Por Asun B. García, lectora de VyR
Tiempo estimado de lectura: 10 min
Estamos viviendo el cuento del traje nuevo del emperador: todo el mundo ve venir el desastre, pero nadie da el paso de decirlo. Hay evidencias de que la sociedad del bienestar y la modernidad está en retroceso, pero nos resulta más fácil mirar para otro lado.
Esta actitud a caballo entre la resignación y la cobardía es muy frecuente y ante la problemática enseguida se busca quitar hierro al asunto y se frivoliza. Por ejemplo, en la cola de Correos para obtener la tarjeta que permite a algunos vehículos circular por el centro de las ciudades: -“Mira, total por 20 euros, es mejor pagarla y te olvidas”.
El bienestar social del que gozamos tiene un precio, y como buenos ciudadanos asumimos dócilmente el incesante goteo de requisitos. Nos empieza a parecer excesivo, pero todo sea por la buena marcha del país.
Con frecuencia escucho que la juventud no quiere trabajar porque no tienen necesidad: viven con sus padres, tienen de todo y encima no es difícil conseguir una paga por existir. El que así opina parece desear que la sociedad se empobrezca y así los jóvenes necesitarán trabajar. Pero ¿cómo van a ser esos trabajos?
Es cierto que las pagas corrompen, son una lacra, mera compra de votos. Yo creo que además las personas se resisten a ser trituradas por el mercado laboral, no quieren entregarse porque perciben la degradación que supone.
Antes y siempre, la juventud participaba desde otras dinámicas: la ayuda, la necesidad, el interés, la curiosidad. ¿Hoy cuál es el estímulo?: ganar dinero. Sólo hay un fin, y para lograrlo es válido hacer cualquier cosa; no importa lo que “se te mueva por dentro” o cómo te hace sentir. El “oficio” idealizado es el de funcionario. Y si no hay quién produzca, a mí que me importa: bien porque no es asunto mío, o bien porque yo soy muy poca cosa para asuntos tan grandes, no me corresponde implicarme en la solución.
No hay conciencia colectiva, se ha perdido.
La gente, en general, considera que el Estado se lo ha dado todo, y cuando pierdan el bienestar van a reclamar más Estado, no menos: es el resultado de la estrategia del miedo y la pasividad. De este modo no se ve al Estado como parte del problema, sino que se espera de él la solución, y si hace falta se le refuerza con más dinero vía impuestos y con más control y sanciones. La alternativa al Estado es el caos.
Por otra parte, a nivel individual una persona hoy se plantea retos de andar por casa: hacer ejercicio, comer sano, dejar de fumar, encontrar un empleo mejor… como lucha vital. En lugar de pelear por la justicia, la dignidad, la transparencia, la verdad. Es desgastarse en lo pequeño y dejar de lado las grandes cuestiones humanas. Es un signo de degradación o falta de grandeza.
Otra cuestión importante es la situación de la familia. La familia es una cadena de vida. Recuerdo a mi abuela, anciana, en su cama cuando acudíamos cuatro mujeres a lavarla y mudar sus ropas, nos recorría con la mirada y decía –“Ay, la de veces que estuve yo ahí donde estáis vosotras y ahora me toca a mí estar aquí”. Las cuatro mujeres éramos: hija, nuera, nieta y bisnieta de ella. Efectivamente la familia funciona como una cadena de favores o de deseos, el amor es el motor.
Como mujer y madre que soy, percibo que está feo decir que prefiero cuidar, ocuparme de mi familia, que trabajar por un salario. No es que no tenga un trabajo, soy autónoma y de profesión llamada liberal desde hace 25 años, pero no me estimulan las ventajas del éxito profesional (dinero, viajes, consumo) porque busco otro tipo de recompensas más humildes y sencillas que me parecen más humanas (comer lechuga o pollo casero, transformar un zarzal en una arboleda, saber cómo se sienten mis hijos).
Tras haber recorrido el sistema educativo de principio a fin, de párvulos a la universidad, puedo decir que nos adoctrinan para que nos identifiquemos con el éxito profesional. De esta forma el auto-cuidado y el cuidado de los demás lo seguimos teniendo delante, pero no es asumido.
Sin embargo, todos agradecemos la ayuda, la colaboración de los otros. Nos gusta comentar cómo nos han ayudado o hemos ayudado a alguien.
Por todo esto aprender sobre el Comunal nos puede ayudar mucho en estos momentos. El Comunal que crearon nuestros antepasados y que existió durante siglos sirvió a la gestión de lo colectivo, y también había una vida privada que era esencial. A mi entender esta forma de vida, con bienes compartidos en común, integraba a la sociedad, le daba cuerpo y congruencia colectiva. Y al mismo tiempo la gente tenía lo familiar y vivía de su trabajo personal.
Necesitamos avanzar hacia una concepción Comunal hoy, como alternativa del concepto Estado. El objetivo no es arrimarse al comunal o arroparse en proyectos comunales. Eso sería en el fondo seguir buscando la protección del papá/estado. La idea del comunal hay que aplicarla sólo a lo común, porque lo colectivo no debe ser el soporte de las familias, aunque sí será un complemento muy eficiente. Pero la base es lo individual, ser por uno mismo, tener claro cuál debe ser la unidad autoconstruida más eficiente: el individuo con valores morales y capacidad para salir adelante en la vida.
Por tanto lo adecuado será llevar a la práctica el comunal sólo tras haber realizado extensamente lo privado, lo individual, lo personal. Entonces estaremos preparados para participar además de lo común. Y lo común surgirá más fácilmente y con mayor solidez.
El Estado se ha construido de abajo arriba, en vertical, anulando mucho al individuo. Y la sociedad comunal se debe construir en horizontal, creciendo como persona y vibrando hacia los demás.
De esta forma iremos desmontando al Estado, que se financia con nuestro consumo y se legitima con nuestro voto. No votar y máxima autosuficiencia.
Asun B. García
Añadir comentario
Comentarios