La princesa Leonor y el estoicismo de Estado

Publicado el 1 de febrero de 2025, 7:45

Por Jesús Trejo

[Tiempo estimado de lectura: 11 min]

 

“Solo hay dos tipos de teorías: las que dividen el mundo en dos tipos de teorías y las que no”1

 

La princesa Leonor se ha embarcado en una singladura de cinco meses por las procelosas aguas de la mar oceana, en el buque escuela Juan Sebastián Elcano, en condiciones austeras y con un fuerte componente de malestar físico. Después de su periplo no menos arduo por el ejército de Tierra, la llamada a ser primera mujer capitana general de las FF.AA. en el reino de España, sigue forjando su carácter y sus lazos de camaradería con las promociones que comandarán el brazo armado del Estado, la “ultima ratio regis”. El agua fría, el “mal de tierra”, la estrechez de los camarotes, el encallamiento de manos, la ansiedad por los tempos cronometrados, son las experiencias no precisamente cómodas y gustosas, seleccionadas para la joven heredera al trono.

 

El lado propagandístico que contiene la estancia de la “dulce” Borbón en estas exigentes instituciones militares es obvio. Leonor es la abanderada del empoderamiento femenino, y ahora que está en la Armada, diremos que es el buque insignia de la feminización del poder. Tras ella, un pujante grupo de féminas, ávidas de comandar el brazo armado de la hispanidad y los intereses de las empresas del IBEX, están siendo progresivamente cooptadas por la institución militar, hasta ahora cargada de testosterona y misoginia. El número de “generalas” ha llegado a 10, y el total de féminas ha superado por primera vez el 13% en los cuarteles de las tres ramas del ejército2.

 

Barack Obama expresaba en 2014 la idea de que la incorporación de la mujer al ejército aseguraría que hubiera menos guerras, mostrando con ello que en verdad el color de la piel no diferencia a las personas: todos los pigmentos epidérmicos pueden ser igualmente perversos y torticeros. Para el caso del adalid demócrata negro, tendría que explicar cómo puede defender eso cuando el ejército que más presencia femenina tiene a nivel mundial, el israelí, ha sido el más frenético y sanguinario de los últimos tiempos, y que la rama más letal, la aeronáutica-drónica, una de las más feminizadas de todas3.

 

Volvamos al meollo. El aprendizaje militar es de carácter, no teórico. Se trata de aprender el estoicismo necesario para dominar. Porque hay un estoicismo de Estado, que sirve a la voluntad de Poder y al que últimamente se le viene promocionando ante la más que segura vuelta a las quintas (reclutamiento forzado entre los y las jóvenes) y del que debemos distanciarnos a la hora de proponer una ética de la Revolución Integral que sirva a la voluntad de amar.

 

El dominio, sea político o privado, solo se puede ejercer desde la austeridad personal y la disciplina. La versión estupidizada de las izquierdas sobre lo que significa el núcleo duro del Estado, las Fuerzas Armadas, ridiculizando las figuras militares como chuscas y mendaces (tal como ha hecho la revista satírica “el jueves” durante años), retrata bien el papel que ejerce el pensamiento progresista a favor del Poder. Se trata de desarmar al pueblo, dejándolo indefenso de moral guerrera y combativa, repudiando los componentes primarios de la soberanía y el autogobierno, que es aceptar el dolor del esfuerzo para enfrentarte a tus opresores.

 

Vivir en la indolencia nos desarma, aceptar el esfuerzo nos construye. Sin embargo, para la versión reduccionista de las ideologías progres, la disciplina y el sacrificio representan la moral esclava de los mojigatos reprimidos, mientras el desenfreno y la anarquía del deseo es la expresión de los seres liberados y luminosos. Estos jacobinos maniqueos entienden que todo está dividido en dos bandos, y que lo que hace el bando de los poderosos tiene que condicionar lo que hace el bando de los dominados, para justamente hacer lo contrario.

 

Lo que no entienden estos “tribunos de la plebe” es que el ejercicio del Poder requiere perseverancia, inteligencia, sobriedad, diligencia, compañerismo entre iguales, que precisamente son todas las facultades que se echan en falta entre el populacho embrutecido y sus líderes “sicofantes”, que buscan adular el oído de las masas con promesas de más consumo, haciendo la cama a las elites en su “tarea” directiva, dado que el pueblo en ese estado lamentable de dejadez soberana es incapaz de tomar las riendas ya no solo de la “res pública”, sino incluso de su propia “res extensa”. Acabar con ese simplismo en el pensamiento es una de las tareas cruciales en nuestros tiempos.

 

Muchísimos libros de autoayuda y de la psicología del bienestar, que inundaron las estanterías de las bibliotecas y librerías hasta hace muy poco, se resumían en dos frases: el dolor es inútil y hay que vivir el ahora4. Las propuestas de esta pedagogía de la complacencia y de la integración adaptativa a esta infrasociedad estatocrática es que no te ahogues en el vaso de agua de los problemas cotidianos (el trabajo, la economía, la familia, los hijos, los estudios), que cambies el chip con el que afrontas las dificultades, que las veas con ojos “brillantes y cantarines”, y que digas como Serrat, “hoy puede ser un gran día…”

 

Un gran día de mierda.

 

En realidad, el olor nauseabundo que percibimos y que nos hace ir enfuruñados y con la nariz tapada no es un problema personal, sino que es la constatación de la macrogranja de cerdos que la sociedad de bienestar instaló como forma de vida suprema. Y cambiarla significa atentar contra su institución y contra la esencia porcina individual que cada uno ha aceptado como existencia. Y esto exige sacrificio, significa abandonar el lodazal de las purinas cálidas y blandas del bienestarismo, por una forma de vida agreste, dura e inestable. Pero libre.

 

Si renunciamos al dolor, renunciamos a la lucha, y sin lucha nunca vamos a cambiar esta existencia degradada bajo la que sobrevivimos malhumorados, enfermos y apáticos. Esta es tal vez la primera enseñanza del estoicismo, la aceptación de lo penoso en aras de los principios morales que nos hacen humanos.

 

Por otro lado, está el “presentismo”: Vivir el ahora, no acongojarte con el futuro, no lacerarte por el pasado, sino disfrutar de cada momento. Esto fue propio de las escuelas cirenaicas5 que promovieron la búsqueda del placer no demorado como razón vital. Y se encontraron de nuevo con más insatisfacción, habida cuenta de lo efímero de las sensaciones placenteras, entrando en una dinámica paranoica de búsqueda de nuevas experiencias que dieran el subidón euforizante. Las perversiones y las desmesuras entraban en esta demencial carrera, y por eso los epígonos hedonistas como Hegesías terminaron por abogar por el suicidio, acabando así con el dolor paradójico del ansia placerista. Y es que vivir en el presente es una de las formas más eficaces de caer en la desidia y la indolencia, porque sin un futuro que construir, ni un pasado inspirador (o también tortuoso a superar), no hay incentivo para el cambio y la transformación personal. La virtud en forma de adopción voluntaria de hábitos no espontáneos solo se consigue si se tiene una idea mejorante de uno mismo. Y esa idea futura es la que te hace perseverar en cada momento actual.

 

Contra el presentismo se rebelaron las escuelas que promovían hábitos virtuosos, que no tenían que ver con la inmediatez de la satisfacción, y sí con una idea de dignidad humana, la más importante de todas el aceptar como “modus vivendi” la capacidad de forjarse a uno mismo en la disciplina de actos ajustados a los principios abrazados libremente, y no en sensaciones gozosas. Por eso una de las ideas-fuerza de la filosofía estoica es: “no necesitar la felicidad es nuestra felicidad”, es decir, tener una escala de valores asentada en el autogobierno de uno mismo, abandonando las pseudometas materiales que desequilibran a las personas y buscando la concordancia entre ser y hacer.

 

Cicerón y Seneca, igual que Marco Aurelio, fueron grandes figuras de la elite romana, en distintas fases de su desarrollo. Todos ellos abrazaron en mayor o menor medida las enseñanzas estoicas, fundamentalmente para no dejar de ser personas y verse arrollados por la mundanidad del placer, la vanidad y la prepotencia que les brindaba su privilegiada situación. Pero lo hicieron desde la cúspide, para beneficiar al Imperio que les daba la superioridad moral respecto del resto de sociedades. E igualmente lo hicieron desde la hipocresía, al perorar por la frugalidad desde sus costosas mansiones, al hablar de igualdad mientras sostenían uno de los mayores imperios esclavistas de la historia, o a defender la fortaleza de ánimo mientras agasajaban con discursos a los tiranos de turno que controlaban el imperio.

 

Lo que sí tenían claro es que la perversión, la gula o el amasar riquezas, propio de una vida disipada, no eran las formas más apropiadas de ejercer el poder, y además provocaban la degeneración y la vulnerabilidad de sus instituciones. Como recogía Séneca en uno de sus escritos: “tot servi, quot hostes”6 (tantos esclavos, tantos enemigos). El estoicismo de Estado reconoce que para llevar el timón del Imperio, los dirigentes deben permanecer sobrios y no dejarse embelesar por los cantos de sirena que hagan recelar a la tripulación y cuestionarse la estructura jerárquica de mando, y por eso aconseja ser benevolente con los subordinados y los esclavos, para mantenerlos sosegados y bajo control.

 

Para la posibilidad de una sociedad horizontalista, sin elites mandantes, es urgente recuperar la filosofía y sus enseñanzas morales. El estoicismo apunta elementos necesarios, pero no suficientes, para la autoconstrucción de personalidades vigorosas, que no rehúyan el combate ni los desafíos de nuestra época, ni se aflijan por el estado deplorable en que se encuentra el espíritu popular.

 

Hay que volver a entusiasmarse por las capacidades humanas, especialmente por los ideales, por el carácter y el ánimo: la virtud entendida como fuerza interior7. Como decía el antiguo cuento “el viejo tonto que removió las montañas”, el hecho de que la tarea a realizar sea ingente, como remover una montaña a golpe de azadón para que pueda dar el sol en el valle, no significa que por escasas que sean las posibilidades de realización nos impida ponernos manos a la obra. Al revés, cuanto más invencibles sean los obstáculos por superar, más fuertes nos forjaremos en el intento por doblegarlo.

 

Jesús Trejo

 

 

1 Michael Shermer, cf en “la mente parasitaria” Gad Saad, pg 44.

 

2

https://www.larazon.es/espana/defensa/diez-mujeres-marcan-paso-liderazgo-militar_20250119678c52396b777a000178a80d.html

 

3

https://citaconsularhn.com/mujeres-del-army-usa/

 

4 “La inutilidad del sufrimiento” Maria Jesús Alava Reyes.

 

5 “Hitos del sentido” A. Escohotado, pag 185.

 

6 “El eclipse de la civilización” Ignacio Gómez de Liaño, pg 118.

 

7 En pocos meses seguramente saldrá el libro-compilación de lo mejor del saber estoico, prologado por Jose Francisco Escribano: “Fuentes del estoicismo” en editorial bagauda. Mientras tanto, las obras de Musonio Rufo y de Epicteto pueden consultarse en biblioteca clásica Gredos, núm 207.

 

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