Por Antonio Hidalgo Diego
Familia gitana residente en Castilla, años 70 del pasado siglo. Foto de Carlos Valcárcel. Fuente: Unión del Pueblo Romaní
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Los orígenes del pueblo gitano
Los gitanos son originarios del noroeste del subcontinente indio, de las actuales regiones de Sind, Rajastán o Punjab. Miembros de una casta inferior, iniciaron su particular diáspora entre los siglos X y XI de nuestra era. ¿Por qué razón? Tal vez decidieron abandonar su país para evitar el pago de impuestos y el reclutamiento forzoso en los ejércitos musulmanes. La teoría más aceptada es que fueron capturados como esclavos en 1018 por el conquistador túrquico Mahmud de Gazni, sultán del imperio gaznávida, que los condujo hasta la ciudad de Gazni, en Afganistán. Luego se asentaron en el norte de Irán, donde se ha dicho que se dedicaron a la música y a la danza contratados por el rey de Persia, para acabar su primer periplo en Armenia y Asia Menor, la actual Turquía.
Porcentaje aproximado de gitanos por país europeo: mientras que los números hacen referencia a supuestos datos oficiales (supuestos, porque en España no existen), los colores representarían el porcentaje real sobre el total de la población. Fuente: Wikipedia.
El pueblo calé inició otra migración en el siglo XIV, bifurcándose en dos grupos, los que se asentaron en Egipto y los que se internaron en Europa. Se desconocen las causas de la gran migración gitana del siglo XIV.
Migraciones gitanas. Fuente: Secretariado Gitano
Actualmente existen unos doce millones de gitanos en todo el mundo, de los que diez viven en Europa. Los análisis genéticos confirman que todos los cíngaros del planeta son descendientes del grupo originario de menos de mil individuos que iniciaron la diáspora hace un milenio, aunque la mitad de su ADN procede del mestizaje con personas de los pueblos de las tierras por las que han deambulado a lo largo de su historia errante. La lengua de los gitanos también contiene numerosos préstamos de los idiomas con los que han tenido contacto. Los gitanos hablan, o hablaban más bien, el romaní o romanó, una lengua indoeuropea del grupo indo-ario, próxima al hindi/urdu y, sobre todo, al sindi del sureste de Pakistán. Todavía tienen conocimiento del romanó más de cuatro millones de personas, o al menos eso es lo que afirman las asociaciones cíngaras. El idioma romaní se puede dividir en cuatro grupos dialectales: el de la comunidad dom de Oriente Medio, hablado desde Irán hasta Egipto y Turquía; el kalderash, o lengua de los gitanos de los Balcanes y Europa oriental; el sinti-manouche, hablado en Europa central, Francia y Escandinavia; y el caló de la península Ibérica, muy influenciado por nuestras lenguas autóctonas (tanto de las romances como del euskera) y que conserva tan solo unos 60.000 hablantes.
Los cuatro grupos dialectales del idioma romaní. Fuente: Wikipedia
La llegada a Iberia de los «condes de Egipto»
La palabra castellana «gitano» se cree deriva de «egipciano», pues los gitanos afirmaban venir de Egipto. En este artículo recibirán también los apelativos «calé», «romaní» y «cíngaro»1. Ellos a sí mismos se denominan «calé», término que procede de «kala», que significa «negro» en indostaní. Hay unos 750.000 gitanos en España (un 1,5% de la población total), una cifra similar a la de países como Rumanía o Hungría, aunque en porcentaje inferior. Brasil cuenta con un millón de gitanos y Turquía podría llegar a albergar varios millones. En Andalucía viven unos 300.000 gitanos, más de un 5% de la población total andaluza, donde residen más de la mitad de los cíngaros del Estado. Cataluña es la segunda comunidad autónoma con más gitanos, unos 80.000. Las cifras son aproximadas, ya que la legislación prohíbe publicar estadísticas por considerarlas discriminatorias. Otra razón de esta censura pudiera ser que la Administración desea negar la presencia del pueblo gitano en el interior de sus fronteras.
Población gitana en Europa. Fuente: Fundación Secretariado Gitano. Origen: Consejo de Europa.
Extraído del sitio de Unión Romaní
Los primeros gitanos llegaron a Iberia en el siglo XV, a través de los Pirineos. Este sería un resumen cronológico de la política estatal en relación con la minoría gitana de la península2.
1415: La primera referencia de la llegada de gitanos a los reinos hispánicos la encontramos en la ciudad de Perpiñán, entonces vinculada al principado de Cataluña y hoy sometida a la República de Francia. Esta ciudad alberga actualmente una numerosa comunidad gitana. El rey Alfonso V de Aragón, conocido como el Magnánimo, concedió un salvoconducto a Tomás Sabba, supuesto «conde de Egipto Menor», para que circulara por el reino. No queda claro si Sabba es el primer gitano que llegó a la península o si se trataba de un peregrino cristiano etíope que pretendía llegar a Santiago de Compostela, hipótesis, esta última, poco probable.
1425: Un tal «Don Johan de Egipte Menor» recibiría también un salvoconducto del mismo monarca para transitar por el reino en compañía de su parentela («los que con él irán y le acompañarán»), y de sus enseres («cabalgaduras, ropas, bienes, oro, plata, alforjas y otras cosas»). El rey especificaba que debía ser «bien tratado y recibido».
1447: El «duque Andrés» y el «conde Pedro» entraron en la ciudad de Barcelona.
1460: El rey Juan II de Castilla concedió un salvoconducto al egipciano «Jacobo de Egipto Menor» para que se dirigiese a Santiago.
1462: El «conde Tomás», acompañado del también «conde Martín», entró en la ciudad de Jaén. La delegación estaba formada por entre cien y cuatrocientas personas que fueron agasajadas por el condestable Iranzo3.
1470: El mismo condestable, Lucas de Iranzo, recibió en Andújar a otro «conde de Egipto Menor», un tal Jacobo, que viajaba acompañado por su esposa Loysa. La concentración de egiptanos en Andalucía pudo estar causada por la situación de guerra y zona fronteriza entre el reino de Castilla y el reino nazarí de Granada. Guerra es igual a desconcierto, movimientos constantes de población y de tropas, posibilidad de buenos negocios y práctica de la actividad herrera al servicio de la industria de guerra.
1484: Un conde egipciano llegó a la ciudad de Madrid. Tal vez se tratase de «don Luis» o de «don Felipe».
Se estima que unos tres mil gitanos llegaron a Iberia en el siglo XV. Buscaron la protección de reyes y nobles con la excusa de ser peregrinos que se dirigían a Santiago. Cada grupo de nómadas errantes estaba conformado por entre cincuenta y ciento cincuenta individuos. Se dedicaron a la adivinación y al espectáculo, pues rechazaban los trabajos agrarios. Sabemos que ya en sus primeros años tuvieron conflictos con la población local y fueron expulsados de varias ciudades. Los reyes de Aragón y Castilla fueron los responsables de autorizar la presencia de estos migrantes extranjeros, llegando a arbitrar en su favor en los pleitos que tuvieron con la población local.
La persecución del pueblo gitano
Después de unas cuantas décadas de presencia gitana en la península Ibérica, el trato de los poderes reales respecto a los visitantes llegados de Asia cambió de manera radical.
1499: Lejos de ser autorizados y agasajados como antaño, una Real Provisión publicada por los Reyes Católicos en Medina del Campo forzó a los gitanos a cambiar su forma de vestir, a dejar de emplear el idioma romanó y a abandonar el nomadismo, teniendo que tomar un lugar de residencia fijo y adoptar un oficio. Todo ello en el plazo de dos meses, so pena de recibir cien latigazos o ser expulsados del país, además de sufrir la mutilación de las dos orejas en caso de reincidencia. También se contemplaba la privación de libertad en caso de doble reincidencia. Los gitanos ya no eran una sorpresa exótica, sino una realidad indócil que había venido para quedarse. La historiografía califica estas medidas como parte de la política homogeneizadora e intolerante que practicaron los Reyes Católicos, los mismos que expulsaron a los judíos no convertidos al cristianismo en 1492 y forzaron la conversión de los mudéjares musulmanes en 1502. A pesar de ello, Isabel I de Castilla concedió un salvoconducto a «Jacobo, conde de Egipto Menor» en Medina del Campo (1480), mientras que su marido, Fernando II de Aragón, hizo lo propio con el conde «Jacobo de Egipto Menor» para que se asentara en Sevilla (1491). Es decir, la monarquía seguía alentando la llegada de gitanos a la península, al tiempo que comenzaba a legislar medidas discriminatorias con los condes llegados de Egipto.
Otra política discriminatoria de los Reyes Católicos hacia los gitanos fue la prohibición expresa de que pudieran embarcar en los navíos que viajaban a las Indias, poniéndolos al mismo nivel que otros dos colectivos de «indeseables»: prostitutas y abogados. Esta medida contrastaba con las disposiciones que realizaron reinos como Inglaterra y Portugal, que quisieron quitarse de encima a los cíngaros enviándoles al Nuevo Mundo. En todo caso, a finales del siglo XV no existían los documentos de identidad y la marinería estaba compuesta por hombres desarraigados de diferentes países y con diversidad de historias de vida, razón por la que cuatro gitanos no tuvieron ningún impedimento en acompañar a Cristóbal Colón en su tercer viaje a América (1498)4.
1525: El pueblo de Castilla, molesto con los excesos y tropelías que cometían los gitanos, manifestó su indignación en las Cortes de Toledo: «roban los campos y destruyen heredades, y matan e hieren a quien se lo defiende, y en los poblados hurtan y engañan los que con ellos tratan, y no tienen otra manera de vivir». Asimismo, los representantes del brazo popular recordaron al rey-emperador Carlos I que la ley debía aplicarse («mande ejecutar la pragmática real que dispone que los de Egipto no anden por el reino, so las penas contenidas»), y recuerdan al monarca que no debía seguir otorgando salvoconductos a los gitanos, pues iba en contra de la legislación: «no embargante cualesquiera cedulas e facultades de vuestra majestad que para ello tengan, y que de aquí en adelante no se den tales cedulas».
En definitiva:
1) Los monarcas introdujeron a los gitanos en el reino y permitieron su libre circulación por las tierras de propiedad familiar y del común.
2) Lejos de ser condes y duques que peregrinaban a Santiago, muchos cíngaros se consagraron al pillaje, el timo y las reyertas habituales.
3) El poder ejecutivo no aplicaba la legislación vigente, y los gitanos delincuentes gozaban de impunidad.
1539: Felipe II instauró la pena de galeras para los gitanos, tras creer que su expulsión resultaba imposible de llevarse a cabo, además de ser improductiva.
1568: Entre 1568 y 1571 se produjo la Rebelión de las Alpujarras. Pese a que la ley no permitía que los gitanos se enrolasen en los ejércitos reales, participaron combatientes gitanos como mercenarios voluntarios de las tropas realistas. También formarán parte, en años posteriores, de los Tercios de Flandes o de las tropas austriacistas durante la Guerra de Sucesión (1701-1714).
1571: En la Navidad de este año se produjo una redada contra gitanos varones para que sustituyeran a los galeotes muertos en la batalla de Lepanto. Se escogió a los más aptos y, como compensación por el secuestro, recibirían un pequeño sueldo trabajando como «buenaboyas»5, pero solo aquellos gitanos que estuvieran avecindados. Los cíngaros nómadas servirían, en cambio, como «forzados», es decir, remarían en los barcos de guerra de la corona como esclavos sin sueldo. Se capturaron unos trescientos, de los que solo un centenar acabó remando para el emperador.
1611: Nueva obligación para los gitanos de «tener únicamente el oficio de labranza y las labores de la tierra». La expulsión de los moriscos, llevada a cabo entre 1609 y 1613, impulsó a algunos consejeros reales a plantearse la posibilidad de que los gitanos podían ocupar el vacío de mano de obra agrícola que sufría el reino de Valencia a raíz de la expulsión forzosa de los musulmanes. A diferencia de los moriscos, los gitanos no ejercían de quintacolumnistas de un poderoso Estado enemigo, como sí ocurría con los moriscos, que la monarquía pensaba que actuaban siguiendo las órdenes del Imperio otomano. En todo caso, el reasentamiento de las familias gitanas al país Valenciano nunca se llegó a concretar.
1613: Miguel de Cervantes publicó La Gitanilla, la primera de sus Novelas ejemplares. En esta obra se puede leer: «Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como acidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte». Esta cita cervantina circula por Internet para «demostrar» el intolerable racismo del escritor manchego; es una pena que algunas asociaciones gitanas que acusan a Cervantes no hayan leído la obra La gitanilla en su totalidad. Cervantes trata a los gitanos como seres humanos, con sus miserias y virtudes, pero los activistas gitanos prefieren presentarse a sí mismos como «seres de luz», víctimas siempre, inocentes e irresponsables. Cervantes denunciaba la manera que tenían muchos gitanos de ganarse la vida a costa del esfuerzo ajeno, al tiempo que admiraba su estilo de vida libre y el contacto íntimo que mantenían con la naturaleza.
1619: Una nueva pragmática editada por orden de Felipe III obligaba a los gitanos a dispersarse en localidades de menos de mil vecinos, además de prohibirles vender ganado. Si no cumplían estas disposiciones, los cíngaros infractores serían ser expulsados del reino, medida que nunca se llevó a cabo.
1633: Se vuelve a descartar la expulsión de los gitanos en una pragmática de este año. En ella se reconoce que estos extranjeros carecían de nación de procedencia, razón por la que se desautoriza el empleo oficial del término «gitano». Pretendían la asimilación de los gitanos para que se mezclaran con la población autóctona y, de paso, se les prohibía vivir juntos en «gitanerías». También se vetaría la participación de cíngaros en bailes públicos y representaciones teatrales, ley que no respetaron los propios monarcas, ya por entonces muy aficionados al baile de los gitanos. El propio Felipe IV, responsable de la pragmática y gran aficionado al alterne con el mundo de la farándula, tuvo más de una amante gitana.
1639: Nueva redada de gitanos varones. Fue llevada a cabo por sorpresa el 19 de diciembre con el objetivo de reclutar por la fuerza a cuantos fuera posible para enviarles a la guerra contra Francia (Guerra de los Treinta Años, 1618-1648). El Estado apresó a unos quinientos, de los que doscientos de ellos acabarían sirviendo como galeotes en los barcos de guerra de la flota castellana.
1695: Un pragmática de Carlos II prohibió a los gitanos vender animales en ferias y mercados, poseer armas y trabajar como herreros. Además, tenían la obligación de convertirse en labradores, comunicar una localidad de residencia acreditada y no abandonarla sin permiso. Se les ordenó dejar de usar «traje de gitano» y no utilizar la «jerigonza», el habla distintivo de los cíngaros. El reino se dispuso a realizar un nuevo censo de gitanos. Cuando las autoridades sorprendieran a dos o más de ellos juntos fuera de su lugar de residencia se les podría condenar a muerte, medida que nunca se llevó a cabo. Las razones de tan represiva disposición eran castigar sus «frecuentes y graves delitos» y salvaguardar «la tranquilidad de los pueblos, la seguridad de los caminos y la fe de los tratos en mercados y ferias».
1717: Una Real Orden del primer rey Borbón, Felipe V, declaraba la pena de muerte para los gitanos que portaran armas. Además, se les obligaba a residir en una de las setenta y cinco ciudades escogidas para tal menester6. Un número indeterminado de familias lo evitaron, recibiendo una dispensa por acreditar un lugar estable de residencia. Finalmente se decidió no reasentar a ninguna familia gitana que llevase más de diez años avecindada, siempre que hubiese un máximo de una familia calé por cada cien habitantes. La pragmática insistía en erradicar el nomadismo y la familia extensa, forzando a los gitanos a estar asentados en un domicilio y a vivir en el ámbito de una familia nuclear. Uno de los objetivos de la medida era conocer el número de familias gitanas residentes en España, llegando a censarse ochocientas ochenta y una.
1732: El Diccionario de Autoridades de la Real Academia de la Lengua Española definió «gitano» como: «Cierta clase de gentes, que afectando ser de Egypto, en ninguna parte tienen domicilio, y andan siempre vagueando. Engañan a los incautos, diciéndoles la buena ventura por las rayas de las manos y la phisonomia del rostro, haciéndoles creer mil patrañas y embustes. Su trato es vender y trocar borricos y otras bestias, y a vueltas de todo esto hurtar con grande arte y sutileza. Latín: cingarus». El Estado consideraba a los gitanos como una pandilla de ladrones y timadores del todo indeseable. El pueblo, en cambio, convivía y trataba con los gitanos, intercambiando mercancías, ganado, servicios, palabras7 y manifestaciones culturales.
1737: El Concordato entre la Iglesia católica y el Estado español, recientemente creado8, trató de acabar con la trashumancia gitana. La colaboración entre ambos organismos pretendía ser decisiva en el objetivo de asentar de una vez por todas al pueblo gitano. Muchos de ellos pasaban la noche, durante sus desplazamientos nómadas, en los atrios y sagrarios de las iglesias. Esta práctica quedaría vetada desde esta fecha, aunque siempre bajo criterio del obispo responsable.
1749: El 30 de julio de este año se produjo la «Gran Redada» o «Prisión General de Gitanos». El despacho de Guerra (lo que hoy sería el ministerio de Defensa), a través de la iniciativa del obispo de Oviedo y presidente del Consejo de Castilla, Gaspar José Vázquez de Tablada, y del secretario de Hacienda, Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, con el beneplácito del rey Fernando VI, perpetraron una campaña sorpresiva y coordinada en todo el Estado en la que se daría caza y captura a todos los gitanos del reino. La idea era emprender una campaña de extinción racial mediante la separación de hombres y mujeres y, de paso, utilizar al pueblo gitano de mano de obra esclava en el Ejército, las fábricas del rey (recientemente creadas) y las minas, algo similar a lo que realizaron los nazis en los territorios ocupados durante la Segunda Guerra Mundial dos siglos después. Los gastos correrían a cargo de la corona y de los propios gitanos, pues sus bienes quedarían confiscados. Los varones fueron recluidos en dependencias militares, ya que la pena de galeras había sido abolida un año antes. Los gitanos trabajarían en régimen de privación de libertad para modernizar la vetusta armada española en los astilleros de Cartagena, Cádiz y Ferrol. También servirían a la corona en los yacimientos mineros de Almadén, Cádiz y Alicante. Las mujeres y niños menores de siete años fueron recluidos en casas de misericordia de Málaga, Valencia y Zaragoza, donde las gitanas tejerían lonas para los navíos de guerra, mientras que los niños trabajarían en las fábricas de armas. Fueron capturadas 7.760 personas, aunque el conde de Campomanes habló de doce mil gitanos apresados. Sevilla vivió graves desórdenes y un gran desconcierto, ya que se cerraron las puertas de la ciudad y en ella vivía el mayor número de gitanos de España (unas ciento treinta familias). Se usaron grilletes y se hacinó a los detenidos en castillos y alcazabas. La falta de medios económicos y la dificultad logística de la operación provocó un replanteamiento de la misma, liberándose a muchos gitanos que disponían de un «estatuto de castellanía» (aquellos que tenían ascendentes no gitanos), a los que podían acreditar una vecindad consolidada de muchos años o a las gitanas casadas con un no gitano. Pronto las autoridades se cercioraron de que la mayoría de cíngaros nómadas habían escapado al proceso y que los sedentarios retenidos eran los gitanos más trabajadores y «menos problemáticos»; el gobierno llegará a admitir que «se estaba deteniendo a los gitanos equivocados». Por otro lado, los reos no eran trabajadores obedientes y generaban a la Armada más molestias que beneficios. La devolución de los bienes incautados a los liberados fue otro de los problemas no previstos de tan infame operación. Muchos gitanos consiguieron escapar, aunque fueron reemplazados por otros, pues las capturas humanas continuaron produciéndose en los años posteriores.
Españoles por la fuerza
1763: Los gitanos supervivientes de la «Gran Redada» fueron indultados por orden de Carlos III, entre otras razones, porque algunos arsenales habían comenzado a liberar gitanos por su cuenta entre 1762 y 1763, ya que no podían hacerse cargo de ellos (y eso a pesar de las órdenes que desautorizaban tal medida de gracia desde Madrid). Las liberaciones ordenadas por el rey no se hicieron efectivas hasta 1765 y, en algunos casos, hubo gitanos presos hasta 1783.
1772: Actualización de la legislación del reino respecto a la cuestión gitana. Carlos III decide omitir en el preámbulo de una disposición relativa a la condición de los gitanos la tristemente famosa «Gran Redada» de 1749 pues, según sus propias palabras, «hacía poco honor a la memoria de mi hermano», en referencia al rey Fernando VI.
1783: Carlos III, el rey progresista al que cantaban Ana Belén y Víctor Manuel, otorgó la nacionalidad española a todos los gitanos. La ley penalizaría a los gremios que se opusieran a la participación de romanís en algún oficio determinado. A cambio de su españolidad, los gitanos debían abandonar el nomadismo, el idioma caló y su indumentaria. La ley les permitía ahora instalarse en América. Ya no se podría usar legalmente el término «gitano» al ser «todos los españoles iguales». El censo que acompaña esta última pragmática muestra los oficios que los cíngaros acreditaban, siendo los más recurrentes los de herrero o fragüero, hojalatero, quincallero9, latero, estañero, calderero y otros similares, siempre relacionados con el trabajo del metal; también era frecuente el esquileo de caballerías, actividad que estaba prohibida realizarla en exclusiva; otros muchos gitanos acreditaban ser comerciantes, entre los que se encontraban diteros10, buhoneros11, chalanes12 y trajineros; también los había canasteros, horneros, almazareros y comadronas; menos frecuente era la práctica de actividades agrarias ocasionales a modo de braceros o jornaleros. La existencia de matrimonios mixtos y de oficiales artesanos cíngaros demuestra que había gitanos que vivían del esfuerzo de su trabajo y que tenían la intención de integrarse en la comunidad en la que residían.
1812: La Constitución de Cádiz impuso la igualdad civil de todos los españoles. Hay que señalar que el artículo 25, párrafo 4, sñalaba, eso sí, que «el exercicio de los mismos derechos se suspende (…) por no tener empleo, oficio ó modo de vivir conocido», una disposición que afectaba a muchos gitanos. De hecho, hasta 1978 se continuaron legislando disposiciones discriminatorias contra los gitanos, como las que siguen.
1848: Real Orden de Isabel II que ampliaba la «Ley de Vagos» de 1845. En ella se hacía referencia a los gitanos, sin emplear el término, como «aquella clase de hombres que, sin arraigo de ninguna especie, ni amor al trabajo, que tan recomendable hace la clase proletaria (…) No es nueva, sin embargo, en el mundo esta clase de hombres, perseguidos por la legislación de todos los países bajo el nombre de vagos». Uno año antes, la reina sí se había atrevido a acusar a los gitanos (saltándose la ley que impedía hacer uso de la palabra) de ser «ladrones de bestias» habituales, además de «autores de engaños».
1943: El Reglamento de la Guardia Civil especificaba en los artículos IV y V que los gitanos debían ser vigilados «de forma escrupulosa».
1933: Lo mismo ocurre con la republicana «Ley de Vagos y maleantes». No deja de ser curioso que, pese a que el Régimen republicano (1931-1939) discriminó a los gitanos del mismo modo que lo había hecho antes el Régimen liberal de la llamada «Restauración borbónica» (1874-1931) o como haría después el Régimen de Franco (1936-1975), las Historias del pueblo Rom difundidas en Internet por las asociaciones gitanas se refieren al período republicano como una etapa de no discriminación. ¿Se habrán vuelto republicanos de la noche a la mañana los Gipsy Kings y condes de Egipto Menor? ¿O tal vez son los partidos de izquierda quienes subvencionan mejor a todas estas oenegés que propagan el «autoodio payo» y el victimismo gitano, que tanto daño hace a la autosuficiencia, libertad y dignidad de los romanís?
1970: La última discriminación contra el pueblo gitano fue la sustitución de la «Ley de vagos y maleantes» por la llamada «Ley de Peligrosidad Social». Ambas normativas especificaban que las fuerzas de seguridad debían ser más celosas con los gitanos, y estarían vigentes hasta 1978.
Antonio Hidalgo Diego
1 La palabra «romaní» proviene de «rom» que, en la lengua gitana significa «hombre». «Cíngaro» procede del italiano «zingaro», que a su vez deriva del griego «athìnganoi», «intocables», una comunidad de adivinadores de la Edad Media que habitaba en la península de Anatolia y que podría estar conformada por individuos de origen gitano.
2 La información histórica, no así las interpretaciones, ha sido extraída del libro Historia del pueblo gitano en España (2018) de David Martín Sánchez, así como de los sitios de las asociaciones «Asociación de Enseñantes con Gitanos», «Fundación Secretariado Gitano» y «Unión del Pueblo Romaní».
3 El condestable Miguel Lucas de Iranzo aparece como personaje de ficción en la excelente novela histórica En busca del unicornio, de Juan Eslava Galán. En el libro, Iranzo también agasaja a una comitiva que, aunque no está formada por gitanos, resulta igualmente animada y colorida.
4 La aventura imperialista americana andaba tan necesitada de voluntarios que Fray Bartolomé de Las Casas suplicó a los reyes por carta: «suplico a los reyes que tuviesen por bien que los malhechores que en estos reinos hubiese, les perdonasen sus delitos, con tal condición que viniesen a servir algunos años en esta isla (refiriéndose a la isla de la Española)». Los cuatro egipcianos que viajaron a las Indias desde Sanlúcar de Barrameda con Cristóbal Colón en 1498 fueron Antón, Macías, Catalina y María, todos ellos con el apellido «de Egipto».
5 Los «buenaboyas» eran los galeotes a sueldo, es decir, los remeros de los barcos de guerra. Su salario era bastante alto, de unos dos ducados mensuales en el siglo XVI, el mismo que el de un proel (marinero de artillería), aunque su trabajo resultaba mucho más penoso, razón por la que muy pocos estaban dispuestos a embarcarse en los galeones para bogar por el emperador. Felipe II tuvo que recurrir por ello a la «pena de galeras», es decir, sustituir la pena de muerte y las mutilaciones por la esclavitud en los remos.
6 Entre las 75 ciudades escogidas para que allí vivieran los gitanos estaban: Ágreda, Alcalá la Real, Alcira, Andújar, Antequera, Aranda de Duero, Ávila, Baeza, Burgos, Cáceres, Calatayud, Carmona, Castellón de la Plana, Chinchilla, Ciudad Real, Córdoba, Cuenca, Écija, Egea de los Caballeros, Granada, Guadix, Hellín, Jaén, León, Logroño, Lorca, Mancha Real (Jaén), Murcia, Orihuela, Palencia, Plasencia, Puerto de Santa María, Requena, Ronda, San Clemente (Cuenca), San Felipe Neri (en la actualidad dentro de Crevillente), Santo Domingo de la Calzada, Segovia, Sevilla, Soria, Toledo, Toro, Trujillo, Úbeda, Villanueva de la Serena, Villanueva de los Infantes, Villarreal, Villena, Yecla, Zafra, Zamora y Zaragoza.
7 Entre los préstamos del caló aceptados por los hablantes del castellano se encuentran: andoba (alguien cualquiera), baranda (jefe), biruji (frío), bujarra o bujarrón (homosexual), bulo (noticia falsa), camelar (enamorar), camelo (engaño), canguelo (miedo), cañí (gitano), cate (bofetada), chachi (positivo), chalado (loco), chamuyar (conversar), chanelar (entender), chaval (chico joven), chichi (vulva), chingar (joder), chorar o chorrar (robar), chorizo (ladrón), chungo (complicado, desagradable), chupa (chaqueta), currar o currelar (trabajar o pegarle a alguien), dabuti o debuten (extraordinario), diñar (morirse), endiñar (golpear), espichar (morirse), ful (falso, timo), fullero (timador), gachí (mujer), gili o gilí (tonto), guripa (soldado, guarda), jamar o jalar (comer), jiñar(se) (defecar, tener miedo), julay (novato, pardillo), luca (dinero), mangar (robar), menda (yo mismo), molar (gustar), najar (huir), nanay (negación), napia (nariz), nasti (nada), pajear (masturbar), parguela (pringado, homosexual), paripé (fingimiento), parné (dinero), pestañí (policía), pinrel (pie), piños (dientes), pirado (loco), pirarse (marcharse), plasta (aburrido), postín (lujoso), potra (suerte), queli (casa), sobar (dormir), etc.
8 En la Edad Media, el término «España» era solo un sinónimo de «península Ibérica», así que hacía referencia a una realidad geográfica, no jurídica ni política. Lo que nació en 1476 fue la monarquía española, no el Estado español, que no empezó a construirse hasta 1713 con la consolidación en el trono del rey Borbón, Felipe V. El Estado borbónico eliminó las instituciones de los diferentes reinos y territorios, censó a la población, erigió las primeras industrias bélicas, creó el primer banco nacional, estableció el servicio militar obligatorio, aumentó sobremanera la recaudación de impuestos, creó los primeros cuerpos de policía, organizó un ejército permanente, estableció una estructura vertical para designar a los gobernadores provinciales (que a su vez designaban a los alcaldes), creó los primeros ministerios («despachos») y asumió el monopolio de la aprobación y derogación de las leyes. Algunos historiadores consideran que el nacimiento del Estado fue posterior, situándolo en 1812, momento en que las liberales Cortes de Cádiz abolieron el régimen señorial, pero también los fueros, las instituciones populares asamblearias y todo el cuerpo legislativo consuetudinario, preparando la inmediata expropiación de las tierras y bienes comunales de las comunidades rurales ibéricas.
9 Vendedor de quincalla, objetos de metal de poco valor: tijeras, dedales, bisutería, etcétera.
10 Los diteros eran comerciantes que cobraban a plazos.
11 Los buhoneros eran vendedores ambulantes.
12 Los chalanes eran tratantes de borricos y otras caballerías.
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