Todos contra el fuego

Publicado el 1 de agosto de 2024, 15:00

Por Gk

Tiempo estimado de lectura: 35 min

 

El Estado y los incendios forestales. Desentrañando las verdaderas causas del fuego


Todos contra el fuego. Este fue el lema de la campaña1 que el Estado español promovió en el año 1990 de la mano de una de sus aclamadas marionetas de la época, Joan Manuel Serrat. Aquel lema, aquella melodía, aquel corte publicitario, nos quedó grabado a sangre (y fuego), como quedan grabados los grandes episodios publicitados de la historia.

 

"Todos contra el fuego todos contra el fuego nuestro bosque hay que cuidar." "Que no quede muerto que no sea un desierto tú lo puedes evitar."

 

Así rezaba esta canción facilona, que ponía el énfasis en que cualquier plebeyo podía y debía evitar los incendios, y enfrentar así el imparable desierto en el que se está convirtiendo la península ibérica. A la vista está de que no se consiguió el objetivo de frenar la desertificación, no así el de encolomar la responsabilidad de ello a la gente común.

 

Se estima que de media entre el 3% y el 10% de los incendios son provocados por causas naturales, es decir, por rayos, mientras que el resto, un 90-97% tienen como responsable al ser humano2. Instituciones y medios de intoxicación y de generación de “opinión pública” en la  sociedad moderna tienen por norma echar la culpa al ser humano, al conjunto de la sociedad popular. Esta culpabilización sistemática es utilizada para poner continuamente en el punto de mira a la gente común, en tanto que chivo expiatorio de las maldades y fechorías de quienes ostentan el poder. La gente común es responsable de los incendios, del cambio climático, de no reciclar, de gastar excesiva agua, de contaminar, de calentar el hogar en exceso en invierno y enfriarlo más de lo necesario en verano, etc. por lo que necesita ser tutelada y sobre-legislada para corregir sus desmanes. Hoy en día está más que aceptado socialmente que los incendios son provocados por malvados pirómanos e insensatos pueblerinos. Vamos a tratar de desentrañar estas generalizaciones para poder poner negro sobre blanco.

 

 

El vaciamiento controlado y agotamiento biológico del mundo rural popular

 

La condición comunal de la ruralidad ibérica está fuera de toda duda y en ella se forjó durante siglos una manera singular de autogobierno popular, de gestión territorial colectiva y una forma de ser con un alto grado de virtud. La ruralidad ibérica fue extinguida de manera premeditada y organizada, manu militari, mediante continuos procesos de desamortización y enajenación de su tierra, su territorio, su comunal, culminando con el gran éxodo rural forzado que tubo lugar en la segunda mitad del siglo XX. Con ello se perdieron usos y costumbres, prácticas, trabajos, labores, recetas, formas de hacer y actividades que sostenían esa singular manera de vivir, ecológicamente sostenible y éticamente virtuosa. Como base de estas prácticas estaba la gestión comunal del territorio, de sus montes, veredas, pastos, bosques, huertas, regadíos y suelos de labor, la gestión cuidadosa del arbolado y la extracción de leña, la replantación con especies autóctonas, y tantas otras prácticas comunales.

 

Vamos a decirlo de manera clara. La sociedad comunal ibérica pre-moderna no conocía los incendios forestales sistemáticos. En la sociedad rural popular, no se conocían los incendios más que como acontecimientos esporádicos, puntuales, y mayormente controlados, cuando estos se producían de manera intencionada para labores de tipo agrícola. La gente, antes de los grandes procesos de urbanización, vivía dispersa y altamente descentralizada, ocupando la práctica totalidad del territorio, con densidades de población  sostenibles y con una huella ecológica mínima.

 

Lo que sí existía era una organización comunal de ayuda mutua para la prevención de incendios urbanos provocados por la lumbre de calderas y cocinas, que podían acabar reduciendo a cenizas viviendas, corrales y otras edificaciones. En el libro las Vecindades Vitorianas3 por ejemplo, nos encontramos numerosas referencias sobre tal asunto, como es “el auxilio solidario en caso de siniestros o grandes necesidades [específicamente] los suaro o suarau, sociedades mutuas contra incendios”. Sobre las responsabilidades de los cargos electos por mandato imperativo nos indican que “Mayorales y Sobremayorales acudan con vasijas al toque de campana de incendio” y “avisen a los vecinos que por turno tienen que andar a la vela los días de viento para prevenir incendios”. Añade además que “estos mismos Mayorales tienen obligación en tiempo de tempestad de aire por excusar los incendios, que podrán suceder en semejante tiempo, de velar toda la noche, y para esto se ayudan de los Vecinos, que por tercios de la noche acuden a tenerles compañía, y de esta manera con más facilidad se puede acudir al remedio, sucediendo cualquier fuego”.

 

El ejército y los cuerpos de bomberos modernos

 

En muchos lugares del mundo, los cuerpos de bomberos, quienes intervienen directamente para atajar lo incendios, son voluntarios4, no así, los camarillas funcionarios que se encargan de “gestionar, distribuir y coordinar” los recursos suministrados por las partidas estatales, que reciben cuantiosos salarios por su labor. El caso más paradigmático es el chileno, donde los bomberos voluntarios además de con el fuego deben lidiar con los jerifaltes de la Junta Nacional de Bomberos de Chile (JNBC)5. Desde una perspectiva revolucionaria anti-estatal, no es de recibo que quien hace el trabajo sucio trabaje por partida triple: en los incendios de manera voluntaria, en su labor profesional corriente y pagándole el suelo a su jefe. Posicionados contra el trabajo asalariado, ninguna labor de servicio público debe ser remunerada, sino autoorganizada y soportada comunalmente para que cada cual pueda dedicarse a sus labores productivas ordinarias además de a las labores de voluntariado.

 

Los cuerpos de bomberos estatales tal y como los conocemos hoy se iniciaron como unidades militares, y se fueron consolidando en las grandes urbes a lo largo del siglo XIX, acompañados del hacinamiento poblacional urbano impulsado por la era industrial. Los incendios comenzaron a ser un problema en la medida en que las grandes ciudades comenzaron a ser un problema en sí mismo.

 

Para el caso del Estado-Nación español, a partir de 1965 los parques de bomberos urbanos comienzan a dotarse de una estructura más similar a la que existe hoy en día, una vez explota él último gran fenómeno de éxodo a las ciudades que hemos citado. Una vez se ejecutó el vaciamiento del mundo rural, se desarticuló la vecindad, el Estado pasó a tomar posesión del territorio, territorio del que hasta entonces era dueño (por la gloria de la guardia civil que fue creada expresamente para ello) pero que controlaba con serias dificultades.

 

 

De la expropiación del comunal a la figura del pirómano

 

Desde antiguo han existido personas que han orientado sus acciones en contra de las normas consuetudinarias pactadas por el conjunto de vecinos, es por esto que en la mayoría de normas concejiles estaban penadas las actividades de uso inapropiado del fuego, aquellas que provocaban incendios. Sin embargo, la actividad pirómana no tuvo relevancia hasta que la expropiación del comunal por parte del Estado se hizo presente:

 

“La figura del incinerador forestal, el pirómano, como lo pudiéramos conocer hoy es un personaje -de necesidad, al principio y maldad y/o enfermedad después- surgido a raíz del siglo   XVIII   cuando   a   la   gente   le   daba   por   protestar   beligerantemente   por   el intervencionismo de la Administración en el ancestral aprovechamiento del monte, del que vivían sin ser dueños. La consignación de los llamados Montes de Marina y la creación de la Maestranza de Madera, así como la Real Orden de 5 de julio de 1726 de creación de tres Departamentos marítimos, a los que quedarán vinculadas enormes extensiones de montes y plantíos, levantó malestar y reacciones pirómanas.”6

 

El fuego ha sido tradicionalmente un aliado popular, principalmente para hacer viable la agricultura (tierras de labor) y la ganadería (pastos para el ganado), asegurándose que los fuegos se realizaran en la época oportuna, con las condiciones climáticas adecuadas y siempre que no llegaran lluvias torrenciales que arrastraran la capa calcinada, ya que las tierras ganaban el beneficioso fertilizante de la ceniza. En el lenguaje popular existe un término para definir esta actividad: artigar, es decir, “quemar un terreno para cultivar”.

 

Sin embargo, el fuego por venganza es una respuesta, un ataque, un sabotaje, contra la apropiación por parte del Estado de un territorio y unas formas de gestión comunitarias:

 

“La  repetida  pregunta  de  «¿Quién  quema  los  montes?»  siempre  fue  contestada  con ambigüedad por las autoridades. Al parecer, nadie sabía nada, o no se tenían pruebas. Sin embargo, la Administración tiene en su poder desde 1976 un minucioso estudio sociológico sobre los factores condicionantes de los incendios forestales, que, de haberse hecho público, habría aclarado a los confusos españoles los orígenes de lo que la propia Administración no duda en calificar cada verano de «desastre nacional». Este informe, de 142 páginas, fue elaborado por la Sociedad Asturiana de Estudios e Investigación Económica (SADEI), por encargo del Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA). El estudio, por el que, al parecer, el ICONA pagó dos millones de pesetas, fue entregado a este organismo del Ministerio de Agricultura en 1976.”7

 

No hay mucho más que decir.

 

 

El problema del bosque hoy

 

Con la creación de la Dirección General de Montes en 1833 se inicia el dominio estatal permanente sobre nuestros montes, una vez implantado el sistema moderno de dominación instituido en Cádiz en 1812. Luego vendrán el ICONA (1971) y el Ministerio de Medio Ambiente, instituciones que han sometido la gestión de los montes a la jerarquía estatal vía ingenieros de montes, guardas forestales y guardia civil.

 

Desde entonces los bosques autóctonos están en claro declive fruto de la sobre-explotación industrial estatal8, la industria de la guerra, el abandono forzado y el declive de la ganadería extensiva, mientras se han implantado monocultivos arbóreos (falsos bosques) que arden como la pólvora. Horrendas urbanizaciones se erigen en zonas limítrofes con estos monocultivos, creando zonas de alto riesgo, en los conocidos como incendios de interfaz que además de material forestal ponen en riesgo edificaciones y vidas humanas.

 

Solo una acción popular-masiva por la recuperación del bosque autóctono puede poner freno al declive forestal odierno. Esta debería consistir en una doble estrategia de 1) restaurar el bosque en sí mismo, mediante plantaciones masivas de árboles autóctonos en áreas desarboladas, además de abriendo claros en los monocultivos arbóreos para que los ejemplares autóctonos vayan ocupando su lugar; y 2) recuperar el control del territorio, habitándolo, retomando la vida rural, haciéndose cargo de los bosques como sustento principal de una vida moral y ecológica.

 

 

La implantación de la agricultura tecno-industrial. El cereal y su cosecha.

 

La agricultura industrial mega-maquinizada es sin duda el mayor enemigo de la sostenibilidad de los ecosistemas y del conjunto de los bosques, y uno de los principales valedores de los incendios forestales. El paisaje desértico, cerealístico, monótono, feo, peligroso, inhabitable que hoy domina la geografía es fruto de la agricultura estatal-industrial.

 

En el año 1986 se alcanzó la cantidad de máxima de cosechadoras de cereal en activo llegando a las 50.000 unidades9, manteniéndose en esos números hasta la entrada del presente siglo10. Actualmente hay inscritas oficialmente unas 27.000  cosechadoras,  además  de  980.000  tractores11, para un total de 6 millones de hectáreas cultivadas anualmente de cereal. Esto equivale  a  222 hectáreas cosechadas por cada maquina cosechadora (seguramente serán más ya que la relación entre máquinas activas y censadas serán dispar).12 Las máquinas empacadoras, hermanas de las cosechadoras que entran en acción con posterioridad a la cosecha para empacar la paja una vez se ha cosechado el cereal, es también un clásico en el incendio forestal.

 

La industrialización agrícola es obra del Estado como parte de una estrategia de concentración de la producción, para la que era necesario imponer el latifundio vía concentraciones parcelarias. La maquinización comercial para incrementar los beneficios empresariales y la recaudación de impuestos, ha sido determinante para sostener la industrialización de la ganadería frente a la ganadería extensiva, garantía pastoril anti-incendios. La Política Agraria Común (PAC) vino a agravar este proceso, metiendo en cintura a los maquinistas-agricultores cerealistas que son la base del sistema de alimentación industrial.

 

Para el año 2022, uno de los más virulentos en cuanto a incendios forestales de los últimos años, la Asociación Profesional de Agentes Medioambientales de Castilla La Mancha reconocía que las cosechadoras habían provocado más de la mitad de los incendios que se habían producido en la región13.

 

 

Análisis casuístico

 

Si pasamos a analizar la ESTADÍSTICA GENERAL DE INCENDIOS FORESTALES (EGIF)14 para los territorios sometidos al Estado-nación español, podemos analizar las verdaderas causas de los incendios forestales. El balance final del año 2015 se cerró con 11.810 siniestros y 109.782,85 hectáreas forestales afectadas. Las causas principales son negligencias y causas accidentales (21,7% de las hectáreas quemadas) e incendios intencionados (58,6% de las hectáreas quemadas).

 

 

Para las 23.800 hectáreas quemadas por causas accidentales y negligencias, 13.000 hectáreas las quemaron motores y máquinas, 350 hectáreas ferrocarriles, 3.250 hectáreas líneas eléctricas y 135 hectáreas actividades militares. Todo esto supone un 70% de la superficie total y más de la mitad de superficie arbolada quemada por estas causas, causas en las que el Estado mediante su sistema tecno-industrial es directamente responsable.

 

En relación a los incendios intencionados existe un gran agujero de información. Del total  de hectáreas quemadas, el 60% están catalogadas  como  “relacionadas  con  prácticas  tradicionales”, pero si analizamos el número de siniestros (6.380) y el número de causantes identificados (148), la conclusión es que solo se identifica a un causante por cada 43 siniestros. Por otro lado, un tercio de las hectáreas totales quemadas se engloban dentro de “otras motivaciones”, de las que la mayoría están catalogadas “Sin datos”.

 

 

Los titulares que se destacan en el informe de 2015 son claros a la hora de identificar los culpables: “más de un cuarto de los siniestros se debieron a descuidos y causas accidentales. El 42,18% de ellos, estuvieron relacionados con prácticas tradicionales de uso del fuego15. Otro de los titulares indica: “Más del 50% de los siniestros registrados en 2015 fueron intencionados, de los cuales casi el 70% están motivados con prácticas tradicionales de uso del fuego”.

 

Se insiste una y otra vez en responsabilizar a las prácticas tradicionales, es decir, a la comunidad rural y popular de los desmanes de los que realmente es responsable el ente estatal. Según las propias estadísticas, las causas catalogadas como “prácticas tradicionales” son incendios que de media queman una menor superficie y que en muchos casos, no van más allá de quemar una superficie pequeña, porque como bien se indica son descuidos y causas accidentales.

 

Análisis geográfico

 

Vamos ahora a analizar los  siniestros geográficamente a partir  del Cuarto  Inventario Forestal Nacional16  (IFN de 2012). 

 

 

Para el caso de Asturias, con una superficie total de 1.060.357,12 hectáreas, de las que 770.549,93 son monte, casi 3/4 partes (72,66%), lo que supone 6.000 hectáreas más que en 201117. No hay más que ver la evolución del territorio forestal ya que las hectáreas de monte se incrementan año tras año un 16%

 

Para el caso de Cantabria, su superficie forestal se ha incrementado un 6% entre los datos del IFN1 y del IFN4. En cuanto a Galicia, el incremento es de un 2,3%.

 

Los territorios históricos de Galicia, Asturias y Cantabria concentran el 46% de la superficie forestal quemada total en 2015, representando una proporción del 13,14% de la superficie total.

 

 

Análisis estacional

 

Estadísticamente la mayoría de siniestros se concentran en dos épocas: invierno e inicio de primavera (diciembre-abril) y verano (junio-septiembre), siendo la época estival la que concentra los grandes incendios forestales (GIF).

 

Si pasamos a analizar cuando se producen los siniestros concluimos que los territorios más montañosos y con mayor superficie forestal proporcional, son los que concentran los incendios en invierno   o   inicio   de   primavera:  Asturias

(diciembre), Cantabria (diciembre), País Vasco (15 de abril) y Navarra (15 de abril). Estos son básicamente los incendios que tienen como causas las “relacionadas con prácticas tradicionales”, es decir, causados por paisanos.

 

Los   paisanos    que  queman intencionadamente el monte saben cuándo, cómo y dónde hacerlo, repercutiendo en la mayoría de los casos escasamente a su propagación más allá de los objetivos de quema marcados. Así, no le queda más remedio que reconocer a la institución estatal lo que sigue: “Considerando la distribución mensual de siniestros por causas, se observa una gran cantidad de incendios intencionados en los meses de marzo y abril, debido a que esta época coincide con un elevado uso del fuego para prácticas agrícolas y ganaderas. Asimismo destaca especialmente el alto número de incendios intencionados en el mes de diciembre (831 siniestros), facilitado por unas condiciones meteorológicas favorables para su desarrollo.

 

 

Conclusión

 

En el ámbito de la extinción forestal es voxpopuli que la causa principal de los incendios forestales estivales es la cosecha agrícola, sobre todo en las áreas de llanura, escasamente montañosas. Al contrario, los incendios forestales invernales, sobre todo los de áreas montañosas, tienen por causa principal una clara intencionalidad relacionada con los usos tradicionales de gestión que realizan los paisanos.

 

Los incendios estivales son los más virulentos (los llamados Grandes Incendios Forestales) y los que más superficie queman. Los incendios invernales son muchos, en su mayoría controlados, de los que sus responsables son paisanos que buscan reconvertir en pastos zonas de monte bajo que sirvan para el pasto de ganado extensivo. Antaño eran millones las cabezas de ganado que pastaban en nuestros montes, hoy son solo docenas de miles.

 

La disparidad es muy clara entre los territorios montañosos que todavía hoy conservan ciertas formas tradicionales-comunales de gestión del territorio y los territorios no-montañosos que no las conservan. Lo mismo para la disparidad verano-invierno y la naturaleza de los incendios.

 

Los territorios que han mantenido un grado de antropización estable en el tiempo muestran mayor resiliencia ante las catástrofes. La norma de la gente común, tradicionalmente, ha sido cuidar de su territorio. Los territorios abandonados al monocultivo forestal y cerealista, sin antropización, son pasto del fuego. Hoy en día, a causa del abandono y del éxodo rural, el bosque avanza inexorable en los territorios de montaña, a pesar y por encima de los incendios intencionados por los paisanos y se le debe, en muchos casos, poner coto. En los territorios más áridos donde ha desaparecido el bosque autóctono, el Estado sostiene el avance de la agricolización y el desierto progresa si no se le pone remedio.

 

Dicho esto, debemos ceñirnos a la condición bipartida del ser humano, capaz de lo mejor y de lo peor, por lo que la capacidad de hacer el mal es inerradicable en sí mismo. No se pretende por tanto justificar, exculpar o rebajar la responsabilidad de quienes queman de manera vil, aleatoria e injustificada el monte, por razones pecuniarias, para adquirir privilegios, por demencia, venganza o por cualesquiera razones privadas ajenas al derecho consuetudinario y al bien público-comunal18.

 

En alerta desde algún parque de bomberos

Un bombero forestal en activo

estío de 2024


Gk 

 

 

1. Todos contra el fuego (1990). https://www.miteco.gob.es/es/biodiversidad/temas/incendios-forestales/ campania_tv_1990.html

 

2

  https://www.lavanguardia.com/participacion/las-fotos-de-los-lectores/20220724/8422573/90-incendios-forestales- son-provocados-humano.html

 

3

https://lagenterula.wordpress.com/wp-content/uploads/2014/07/vecindadesvitorianas.pdf

 

4

https://es.wikipedia.org/wiki/Cuerpo_de_bomberos_voluntarios

 

5

https://www.ciperchile.cl/2012/06/25/la-junta-nacional-de-bomberos-bajo-fuego-cruzado/

 

6

https://jdiaz474.wordpress.com/2022/08/20/de-convivir-con-el-bosque-a-proposito-del-incendio-de-la-vall-debo-y- en-recuerdo-de-ramon/

 

 

7 Reportaje en el diario El Pais (1980). Muchos incendios forestales son una acción de venganza por la enajenación de los montes comunales. Benigno Varillas.

 

8 Más información al respecto: https://revolucionintegral.org/el-odio-a-la-ruralidad-el-caso-del-ecologista-george- monbiot

 

9

https://oa.upm.es/8936/1/INVE_MEM_2010_83503.pdf

 

10

https://oa.upm.es/6375/1/Valero_71.PDF

 

 

11 Informe de 2022: https://www.mapa.gob.es/es/agricultura/estadisticas/informe2022_tcm30-647936.pdf

 

12 Debe tenerse en cuenta que las cosechadoras han evolucionado en tecnificación, costes, tamaño y por tanto, en capacidad de cosecha, ya que las hectáreas cultivadas de cereal apenas han variado a lo largo de lo que llevamos de siglo  XXI.

 

13

https://www.aeafma.es/gabinete-de-prensa/noticias/2237-cosechadoras-detras-mas-mitad-incendios-forestales

 

14 Los últimos datos recopilados datan de 2015: https://www.miteco.gob.es/es/biodiversidad/temas/incendios- forestales/estadisticas-datos.html

 

15

https://www.miteco.gob.es/content/dam/miteco/es/biodiversidad/temas/incendios-forestales/ iiff_2015_def_tcm30-442974.pdf

 

16

https://www.miteco.gob.es/es/biodiversidad/temas/inventarios-nacionales/inventario-forestal-nacional/ cuarto_inventario.html

 

17

https://www.rtpa.es/noticias-asturias:La-superficie-forestal-de-Asturias-crece-un-1%25-en-la-ultima-

 

 

18 Los excesos deben ser perseguidos mediante un poder coercitivo de carácter popular-municipal, sobre el principio de legislación mínima y máxima severidad cuando proceda.

 

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