las lonas nuestros lemas y divisas, para que sean vistas desde lejos; y meteremos la Proclama, que tan bien resume nuestras intenciones, en infinidad de botellas selladas y las iremos echando al agua. Los pescadores faenando las pescarán en sus redes y las llevarán a tierra para descifrar el mensaje. Por él se convencerán de que es posible luchar por un fin glorioso. Y la revuelta cundirá sin duda.
Se hace un respetuoso silencio meditativo. Antes de señalarse con una opinión, todos parecen esperar a que él mismo comente sus propias palabras. El Tribuno Lúcido (que por ser algo duro de oído cree que el apellido del capitán es “Anhelante”), considerando que no debatir es malo y que la pleitesía es lastimosa, rompe a hablar con estas palabras:
—Mi querido Capitán Anhelante, cómo va a ser eso si los pescadores viejos no saben leer, y los jóvenes no quieren, y aunque supieran no comprenderían ni jota de lo que decimos…
—Pues comprenderán cuando les lleguen esbirros a reclutarlos por fuerza para servir en galeras, que ya el Supremo Alto Mando anda entrando en guerra contra sus rivales, y los mozos querrán unirse a nosotros por que no los lleven a penar y a morir.
—Eso si suponemos —intervino el Amargo Vidente— que juventud lleva aparejada rebeldía, porque yo la veo más bien apareada con la indiferencia. Los que son jóvenes se dejan llevar por la moda o por la apetencia personal, sin más criterio que el relativismo intelectual y moral, que les impide construir nada. Tal vez sea más juicioso pensar que a cada generación levantisca le sigue otra mansa, y así se alternan sumisión y rebeldía. Y eso sin contar con que voluntarios y mercenarios puedan aligerar la leva forzosa.
Marcial Estratego mete baza por arrimar la conversa a lo práctico del momento:
—Lo más fundamental es decidir si se va a ir en plan de conquista o de paz, y si presentaremos batalla en todo caso, sea que vayamos a barlovento del enemigo o a sotavento. Los dos modos tienen sus ventajas y sus inconvenientes.
—Yo digo —dice Empedernido García— que vayamos andando a buenas, pero si hay que luchar se lucha, y ya veremos cómo.
El Artillero Valiente, que había pasado una semana limpiando el ánima de los cañones y estaba todo tiznado de ardor guerrero, toma la palabra:
—Es vano creer que no haya necesidad de combatir, ya que estamos en guerra. Claro que si huimos como conejos no habrá necesidad —añade con sorna—, pero si ganamos alguna tierra, vendrán a echarnos de ella y habrá que defenderla. Por mi parte, los cañones están limpios y dispuestos arrimados a las portas, montados en sus cureñas. Falta munición, eso sí; cargas de pólvora y mechas, que las que hay están viejas.
—Pues los fusiles también están listos —dice Soldadito de Plomo, que había pasado su semana engrasando fusiles—, y hay para todos (y todas). Harán falta para tirarles más derechamente a los oficiales enemigos, los que veamos que visten más majos, con el fin de descabezarles el mando.
Toma la palabra Marino de Agua-Dulce Santos y razona de esta manera:
—Yo tengo por principio no empuñar armas ni recurrir a violencias, porque creo que el fin no justifica los medios. Y el medio de morir y matar no lleva a un buen fin. Con medios pacíficos también se lucha y se vence. Aparte, la gente común ama la paz y odia la guerra; no será buena propaganda presentarse con armas y con saña para invitarles a unirse a nosotros. Mejor cargar la santabárbara con argumentos.
—La paz, para cuando triunfemos —responde Soldadito de Plomo—, y aun entonces habrá que pelear para defender la paz. Quizá sea en la victoria cuando más que nunca hará falta estar en guardia para defender lo ganado. Aparte digo que la gente, por defender su tierra, sí sabe luchar.
—La verdad la verdad sea dicha —tercia Morisco Jovial— es que en tierra la mayoría son leones en privado y gallinas en público. Entonces ¿para qué gastar tanta saliva en esto? El azar pondrá el barco a sotavento o a barlovento, y qué más nos da una cosa o la otra si el enemigo nos va a dar la del pulpo, y suerte habrá si podemos refugiar esta cáscara de nuez en una caleta antes de que nos mande al fondo. Más nos valdría ir de primera intención a socorrer a los que ya se han puesto manos a la obra y a la lucha, por lejos que estén. Son amigos naturales: ellos precisarán ayuda, y nosotros vituallas.
Interviene uno que le dicen El Astuta:
—Sea como sea, sea para acometer por sorpresa o sea para huir ligero, lo principal es que el barco ande marinero. Si igualmente podemos dar un golpe de mano o que escapar, no hay lugar al derrotismo. Ahora, para eso la obra viva del casco ha de estar limpia de costras de algas, esponjas, percebes y todo lo demás que se pega y no deja navegar; sobre que pueden horadar la madera y abrir vías de agua. Eso es trabajo de los buzos, que operan bajo la línea de flotación. Pues lo mismo sobran a bordo los sospechosos de ser blandos con el enemigo, que al fin pueden llegar a ser desertores. A estos hay que echarlos al agua, aunque mengüe la tripulación.
Marondina Indómita, alias Muchapersona, tras haber meditado en lo que se llevaba dicho, tomó agua como para un discurso largo, pero dijo solamente esto:
—Ojalá que estuviésemos tratando del destino de una gran escuadra, ojalá formáramos parte de una gran escuadra combinada contra el SAM, pero tratamos de un barco solo y no muy nuevo. ¿Qué haremos? Si tan pocos que estamos no podemos hacer más que reclamos en papeles y discursos, con el fin de ser muchos, ¿cuántos vendrán viendo que ya andamos echando gente al agua? Pues se irán a la buena de dios con su propio barco, sin que nuestra voz les llegue. Por otra parte, la palabra en estos tiempos ya no llega a convencer, pues se pierde en una burundanga de decires; y puede atraer, si acaso, a algunos inútiles que quieren que se les den hechos los pensamientos; por lo tanto no debe ser compuesta con tal propósito, sino para reconocernos en el camino con quienes ya vienen caminando. Más fruto dará socorrer a los que se desangran en su lucha, que pagan un alto precio por desobedecer al mal y pagan cara su honrada independencia. Y en el entretanto que obramos, vayamos conversando entre iguales sobre el sentido que dar a esta guerra en la que estamos. Ahora somos débiles, tanto para arrancar a los Amos de nuestra tierra, como para conquistar una pequeña islita donde vivir… pues eso, aislados. Si de verdad tenemos voluntad de servir de algo, ayudemos derechamente con nuestras manos a los compañeros que lo están necesitando. Si damos buen ejemplo en esto se estará tejiendo comunidad desde ahora mismo.
La madrugada está avanzada; viene frío desde el mar abierto; las conversaciones cesan. Hay quien se duerme de agotamiento y hay quien se desvela por lo mismo; y hay quien no puede dormir, cavilando en todas estas cosas.
9.- LUCES EN LA NOCHE
Algunas noches, el Capitán Adelante se pasea solo desde el puente de popa al castillo de proa musitando: «¡No, no consentiré yo que la Revoltosa Intrépida fracase!» Algún tripulante insomne, o el vigía de cofa que lo oye desde lo alto, no pueden evitar sentir ternura ante tamaño candor que no sabe nada de disparidad de fuerzas. A veces el capitán deambula en sueños gritando: «¡A ellos, a ellos!» y «¡Fuego! ¡Fuego!», sin mucho distinguir amigos de enemigos, y entonces se le aparece el ánima del Artillero Valiente, que ruge: «¡Yo dispararé, capitán!». Por lo demás, no duerme mucho el capitán; siempre en vigilia permanente, insomne, desplegando una laboriosidad inaudita. En el barco no deja parar quieto a nadie.
A la vista está que no se ha compuesto por ahora ninguna flota con que oponer fuerza a la ofensiva del Sumo Alto Mando. Embarcaciones solas, de surtidos pelajes, no pueden ofrecer resistencia de consideración, y menos soñar con demolerlo, y menos aún alentar los bastantes corazones como para concebir y forjar una vida honrada.
Acordar quiere decir avenir los corda, los corazones; las razones vendrán luego. Para conjuntar las doctrinas, o confrontarlas, está el derrotero en la mar, esa maestra implacable. Las cosas del mar son azarosas, y las palabras mienten a veces, pero las manos siempre desvelan verdades.
Así que la nave iza trapo, maniobra el desatraque y se hace a la mar escorando levemente a una y otra banda. No se ve ninguna escuadra, pero por todo el horizonte parpadean las luces verdes, blancas y rojas en barcos de variada clase, que también han zarpado de las otras partes de la costa y que parecen marchar en todas direcciones a hacer campaña cada una a su aire. Seguro que también en ellos miran las luces de la Revoltosa. En lo oscuro el mar aparece tenebroso; el oleaje, fuerte, que las naves acometen como pueden para marear de la mejor traza. Pero, al parecer ninguna o casi ninguna vuelve a refugio.
En la Intrépida, el soplo variable de la brisa gualdrapea levemente las velas en la arboladura; recruje el maderamen por todo el casco cuando el tajamar de la roda ataca el oleaje. Los rostros se ven pálidos y serios, pero un Atunero vasco hace correr un chascarrillo y todos ríen con ganas, o así pues. En la toldilla comienza a oírse suave una tonada marinera, un tanto procaz. Las voces son de mendas con cataduras distintas, de tierras diferentes: de la lluvia, de la piedra, de la luz, de las alas, de las guitarras, de los campos, de las frutas, de los bosques. Por supuesto los mendas no son de una pieza como sus antepasados (¡aquellos recios varones, aquellas mujeres bravas!), pero de ellos provienen, sin duda. Y por si quieren venir a valerles, las voces los invocan. Tampoco son muchos los mendas, pocos desde luego para tantas maniobras como requiere un navío tan grande, con misión tan ardua.
Por otra parte, ya no hay marcha atrás. Desde cubierta las voces sin nombre se elevan al aire húmedo de la noche en un canto ardoroso. No suenan muchas, ni muy acordes ni muy afinadas, pero suenan juntas.
Arriba, la Vía Láctea alumbra en el cielo, cuajado de estrellas.
Anteo de Mugía, cronista apócrifo.
Añadir comentario
Comentarios