Editorial 21 - Gota fría: ¿Estado fallido o Estado infalible?

Publicado el 1 de diciembre de 2024, 12:24

Equipo de redactores

Tiempo estimado de lectura: 20 min.

 

 

 

«No et limites a contemplar aquestes hores que ara venen, baixa al carrer i participa. No podran res davant d’un poble unit, alegre i combatiu».

Vicent Andrés Estellés

 

El sadismo y la inoperancia son dos características consustanciales en las élites mandantes, y es normal, dado que su privilegiada situación está asentada sobre el sufrimiento del pueblo, y por ello se alegran de su dolor; y por otro lado, porque su aparato estatal está repleto de funcionarios perezosos, de muertos vivientes, bajo la batuta del «ordeno y mando».

 

Tras el genocidio del pueblo valenciano, encubierto bajo un desastre ecológico, han salido de nuevo las moscas mediáticas que tanto proliferan cuando hay mierda política de la que sacar tajada, con la idea de que todo el desastre acaecido por la gota fría en el levante peninsular ha sido consecuencia del fallo de las estructuras institucionales, y por tanto, pasan a catalogar el problema como que España es un estado fallido, que hay que apuntalar con más estado.

 

No, el Estado español funcionó perfectamente. Todos los componentes de su ejército de funcionarios hicieron exactamente lo que se les dijo. Todos acataron escrupulosamente las órdenes: los políticos cumplieron a la perfección su papel de esperpentos, los policías se quedaron en su sitio, los bomberos también, y por supuesto los militares. Nadie movió un dedo, nadie se insurreccionó llevándose máquinas pesadas o herramientas para ponerse al lado del pueblo valenciano. Todos acataron órdenes (aunque luego, a título personal, se pusieran a sacar agua y fango tras sus horas laborales). La dejadez y la pasividad es también otra forma de actuación, y se permitió que el desastre natural se cebara con las gentes de la huerta de Valencia, a las que ya se les había condenado a la posibilidad de anegarse con la reforma del cauce natural del Turia después del año 1957.

 

El dicho popular «Dios aprieta pero no ahoga» propio de la vieja cultura cristiana ha sido superado con creces por la nueva divinidad pagana estatal: ahora el Estado aprieta y ahoga, mostrando su terrorífico semblante a sus criaturas. Porque el Estado ha sido endiosado por todo el espectro político, desde la extrema izquierda a la extrema derecha. Para ellos, este ente cuasi mitológico, detentador tanto del cariño maternal, alabado por la izquierda (sanidad, educación, servicios sociales) como de la severidad paternal, demandada por la derecha (cuerpos de seguridad, disciplina, ejército), es una deidad neutra que, según cómo la agasajes con ofrendas en las urnas, conseguirás una versión u otra, y que siempre mira por tu bien.

 

Esta visión infantil, típica de las religiones políticas, se enfrenta al eterno problema de la existencia del Mal. Porque si nuestro ente amadísimo es tan perfecto en su misericordia, no deberían darse situaciones de desamparo, dolor y sufrimiento entre sus criaturas, en un mundo megainstitucionalizado, construido a su imagen y semejanza. Los aduladores estatistas responden igual que San Agustín, diciendo que el ente divino estatal es ontológicamente perfecto, pero puede verse lastrado por la libertad para elegir el mal en cada individuo que ostente cargos públicos.

 

La vieja cantinela de la corruptibilidad de los dirigentes se ha sacado de nuevo a colación con la tragedia valenciana, por parte especialmente de aquellos que quieren mantener al pueblo idiotizado con el sistema partitocrático, sin permitirles acceder a la realidad mostrada por los hechos: que se tuvieron todos los datos y se dejó desamparada a las gentes del común.

 

Hay que ser todavía muy ingenuo para pensar que en la era del «Imperio 2.0», tan sofisticado, donde se monitoriza hasta el más mínimo detalle, estos desastres naturales no sean previsibles y se puedan tomar medidas de prevención hacia la población directamente afectada. En el caso de la DANA, dejando un devastador balance de muertes directas seguramente maquillado (y las que vendrán, como consecuencia de enfermedades, depresiones postraumáticas y perplejidad existencial), lo que tenemos que explicar son las razones por las cuáles el Estado más avanzado del mundo en materia de igualdad y transparencia no actuó, o mejor dicho, actuó no dando avisos públicos ni activando a las distintas fuerzas y cuerpos de seguridad (policías y Guardia Civil) cortando la circulación y desalojando zonas susceptibles de ser barridas por las riadas, como se hizo en el año 1982 con la famosa pantanà, al romperse la presa de Tous.

 

Que la información llegó en tiempo real a los centros de control es conocido: los anemómetros, pluviógrafos y caudalímetros marcaron niveles raramente antes alcanzados, y aun así, las poblaciones en las que se conocía que había zonas vulnerables no fueron avisadas (aunque parece que sí lo fueron los funcionarios de algunos ayuntamientos). De nuevo la pregunta nos asalta violentamente: ¿por qué no se hizo nada?

 

Lo público contra el público. Tal y como eufemísticamente gusta llamar a los apologetas de la máquina estatal, el «ente público» se enfrentó a su eterno enemigo: el pueblo. Hace algún tiempo, Naomi Klein publicó La doctrina del shock (2007) con el sugerente subtítulo El auge del capitalismo del desastre. La autora partió del comportamiento apático y desganado de las autoridades ante el huracán Katrina, que asoló Nueva Orleans en 2005, para indagar en las estrategias de aprovechamiento que el capital especulativo utiliza para rentabilizar el sufrimiento y la miseria del pueblo, cuando este se ve afectado por un desastre natural, quedándose con terrenos, propiedades y formas de vida no deseadas por su desafección hacia el poder constituido. Bueno, no todo es dinero, querida Naomi: es fundamentalmente control social sobre unos bastiones populares, recalcitrantes a la ideología delegacionista del Poder, que solo se pueden controlar acabando con sus formas horizontalistas de relacionarse. Para preservar el dinero o, mejor dicho, el poder económico, se necesita un poder mayor, el poder político de dominio sobre la población.

 

Hay que preguntarse entonces qué interés y qué objetivo buscaba el Estado español para dejar que fuera abandonada a su suerte toda esa inmensa extensión popular. Porque esa es la cuestión y no otra. Hay una respuesta estructural y una coyuntural.

 

Respecto de la primera, el Estado, como estructura de dominación, se caracteriza por su absoluto desprecio de las clases populares, tratándolas como mano de obra impositiva bajo el eufemismo de «ciudadanía». Además, su elefantiasis hace que sea torpe en adoptar decisiones, y al estar sobrecargado de entes administrativos que muchas veces se solapan, entorpecen y molestan, recurren a la manida frase funcionarial que sirve de excusa: «esto no es de mi competencia». En la localidad conquense de Mira, arrasada al igual que la zona de la huerta valenciana, había tradicionalmente un convenio con Landete, población aguas arriba, donde a partir de un cierto nivel de escorrentía, un jinete salía a galope a advertir a los mireños de la situación, y eso se mantuvo durante siglos, sin que hubiera que lamentar grandes desgracias personales. Hoy día, la desidia y la burocratización han hecho que en esta ocasión nadie advirtiera a sus convecinos del problema, por mucho sistema informático y mucha revolución de las comunicaciones.

 

Respecto de la situación actual concreta del reino de España, mucha influencia está teniendo el despliegue hacia la frontera Noreste europea del Ejército español, que si bien en otros tiempos «pacíficos» podría perfectamente haberse dado un baño de masas, dejándose querer por las gentes desvalidas, desplegando batallones de zapadores para despejar la zona, parece que hoy, cumpliendo órdenes superiores de la OTAN, tiene que priorizar los intereses patrios frente a los populares1. El flamante nombramiento del exteniente general Francisco José Gan Pampols como vicepresidente de la Generalitat valenciana y hombre fuerte en la «reconstrucción» de la zona devastada, parece señalar la inequívoca inercia hacia la militarización de la vida política, como ya ocurrió con las incorporaciones exprés de los generales Julio Rodríguez a Podemos y Fulgencio Coll a Vox2, que apuntan inefablemente a la estrategia del Estado español ante los nuevos tiempos prebélicos, implementada a partir de la anexión rusa de Crimea en 20143.

 

Pero no todo es Estado, también hay pueblo. Y éste se ha movilizado, se ha agarrado a sí mismo de sus cabellos y ha logrado salir del fango, como en Las aventuras del barón de Münchhausen, demostrando que por muchos siglos de postración e ideología egoísta y consumista propagada por todos los amplificadores mediáticos a sueldo de la Bestia, el sustrato de solidaridad fraternal permanece como rescoldo de esperanza. La mentira de esta sociedad de consumo se demuestra durante los desastres, momento en que la gente tiene latido vital y alegría, donde al perder la vida (la falsa) ganamos la vida real4.

 

Las viejas estructuras de organización popular en forma de comedores colectivos, de ayuda desinteresada, sobre todo juvenil, donde se ofrece mano de obra, limpieza, material, casas, vehículos 4x4 y tractores, sacan de nuevo a la palestra el debate de la capacidad de la gente para poder gestionar su propia vida, incluso en un desastre tan colosal. Las antiguas figuras ejemplares de individuos virtuosos elegidos en la comunidad de iguales, como el adalid o el justicia5, que se han dado de manera espontánea, deberán volver a ser recuperadas de manera consciente para gestionar las ayudas recibidas en cada comunidad, barrio o bloque de vecinos de manera directa, sin tener que pasar por la rapiña de las ONG, al igual que la formación de estructuras de autodefensa popular y de autogestión sanitaria.

 

Igualmente, debemos poner en el candelero la necesidad de que el pueblo se organice en estas situaciones como fuerza miliciana, principalmente para asaltar los centros logísticos y recuperar todo lo que la gente demande para su supervivencia (víveres, medicinas, pertrechos, maquinaria), para enfrentar a las fuerzas mercenarias del Estado que velan por preservar las propiedades estatales y privadas donde se almacenan dichos materiales, y para establecer perímetros de seguridad ante los saqueos realizados por el lumpen bajo el soporte de dichas fuerzas de seguridad.

 

Tendremos que morir muchas veces, tendrá que seguir la sangría cotidiana a la que nos condena la tiranía económica y política, la que nos ata de pies y manos y nos nubla la conciencia, para por fin resucitar mejores, más fuertes, más limpios, como el antiguo Fénix o el maravilloso cuento del Jesucristo revivido que estimuló las fraternidades cristianas, para enfrentar el escándalo del Mal institucionalizado en el Estado. Mientras tanto, sigamos ofreciendo estímulos de autoorganización popular asamblearia, sigamos desgarrando la careta pseudodemocrática de la partitocracia y sus defensores velados, y enfrentemos el incierto futuro creando un pasado que anime un actuar presente con sentido vital. Demos una oportunidad a la verdad. En eso estamos los de la Revolución Integral.

 

 

Equipo de redacción

 

 

España es «nación marco», es decir, dirigente de los operativos militares en Eslovaquia, con 600 efectivos desplegados en la frontera con Rusia, además de tener otro importante contingente en Letonia bajo el mando canadiense.

 

2 No deja de llamar la atención que Vox, con muchas alcaldías en el País valenciano y que ha gobernado junto al PP, tenga como números uno de sus listas a exaltos mandos del Ejército: en Castellón, al general de división Alberto Asarta, y en Alicante, al teniente general Manuel Mestre Barea.

 

3 La máxima autoridad militar del Ejército de tierra, Julio Rodríguez, se incorporó a Podemos en 2015, mientras que el general de todos los Ejércitos, Fulgencio Coll, hizo lo propio en 2018 en las filas de Vox.

 

4 «Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará». Mateo, 16:25.

 

5 El justicia era una institución concejil que velaba por el cumplimiento del derecho consuetudinario, y que valoraba si otra jurisdicción, asamblearia o no, se inmiscuía en la soberanía jurídica de la competencia del concejo abierto y de la zona que este abarcaba.

 

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Comentarios

José Mª Peiró
hace 21 días

En el original de la 'entradilla, el poeta Estellés escribe 'No et limites...' No et limitis és la forma catalana normativa, oficial, pero en la forma valenciana se escribe 'limites'. No nos limitemos y conservemos la diversidad con entendimiento y comunicación, eso sí.