Felicidad mórbida

Publicado el 1 de octubre de 2024, 21:25

Por Jesús Trejo

Tiempo estimado de lectura: 14 min

 

 

“Y vio Dios todo cuanto había hecho y era bueno en gran manera.

Y fue la tarde y la mañana del sexto día” Génesis 1.31

 

 

Vivir como Dios es una expresión coloquial que usamos para referirnos a una existencia llena de lujo y placeres, a todo tren, sin límites. Pero como eso solo está al alcance de muy pocos (la jet set, estrellas mediáticas del deporte o la música, políticos y sindicalistas liberados con black cards), hay una versión cutre minimalista de esta frase, y es la existencia autosatisfecha de aquellas personas que, aprovechando las bondades acomodaticias del Estado de bienestar, han pensado como Leibniz que este es el mejor de los mundos posibles, y que sería anatema rechazarlo, y ya no digamos subvertirlo. Ellos, a su manera, viven como el Dios del antiguo testamento, descansando autocomplacientes después de todo el arduo proceso laboral de la creación del universo socialdemócrata.

 

Así pensaba mi primo Fernando, el filósofo profesional de la familia, que hizo carrera terminando como catedrático en el instituto Gabriel y Galán de Plasencia, en su tierra: “mira primo, déjate de revoluciones: el obrero lo que quiere es vivir bien, y si es posible, mejor que bien”.  A pesar de que Fernando tuvo una dilatada trayectoria como estudioso y compilador de los bienes inmateriales de la cultura extremeña, como así está recogido en su extensa obra de historiador valxeriteño (valle del Jerte), su ideología progresista no le dejó entender que el fabuloso y alegre mundo que él narraba precisamente había nacido de una parquedad de medios casi solemne: pobretes pero alegretes. 

 

Esa visión del objetivo de la vida como una felicidad basada en el bien-estar material, ha sido el discurso triunfante (hasta hace unos decenios) en la forma de dominación capitalista implementada desde la reforma estatal del antiguo régimen en Europa, y que fue compartido rápidamente por los incipientes movimientos obreristas desde principios de siglo XIX. La construcción de estructuras asistenciales por parte de los estados europeos más liberticidas, fue la zanahoria puesta delante de las clases trabajadoras para fidelizarlas al Poder y socavar sus tradicionales formas de autoayuda, y a ello contribuyó de manera decisiva los movimientos socialistas que centraban toda su propaganda en demandar más mejoras económicas, reduciendo a la persona a mera mano de obra, y ninguneando algo tan tremendo como su componente ético y espiritual, transcendental, de la condición humana.

 

La cruda realidad desmontó rápidamente el discurso felicista de los estados liberales: el sufrimiento en el altar del progreso industrial, y su corolario en forma de criminales guerras imperialistas en pos de mercados donde abastecerse de materiales y reubicar lo producido, levantaron suspicacias que comprometían la legalidad moral del orden constitucional, y los ingenieros del saber tuvieron que introducir nuevos cuentos metafísicos para calmar las intranquilas almas occidentales.

 

Así comenzó la introducción de las filosofías orientalistas[i] en el viejo continente, de la mano de Arturo Schopenhauer, como una disidencia controlada que mitigara la angustia existencial y la ansiedad de la sociedad estato-mercantil, ofreciendo una liberación del frenético mundo mediante el arte y la meditación, y focalizando los males de la sociedad en el apetito insaciable de la voluntad humana, en vez de apuntar al Estado que controlaba coercitivamente esas voluntades.  Esta opción fue de nuevo utilizada más adelante por el imperialismo norteamericano en los convulsos años 60 para apaciguar a los movimientos contestatarios, y aprovechando la corriente de simpatía asiática que recorría los campus universitarios, mientras el ejército estadounidense incendiaba la selva vietnamita con napalm y bombas de racimo (en los bombardeos de vietnam se arrojaron cuatro veces más bombas que en toda la IIGM), introdujo de nuevo toda la parafernalia meditativa, con paz, amor, LSD y heroína, para desideologizar el movimiento de masas.

 

Con ello se esbozaron las dos variantes de la felicidad mórbida que dominan el espectro existencial:  o bien buscas el éxtasis en el consumo máximo de mercancías o experiencias hacia fuera (prestigio, poder, viajes), o bien te embarcas en el camino de la introspección para desembarazarte de todos los estímulos, amor incluido, que alteren la beatífica paz deseada, dejando indemne el mundo social y político. Maximizar el deseo o anular el deseo.

 

Pero no nos engañemos. Ambas posturas, supuestamente antagónicas, acerca del objetivo vital son en realidad las dos caras de la misma moneda dulcificadora de la existencia. Ambas tienen a su majestad el placer como el máximo bien deseable, solo que en la primera opción se expresa de manera hedonista, buscando experiencias satisfactorias, mientras que la versión oriental lo hace de manera más comedida, como epicureísmo, evitando el dolor.

 

Pues bien, La paradoja de estas dos opciones de felicidad mórbida que han imperado por mandato en nuestras sociedades de consumo, dictada desde los centros de Poder mediáticos, culturales y propagandísticos, es que ha creado la acumulación de seres más tristes, apáticos y melancólicos que seguramente haya existido, como lo muestran las espeluznantes cifras de suicidios consumados y conatos[ii].

 

¿Cómo se ha llegado a este punto de desesperación, en el momento de máxima presencia de ambas opciones placeristas de felicidad en nuestras sociedades?

 

Veamos los problemas que presentan cada postura:

 

Por un lado, la felicidad del consumo material adolece de saturación[iii]. Obligar por decreto a las personas a ser felices estando ahítos de todo y sin haber hecho un mínimo gesto por alcanzarlo, es como exigir que disfruten a unos comensales de una opípara comida a la que le falte el ingrediente más importante: el hambre.

 

Efectivamente, la juventud actual, y por ende el resto de la sociedad occidental, languidece por falta de deseo: la tiranía bienestarista nos ha robado el interés por todo aquello que requería sacrificio para conseguirse y ha impuesto el todo a mano, el servicio a domicilio, el teletrabajo, las ciudades de los 10 minutos y la virtualización de las necesidades, vegetativas, emocionales y sexuales.  “Todo está muerto por falta de pasión” venía a sentenciar Hegel ya en el inicio del terror moderno, y hoy día, ni siquiera las pulsiones más básicas que siempre han movido a actos de heroísmo, como el amor erótico, están permitidas, dado el dominio de la puritana dictadura feminista, que recrimina cualquier acto de galantería y que impone la moda del burka occidentalizado, con la dilución de las formas corporales femeninas en el vestir.

 

Esto, tarde o temprano, lleva a un sector de la juventud a posturas fascistoides, que, hastiados de tanta mojigatería progre, veneran el vivir peligrosamente como única forma de sentir el hálito de la existencia, el pneuma extásico. Las estadísticas así lo corroboran[iv]

 

Por otro lado, la felicidad del consumo espiritual adolece de eterna dependencia. La prescripción del desapego, de las rutinas alimenticias y posturales, del rechazo de la violencia en un mundo dominado por la violencia estructural del Estado, y de la comunión con la naturaleza en un mundo atravesado por carreteras y rascacielos, hace que la utopía por alcanzar la comunión con el Uno nirvánico del universo sea siempre frustrante y disfuncional, y requiera más retiro, más meditación, más alejamiento de todo y más ayuno, hasta desaparecer social e incluso físicamente (se han dado casos).

 

Lo enfermizo de ambas opciones radica en los fundamentos previos que se dan por asumidos: uno, al que ya nos hemos aludido más arriba, buscando el placer o evitando el sufrimiento (disfrutando al máximo en la primera opción, aplacando el deseo en la segunda), y dos, que la parte volitiva del ser humano es fundamentalmente depredadora, y por tanto la libertad es sólo libertad para imponer tu criterio, para extender tiránicamente tu yo: la antropología negativa.

 

Todos los dioses y sistemas doctrinarios religiosos en la historia de la humanidad han tenido una parte de ética y saber popular y otra parte, claramente impostada, de interés dominante.  En el tema que nos ocupa, sobre la concepción de la vida plena y feliz, absolutamente todas las visiones se han construido a “imagen y semejanza” de su Creador, el Estado. En el caso de Occidente, exacerbando el deseo de la posesión y la acumulación de cosas, para aumentar la productividad; en el caso de Oriente, focalizándose en el control y calma interior que acepte la precariedad de la subsistencia, para aumentar la paz social.

 

 Las elites occidentales aprovecharon el bagaje individualista de la cultura greco-romana y del cristianismo para basar en él sus anhelos expansionistas, exacerbando el lado codicioso de las personas para captar adeptos a sus proyectos tiránicos, llegándose hoy en día al paroxismo del “american way of life” o del feminismo, que presenta como ideal de civilización el que cualquiera pueda empoderarse y alcanzar la cima para mandar sobre los otros (y si es con subvenciones mejor).

 

Las elites orientales, sin embargo, lograron blindar su poder con una hierática construcción social en castas o en emperadores divinizados totalmente ajenos al resto de los mortales, y a quienes solo les quedaba aceptar con resignación una vida lo más equilibrada posible en su grupo social. En el caso del hinduismo con la esperanza de que sucesivas reencarnaciones les purificaran hasta llegar a la casta brahmánica, y en el caso de los confucionistas chinos apelando a la tradición que les diera un equilibrio soportable, sin sobresaltos revolucionarios, con la esperanza de que cada uno hiciera bien su función.

 

A mí siempre me ha chirriado el concepto de felicidad, la mayor parte de las veces poniéndome en guardia. De hecho, me  gusta modificar la frase atribuida torticeramente[v] a Goebbels en relación a la cultura: “cuando oigo la palabra felicidad, echo mano a mi revólver”. Durante mucho tiempo mantuve colgado un cartel en el salón de mi casa, con el nombre de una obra de teatro, titulada “protegedme de lo que deseo”.  Y creo que en todos los pueblos se ha intentado dar una versión sobre ese enigmático objetivo vital del ser humano, que suele vincularse con un eufórico estado de ánimo, una sensación de satisfacción interna y plenitud, que, de alguna manera, también te permita “reposar” como el sexto día del Dios hebreo.

 

Yo no tengo problemas en aceptar esa acepción de la felicidad, pero matizando lo del reposo. Admito el individualismo de Occidente, pero rechazo la soberbia y codicia egoísta, afirmando que los individuos tienen el deber de hacerse a sí mismos y alcanzar la mejor versión de sí, de poder salirse de sus casillas y de su condición previa, de subvertir las limitaciones con las que partimos y de saber encontrar un centro subjetivo que le permita focalizarse en lo que él considera loable.  Admito de Oriente que el reposo es, en realidad, un estado de equilibrio interior y que cierto apaciguamiento de las tensiones mundanas ofrece claridad de ideas, pero rechazo su meditación estéril, y en su lugar afirmo que dicho equilibrio debe proyectarte al mundo, personarte en el mundo y ejercer como tú, y no quedarte encerrado en tu mismidad, acariciándote onanísticamente, sin reproducción. Las técnicas orientales pueden aceptarse si te permiten superar la ansiedad bloqueante y entorpecedora y las capas alienantes impuestas por el adoctrinamiento mediático y social. Pero el problema del mundo está fuera, en las estructuras de Poder que son las que tienen capacidad de imponer su cultura y sus proyectos, y hay que ir contra ellas.

 

En las “bases para una Revolución Integral” se esboza de manera sucinta, a la vez que nítidamente, el papel del individuo ante la realidad personal, natural y social[vi].  Un individualismo convivencialista que se autoconstruya como único y excepcional, y a la vez como parte de un cuerpo social, es la opción que no se ha contemplado aun entre las diferentes posturas existenciales, y salvar las dos aporías de un sujeto tirano y de un gregarismo aniquilador de lo propio. Dicho sujeto comunitario seguiría preservando su carácter único e irrepetible y sentiría que su voz y su forma peculiar de ser y estar en el mundo es igual de necesaria y de importante que cualquiera dentro de la comunidad, y hará todo lo que esté en su mano porque esa necesidad e importancia sea merecida.

 

Igualmente, pondría todas sus destrezas y potencialidades al servicio de un ideal compartido por el grupo de referencia, dentro del cual seguiría autoconstruyéndose, y llegaría a la nada mediante el vaciado de sí, dándose con la totalidad de su ser en todas las esferas humanas y sociales.

 

 La satisfacción devendría como consecuencia de ejercer como persona activa y resolutiva, sonando con voz propia y actuando con total responsabilidad cósmica ante los peligros que acechen al milagro de la vida humana.

 

 Un individualismo de ese tipo estaría conectado también con toda la estirpe de la humanidad que se ha afanado en ser ejemplares con su lucha incansable contra los tiranos, y cuyo único lujo ha sido, como decía Santa Teresa de Jesús, el que se pueden permitir los pobres: no venderse.

 

Hoy se pueden constituir en pequeña escala fraternidades y asambleas de iguales, donde el espíritu de alegre esfuerzo y combate en pro de la destrucción del peor mal que enfrenta el ser humano, la megamáquina estatal, se vaya fraguando, y que sirva de escuela de lucha y de compañerismo, de convivencia y de autoayuda para mejorar en las lagunas personales. A ello os animamos.

 

Por último, para acabar con la crítica al placenterismo, quiero rescatar una frase redonda, dicha por uno de los supervivientes del accidente aéreo en los Andes: “nunca fuimos mejor que en las montañas”[vii], resumiendo de manera acertada el componente de perfección que otorga las tareas heroicas y sacrificadas para la superación de la mezquindad humana.

 

 

Jesús Trejo

 

[i] Las llamadas filosofías o religiones orientales, suelen englobar las cosmovisiones y sus implicaciones prácticas para el individuo y la sociedad que se dieron en toda Asia. A pesar de pecar de esquemático, incluyo un resumen global de cada una y sus zonas de influencia:

En el caso del hinduísmo,(India), todo gira en apaciguar el componente de ansiedad que genera la voluntad, mediante diferentes técnicas de relajación, meditación, respiración y posturas de liberación energética para desprenderte de tu mismidad, y del velo de Maya (realidad fenoménica) y cuyo fin deseado es ser nada, volver a la nada, al nirvana pacificador. Huelga decir que este planteamiento rehúye y rechaza todo compromiso social y político que genere problemas en tu estabilidad interior, por ejemplo el amor, y que proponga tener facilidad para desasirte de lo que quieres, siendo insensible a las personas o cosas que amas. Esto lo sustituyen por un sucedáneo que lo llaman compasión, como sentimiento de empatía con todos los seres lastrados por el mal de la existencia, la voluntad.

El confucianismo (china) es más práctico y más árido emocionalmente. Se limita a plantear que el inmovilismo, la frugalidad, la disciplina, el trabajo y la devoción a la familia evitan los sufrimientos del aventurerismo libertario de la voluntad y el libre albedrío, algo que ni se plantean, y cuyo corolario práctico es dejar las cosas como están, no subvertir el orden cósmico.

El budismo (sudeste asiático y también diseminado por china, corea y Japón), siendo una versión más contemporánea de estas tendencias asiáticas inmovilistas, plantea la falta de ambición y de control sobre el entorno, vivir en el instante y en las formas sin buscar tres pies al gato, como la mejor manera de estar en el mundo, por tanto ni siquiera plantearse romper el velo de Maya de la realidad, porque en verdad la realidad es ese velo de maya, y lo que hay que hacer es maravillarse con él, amablemente. La versión Zen que cuajó en Japón se esmera en encontrar en los límites del lenguaje la apertura a la Verdad, apelando muchas veces a la prodigiosa serenidad de los hechos cotidianos, con los famosos versos cortos (haikus) ,

El taoísmo es una versión más interesante porque no niega tan férreamente al individuo, y se inclina por encontrar la fuerza universal, el Ch’i, y así encontrar la forma más sutil y perfecta de existencia, rechazando las relaciones de poder y el boato, y se apoya en la imagen de la fuerza indeleble del agua, con su maleablidad para adaptarse y su fuerza. No es de extrañar que dicha filosofía ahora domina en Taiwan y Hong Kong, capitales hiperdesarrolladas, en parte gracias a la liberación del corsé tradicional de la herencia confuciana

Aunque no pertenece propiamente a las religiones orientales, no me resisto incluir una reseña del Islam:La versión mahometana sigue pasos parecidos del recelo hacia el individuo (dado que el Islam fue un compendio de religiones), pero con alguna matización. Igualmente el individuo libre  es un ser perverso al que hay que poner límites (hubub), pues de lo contrario se dejaría arrastrar por sus impulsos y generaría el caos entre la comunidad. Por ello, se trata de imponer un camino riguroso de comportamiento (sharía) , de subsumir al individuo en la colectividad (umma) y no darle oportunidad de iniciativa, y someterle a la obediencia ( ta’a) de los que están ungidos por el saber celestial (imán, califa).

[ii] Las estadísticas computadas muestran que las intenciones de suicidio en adolescentes han aumentado un ¡1800%! (sí, 1800 veces) en los últimos 13 años. www.epdata.es/datos/cifras-suicidio-espana-datos-estadisticas/60

[iii]  “El tedio de lo mucho” Carlos Javier Gonzalez Serrano. alfayomega.es/ennui-el-tedio-de-lo-mucho/

[iv]  En el mes de septiembre se publicó una encuesta entre los jóvenes, donde el 26% de ellos demandaban un aumento de disciplina y autoridad, mientras que en las chicas la cifra llegaba al 19%. elpais.com/espana/2024-09-02/un-26-de-los-jovenes-varones-prefiere-en-algunas-circunstancias-el-autoritarismo-a-la-democracia.html

[v] En realidad, esta frase nunca fue proferida por dicho mandamás nazí, sino por un autor filonazi  llamado Hans Johst, en su obra “schlageter”, y además en modo de parodia. De hecho, casi todos los altos jerifaltes del III Reich eran hombres instruídos y que veneraban el arte y la sutileza intelectual, y en ello precisamente basaron su poder sobre el pueblo, con los métodos de seducción teatrales y la majestuosidad arquitectónica.

[vi]  Especialmente en el apartado tercero, titulado “La ética y los valores”, aunque toda la obra está transida de una perspectiva antropológica dúplice, donde tanto el bien como el mal pueden ser igualmente optables por cada individuo, dado el sustento primario de toda vida consciente: la libertad

[vii] “la sociedad de la nieve”. En la tragedia vivida por el grupo de jóvenes acomodados uruguayos también hay otro testimonio de gran calado, y es el escrito dejado por uno de los heridos, un joven de profundas convicciones religiosas, que la víspera de su fallecimiento dio su consentimiento para que fuera devorado por el resto de los supervivientes, y garabateó al límite de sus fuerzas: “ nadie ama más que el que da la vida por los amigos” de Juan 15:13

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