Cristianismo "Ateó"rico

Publicado el 3 de enero de 2025, 8:01

Por Jesús Trejo

[Tiempo estimado de lectura: 11 minutos]

 

“Eloi, Eloi, lema sabactaní…1

 

En febrero de 1972 Kissinger estaba de visita en China a invitación del primer ministro Zhou Enlai, y en una conversación informal, conocedores de que el mandatario chino había estado en Francia siendo joven, le preguntaron sobre el alcance de la revolución francesa: “es demasiado pronto para saberlo”, sentenció el primer ministro.

 

A pesar de que parece que la frase estaba sacada de contexto y que en realidad la respuesta era en relación con los acontecimientos del mayo del 68, esta frase ha servido para asentar la idea cuasirreligiosa de la sabiduría oriental y su proverbial prudencia, frente al cortoplacismo de Occidente, a la hora de evaluar el impacto de la historia sobre el presente.

 

Sea como fuere, lo cierto es que hoy más que nunca, en tiempos de la memoria pez que nos ha impuesto el Estado del despotismo mental, eufemísticamente llamado modernidad, es necesario recuperar la visión milenial para hacer balance y aprender de las experiencias en el ancestral litigio entre pueblo y elites que vertebra toda la historia de la humanidad2

 

De ahí la pertinencia de tratar el cristianismo como movimiento de masas enfrentado a la tiranía estatal, que en ese momento se concretaba como Imperio romano, y también cómo fue asimilado por el Poder, en un proceso que muestra el ejercicio de la dominación política de los déspotas, con la integración de los movimientos subversivos, convirtiéndoles en meras formas cultuales (de culto, con sus ritos) y despojándoles de todo contenido cultural (en forma de cosmovisión interiorizada que impulse la actividad personal).

 

La izquierda, una vez que el aburguesamiento ideológico de su discurso ha vaciado de contenido sus propuestas, para no perder base social, se ha aferrado al anticlericalismo como sustento programático. Estos grandes adalides del progreso se han ensañado burlonamente con la hipocresía que destilan los fieles cristianos y sus sacerdotes, que predican el cuento del desventurado y humilde nazareno aupados sobre suntuosos púlpitos dorados, que nos predican lo amorosos que hay que ser mientras apoyan las intervenciones militares de gobiernos que pagan sus nóminas3, y que han tomado perversamente al pie de la letra el mandato mesiánico “dejad que los niños se acerquen a mí”. Igualmente, nuestros siniestros críticos se llenan la boca sobre el tremendo poder que detenta la curia apostólica romana y el gran ascendente que tiene su represiva moral (cuando en realidad el catolicismo ha sido la religión que ha experimentado el descenso más espectacular en número de fieles asistentes y en seminaristas, un 10% en solo un año).

 

Para ello muestran ante el tribunal de la razón pública una cantidad ingente de datos contrastados sobre el comportamiento hipócrita de la casta eclesiástica4, y presentan como pruebas testimoniales ciertos párrafos de los libros sagrados, que igualmente anulan el componente de justicia social que pudiera tener el mensaje cristiano.

 

Lo que subyace en el ataque al cristianismo institucionalizado en Occidente, es la posibilidad de tirar con el agua sucia al niño moral que se bautizaba en su bañera. Porque en realidad, cuando uno profesa una crítica a la hipocresía, lo puede hacer desde dos posiciones: o bien defender lo dicho frente a los actos, o bien defender lo que se hace frente al discurso que se pronuncia. Pues bien, la izquierda defiende absolutamente todas las acciones perversas que echan en cara a los curas: su lujo, su perversión sexual, su funcionarización como fieles servidores del Estado. Lo que realmente exige la inquisición progresista es que salgan del armario, y que reconozcan que son vividores, puteros y pedófilos…como ellos.

 

Pero ¿realmente fue el cristianismo un movimiento religioso cobarde y represivo, castrador de la libertad y sexófobo, como lo pintaba Nietzsche, al que copia toda la izquierda, y que incitó a todas las iniquidades que los reyes apostólicos hicieron en su nombre?

 

Veamos:

Lo que conocemos por la Historia es fundamentalmente gracias a la escritura, al documento (gráfico o arqueológico interpretado). La Historia la escriben los vencedores, como expresó Orwell, pero además en ciertas épocas esta intuición de que la escritura es un arma de los poderosos, para alicatar con su discurso su visión de los acontecimientos pasados (y por tanto condicionar el futuro), hizo que el pueblo usara solo la oralidad, la primera mano, la fuente no corrompible, directísima, del testimonio en carne propia. “El verbo se hizo carne” es una de las frases habituales en la Biblia neotestamentaria, y aunque interpretada de manera teológica, lo que viene a decir es que solo la palabra proferida en carne viva tiene veracidad, es insobornable.

 

Platón había ya recogido la cuestión del problema de la transmisión del conocimiento y las diferencias entre oralidad y escritura, finalizando con la afirmación algo melancólica de que a pesar de que la escritura es un mal, porque ayudaba a disolver las capacidades memorísticas y la interiorización del discurso, es sin embargo necesaria para legar como estímulo reflexivo el conocimiento asentado (se cuidó mucho de decir que de paso servía para manipular dichos discursos al gusto del Poder, como de hecho él hizo con el legado oral socrático)5.

 

El cristianismo fue en sus inicios un movimiento rural y difundido oralmente, que evitó en lo posible las concentraciones urbanas, civilizadas y cultas6. Los críticos del mensaje de Jesús se cebaban con que sólo los analfabetos, los niños y las mujeres se arremolinaban en torno al apóstol de turno para oír el mensaje de esperanza. Seguramente tras esa renuencia hacia el público cultivado, se buscaba una estrategia de selección de auditorio, poco contaminado o “teorizado” por el pensamiento oficial, tanto romano como judío. En definitiva, ateórico. Lo de ser una religión de libro, junto con el judaísmo y el islam, fue fruto de una construcción propagandística, que mezclaba la tradición oral con las interpretaciones interesadas de una pujante jerarquía eclesiástica, seleccionada por el Imperio Romano, el cual, para hacerse con el control del movimiento popular, fue incorporando añadidos conciliadores hacia el Estado, por medio de la deificación de la figura de Jesús, la pacificación su mensaje, la despolitización sus objetivos, imponiendo una interpretación meramente cultual y ascética, y metiendo puyas misóginas, para hacerlo compatible con la sumisión necesaria que reclama todo poder estatal hacia las mujeres por ser el reservorio de la fecundidad necesario para reponer a sus siervos.

 

Todo el proceso manipulador culminó en el concilio de Nicea en 325, donde se aceptó definitivamente el canon de la religión católica que reformuló torticeramente el corpus disperso de la experiencia comunitarista de las múltiples iglesias constituídas, y que en el año 367 el poderoso obispo de Antioquía, Anastasio, cerró definitivamente con los 27 libros que componen el actual nuevo testamento.

 

Ahora bien, en los años de madurez evangélica, en donde Jehoshua ben Yosef, alías Jesus de Nazaret, recorrió Galilea, había también movimientos “alternativos” enfrentados al modo de vida funcionarial y sumiso que imperaba en la provincia hebrea. En Antioquía se conoce que había presencia organizada de la corriente cínica (Gadara y Tiro), e igualmente el movimiento esenio era otro de los referentes poderosos contraculturales enfrentados a la Pax romana.

 

Los cristianos quisieron deslindar su propuesta de ambas posturas. En el primer caso, porque el movimiento cínico se había convertido en una secta de perroflautas mendicosos que tras su mensaje altisonante y maleducado se escondía una forma de vida subsidiada por el trabajo ajeno, que se autocomplacía viviendo en los márgenes del sistema7. Por eso en los evangelios se recoge explícitamente que los seguidores de Jesús se diferencien del “uniforme” oficial de los cínicos8, con los que sí les unía el desprecio material a la riqueza, la crítica a los convencionalismos y el elogio de la intemperie.

 

El cristianismo buscaba una revolución social, no una mera subsistencia digna. El Imperio Romano podía cohabitar sin problemas con el “punk” cínico, todo pose y denuncia, pero no se podía permitir que dicho mensaje se encarnara en una propuesta sodalicia, donde el amor hacia el prójimo y el desventurado diera alas a un movimiento de desobediencia civil en forma de rechazar los impuestos, rehuir la llamada de reclutamiento imperial, y de compartir unos con otros los bienes y las penurias, formando una sociedad civil autogestionaria no dependiente del pan y circo de Roma.

 

Esa fue la causa por la que Jesús fue ajusticiado, junto con otros seguidores (los erróneamente llamados bandidos), como expresión de la “ius gladiis”, la prerrogativa del Imperio de disponer a discreción de las vidas de sus súbditos, especialmente si éstos les salían díscolos.

 

Respecto de la secta esenia, aun cuando hay debate sobre si Jesús formaba parte de ella (es más probable que Juan el Bautista sí), lo cierto es que el nazareno no quiso hacer un movimiento sectario, sino abrir la posibilidad de la convivencia fraternal y comunitaria a todo el cuerpo social, mediante asambleas (ekhlesia) de hermanos que decidieran sobre el total de los asuntos humanos y divinos. Con todo, la diferencia fundamental con los esenios estribara en su percepción táctica: para el movimiento cristiano, no era el momento de levantarse y plantar cara al Imperio, dada la débil correlación de fuerzas, y por eso optaron por acumular en silencio, catacúmbicamente, creando estructuras y redes convivenciales. En este sentido, la manida frase “al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios” vendría a proponer que se contemporizara con el poder instituído hasta que se pudiera dar una respuesta victoriosa.

 

En todo caso, discernir sobre si el movimiento cristiano era una religión más, con Dios y con culto, o si era una ideología insurreccional hay que encontrarla en ciertos detalles del canon recogido como oficial por la institución estatal eclesiástica, que se formalizó en el siglo IV, y hay que ayudarse de la crítica textual, procedimiento muy avanzado hoy día para reconocer impostajes al documento original.

 

Hoy se sabe de manera fehaciente la cantidad de añadidos humanos que ha sufrido la “palabra de Dios” neotestamentaria. Y conviene remarcar el carácter torticero de las manipulaciones que ha sufrido la transmisión de la “buena nueva”.9

 

Es obvio que nunca sabremos la realidad de lo ocurrido con el movimiento de los seguidores de Cristo en los convulsos y apasionantes primeros años de nuestra era. Pero está claro que lo religioso no es más que una sublimación alegórica de un proyecto de vida, y de las vicisitudes que hay que enfrentar para alcanzarlo. En el caso del cristianismo, cuyo foco es el amor fraternal (Dios es amor y la asamblea es su cuerpo), y su símbolo es el sistema de tortura que usaba Roma para ajusticiar a los sublevados (la cruz), está marcando claramente una filosofía de vida, al margen de la creencia o no en una divinidad redentora. Por eso podemos abrazar el corpus cristiano sin necesidad de aceptar la existencia metafísica de su Dios. Podemos ser cristianos ateos, y también ateóricos, en tanto todas las manipulaciones encarnadas en el dogma escrito son deformaciones interesadas de ese ideal fraternal, sodalicio y combativo.

 

En las fechas que el Occidente celebra la onomástica, aunque mal calculada10, del nacimiento del Mesias, conviene de nuevo demorarnos en sus aportaciones para una futura sociedad de eternos pecadores, dada la consustancial imperfectibilidad de lo humano, que puedan redimirse compartiendo el pan, el vino y el trabajo en comunidades de iguales.

 

 

Jesús Trejo

 

1 “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” últimas palabras de Jesús antes de expirar en la cruz, según el testamento más antiguo (Marcos) en torno al 60 d.c.

 

2 “La historia es la historia de la lucha de clases”

 

3 Hay cerca de 17.000 sacerdotes para 22.000 parroquias y 8.500 monjas de clausura. Los negocios de la Iglesia representan el 3% del PIB español, y aunque las aportaciones del Estado son el 25% del montante total ( 360 millones), hay que sumar formas indirectas de financiación estatal,(exención del IBI, del impuesto de sociedades, el de transmisiones y el de actos jurídicos documentados) y paraestatal, en forma de ayudas particulares y grandes corporaciones “piadosas”. (El economista, 20/09/24: “así se financia la iglesia católica”) las cuales permiten desgravarse en el IRPF.

 

4 Los escándalos del Vaticano, a nivel económico (el banco ambrosiano se sirvió del blanqueo de dinero de la mafia para enriquecerse), a nivel político (el desvergonzado apoyo que la Curia da a los Estados militaristas y opresores), y a nivel moral (los abultados casos de pederastia y homosexualidad en el seno del anacrónico celibato del estamento sacerdotal)

 

5 “Fedro” O.C. Tomo III, pg 403 ed Gredos

 

6 “Aproximación al Jesús histórico” Antonio Piñero, pg 295

 

7 “Jesús y los cínicos”, pg 23. Epicteto reconoce que en el siglo I y II, la corriente cínica que él elogiaba de la primera ola (Diógenes, Crates…) había degenerado en una panda de zarapastrosos sin discurso profundo y con mucho morro.

 

8 “Jesús y los cínicos” C. Mielgo, pg 27. El autor cita la vestimenta típica cínica: manta, alforja y bastón. Por contra, en Lc 10, 4 y en Mr 6,8 se recoge claramente rehuir de tales complementos.

 

9 Un libro de obligada consulta para conocer el proceloso periplo de la construcción hipermanipulada en el legado neotestamentario es “Jesús no dijo eso” de Bart D. Ehrman. Sin embargo, el autor adolece de apoliticismo y no encuentra motivaciones políticas en la construcción del dogma católico

 

10 Los cálculos realizados en el 525 por Dionisio el exiguo, a petición del papa Juan I, para concretar la fecha del nacimiento de Jesús y salvar las progresivas discrepancias entre la iglesia occidental y la oriental, erraron entre 6 y 4 años, antes de la fecha institucionalizada. Ahora estaríamos en realidad en torno al 2030.

 

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