Por Antonio de Murcia
Noción primordial para amnésicos de hoy
La libertad es… Pero no, mejor empecemos por el principio.
Definir y analizar el Poder es una tarea necesaria e imprescindible para quien quiere combatirlo. En escribir sobre el Poder puede gastarse todo un océano de tinta, pero su definición es clara: Poder es la fuerza coercitiva que se ejerce sobre quien no lo tiene. Y es definición lo bastante general como para prestarse a ser aplicada a todos los ámbitos: a lo grande y a lo pequeño, a lo público y a lo personal, a la política y a la intimidad; incluso a esa especie de esquizofrenia que se manifiesta en la violencia que una parte de nosotros, reflejo del poder, ejerce sobre las otras facetas de nosotros mismos, que la sufren.
También la palabra libertad ha hecho correr ríos de tinta. Y asimismo ha corrido mucha sangre en su nombre: en la lucha por ejercerla y en la violencia por reprimirla. Los filósofos la analizan, los poetas la cantan, los artistas la reivindican. Se le aplican muchos apellidos, que la adscriben a una parcela: libertad personal, …colectiva, …relativa, …económica, …política, …de movimiento, …de desobediencia, …formal, ...sustantiva, etc. Así mismo, la “pérdida de la libertad” es asunto de complejidad conceptual, con sus diversos contrarios: Poder, Dominación, Explotación, Sometimiento, Estado, etc. De ella se habla a todas horas, y apostamos que en una encuesta sobre cuál parece la más bella palabra del castellano saldría elegida entre las primeras. Pero la libertad, como todas las cosas importantes —como la vida, el amor, el tiempo, el mundo…—, no se deja atrapar en una definición. A no ser que dicha definición pretenda domesticarla, someterla, y en definitiva hacerle ser lo que no era. Pues la libertad es una Idea, sí, una cosa, y una abstracción, y un objeto de estudio, y una categoría, y un derecho, y una facultad, y un atributo, y una conquista…, vamos, una entelequia, en la que tan fácilmente se convierte.
Pero es también un sentimiento, una aspiración, un estado, una actitud, un pensamiento, un acto, una forma de relación, una forma de ser, una emoción, un método, una guía, un principio, un medio, un fin, un imposible, un valor, una necesidad, un fundamento… Y siempre es relativa, porque es un devenir, una referencia, algo vivo, una cosa viva.
En este breve texto hacemos, en palabras comunes, un intento de aproximación no teórica —ni intelectual, ni ideológica—, al carácter primordial de la libertad en la condición humana. Esta noción primordial ha de servir como base y como faro para navegantes. Tenemos razones para confiar en que tener presente, y no olvidar, lo que representa en lo profundo la libertad para la vida humana es una buena guía para analizar, cuando la ocasión lo requiera:
- las reflexiones de filósofos y pensadores sobre el concepto ‘libertad’.
- los usos que los movimientos políticos han hecho de la palabra libertad a lo largo de la historia.
- la relación del concepto ‘libertad’ con el concepto ‘igualdad’.
- la oposición, falsaria, entre libertad individual y libertad colectiva.
- la concepción de la libertad en la historia del Derecho.
- la libertad en relación a los vínculos afectivos.
- la libertad y la organización de la economía.
Etcétera.
Siendo libertad la condición que nos hace humanos, impresa en las entrañas de cada uno, no debe dejarse la exégesis de la libertad en manos de especialistas o filósofos.
Renunciamos en esta breve exposición a presentar libertad de manera abstracta porque preferimos resaltar su carácter práctico, vivido y conflictivo, y su dimensión relacional, en la convivencia. La vida en libertad trasciende lo personal; está vinculada y depende de su relación con el ámbito social y con el medio natural. Solamente ejerciéndola puede ser comprendida, discutida y determinada.
Sin embargo, es necesario impugnar aquí dos ideas dominantes. La primera atañe a la relación entre libertad y convivencia, con el entorno natural y entre los seres humanos. La ideología de la modernidad concibe la libertad como un atributo individual limitado por la libertad ajena. Es evidente que este concepto o idea-fuerza tiene el efecto de separar, aislar y dividir. Curiosamente ese es el objetivo y estrategia de todo poder en nuestras sociedades de jerarquía y conflicto. De paso, legitima al Estado y le presta carta de naturaleza: si la libertad es un fenómeno individual, es de suponer que represente una amenaza para los demás; ergo se hace imprescindible un poder superior que la limite. Por contra, nosotros sentimos y razonamos que, siendo libertad y convivencia dos necesidades esenciales, se alimentan y refuerzan la una a la otra. Porque, siendo la libertad enemiga del poder en todas sus formas, y siendo hija de quien es (como más abajo se verá), es un factor de convivencia y unión, un nexo a la vez individual y colectivo, y, más que eso, un medio ambiente en el que todos contribuyen y en el que se alcanza el mejor desarrollo posible.
La segunda idea dominante, con carácter de dogma, es la supuesta y falaz oposición entre libertad y seguridad. En la medida en que no se tiene libertad se es esclavo y, por consiguiente, en esa misma medida en que se depende de un poder superior, no hay ni puede haber seguridad.
Pero dónde libertad
Expresado en forma negativa, libertad es en principio ausencia de coerción, sea sobre individuos o sobre poblaciones. Hoy, en la democracia avanzada, el Poder invade todas las facetas humanas y todos los lugares de nuestro mundo.
Sin embargo, es posible rastrear —aún hoy, aún en los adultos— en múltiples ejemplos cotidianos los signos de la corriente ancestral de libertad, las señales de instinto y de necesidad de libertad, en tanto que seres humanos:
- En la tristeza que inunda las relaciones jerarquizadas de poder, en contraposición a la alegría que surge en las ocasiones en que la vida se desarrolla en relaciones cooperativas, de convivencia, entre iguales.
- En la repugnancia y el malestar que nos embarga cuando recibimos órdenes en cuya elaboración no hemos participado ni prestado acuerdo.
- En la humillación que sentimos cuando nuestro sustento depende de instancias superiores de poder. Y, por el contrario, en el sentimiento de orgullo y dignidad que emana de la autonomía.
- En la ruina moral de ser meros transmisores de ideas. Y, por el contrario, en el intenso goce de la creatividad.
Pequeños ejemplos, tan parciales y deformados como nosotros lo somos hoy; nosotros, que estamos destinados a defender y ejercer la libertad sin haberla vivido.
Queda al sentimiento de cada cual reconocer, en sí mismo y en su vida, otros ejemplos por el estilo de la emergencia del instinto libre. Es cuando la libertad se pierde, y hay conciencia de su pérdida, cuando aflora la percepción de su valor y de su virtud. Su pérdida despierta el amor consciente por ella.
La libertad es antigua
La inclinación a vivir en libertad es fenómeno universal, aparece en todas las épocas, en todos los lugares, en todas las criaturas. Igualmente es un deseo humano universal. Es un código de comportamiento inteligible en todas las lenguas, en todas las culturas.
Procede de las edades en que surgió y se constituyó el ser humano. El ser libre es una condición que comparte con los demás seres vivos de nuestro mundo. El ser humano ha vivido el 97,5 % de sus más de 200.000 años (1) como especie diferenciada sin pérdida de esta condición básica de libertad. La humanidad se ha pasado la mayor parte de su existencia rehusando constituir sociedades de jerarquías estables. Es un prejuicio tonto, heredado de la Ilustración y del colonialismo, suponer que nuestros parientes antiguos eran menos inteligentes y menos reflexivos que nosotros, y que eran unos “salvajes” incapaces de consciencia y creatividad (y menos en política). La verdad es que la civilización y el desarrollo del conocimiento y del saber (calendarios, matemáticas, metalurgia, agricultura, textil, alfarería, navegación, medicina, venenos, psicotrópicos, etc. etc.) comenzaron mucho antes que los reinos permanentes, con sus burocracias y sus ejércitos profesionales. Sin embargo, merced a unas determinadas condiciones y en determinados lugares, desde hace unos 5.000 años (y aún menos en amplias zonas del mundo) se fueron creando diversos grados de poder que se extendieron como forma de organización social. Periodo o Edad del Poder establecido (y en pleno desarrollo) en el que vivimos aún hoy: en plena Edad del Hierro (o de la guerra), para los clásicos.
Con perspectiva, el Estado tiene cuatro días (2), pero es largo y complejo de exponer cómo es que surgieron las estructuras de poder a partir de comunidades libres e igualitarias, que no conocían clases, ni Estado, ni patriarcado, ni siquiera élites, jefaturas o rangos permanentes más allá de líderes o cabecillas eventuales. El hecho es que así ocurrió y, más o menos coincidente con el invento de la escritura, así comenzó lo que llamamos Historia. Lo que sí puede afirmarse es que es una gran falsedad que este proceso fuese una evolución inevitable, determinista y “natural”, causada por ciertas condiciones sobrevenidas (como el desarrollo tecnológico, por el paso a la agricultura, por el confinamiento ecológico, la división del trabajo, la propiedad privada, la creación de ciudades, la complejidad social, etc.).
Por el contrario, en el tiempo histórico los procesos de creación de relaciones de poder, de autoridades permanentes, de diferencias de propiedad, fueron revertidos en sociedades de toda condición en muchos lugares y ocasiones (3). De hecho, solamente se reconoce el surgimiento de unos pocos Estados primigenios (4), a partir de amplios sistemas regionales, donde se dieron muchos de aquellos mecanismos de una forma accidental, particularmente anormal, por así decirlo. El poder constituido en Estados, a partir de esos pocos epicentros, inició así su larga historia de conquistas, saqueos, matanzas y genocidios, desigualdad y explotación. Muchas veces, las sociedades limítrofes en contacto y bajo la influencia de dichos Estados quedaron forzadas a emular sus formas organizativas y constituirse a su vez en Estados, o bien a ser dominadas y perecer. En ocasiones, por el contrario, crearon formas de vida social antagónicas para diferenciarse lo más posible de sus vecinos autoritarios.
A tenor de lo dicho, las sociedades libres o relativamente libres forman la mayor parte de la experiencia social humana. La esclavitud, los genocidios, el patriarcado, el trabajo asalariado… podrían no haber sucedido. Así pues, siguen abiertas las posibilidades de intervención humana para crear otra realidad social nueva distinta a la presente.
Libertad, amor, autonomía
A pesar de este largo periodo de Poder (corto en el tiempo, largo en calamidades), en cada bebé que nace, con él nace el instinto y la necesidad de libertad. Hasta que las instituciones lo moldean —con mucho esfuerzo y dinero— a imagen y semejanza del Poder.
Así que el sentimiento de libertad es una corriente que atraviesa los tiempos. Es nuestra forma de estar en el mundo. Es una fuerza básica del ser humano con la que se articula de forma feliz con el mundo —‘feliz’ quiere decir aquí venturosa, como cuando decimos que una planta se desarrolla feliz.
La libertad es la forma en que se manifiesta la armonía con el mundo. Y si libertad y armonía se nutren la una a la otra es porque comparten la misma fuente.
La fuente de la que mana el río de la libertad se llama amor.
Para su desarrollo feliz la criatura humana precisa de dos constituyentes fundamentales: amor y seguridad, que son dos formas de nombrar lo mismo.
Definir amor resulta tan pernicioso como corromper la inocencia. Sin embargo, es necesario invocar con precisión una noción que compartimos todos cuando lo desnudamos de las mixturas que lo parasitan, lo utilizan y lo falsean. Así que formulamos un enunciado que no se presta a manipulación, una definición lo bastante defectuosa (5) para preservar la vitalidad de lo definido: El amor es el amor a la felicidad de lo amado. Y aquí a “felicidad” le damos el mismo sentido que antes: “desarrollo venturoso”.
El medio por que se transmite, es decir, se alienta y se mantiene la libertad, es el amor. Sólo creciendo en un medio de amor suficiente se hace posible una relativa salud espiritual. Y sólo así se desarrolla la capacidad de amar. El amor recibido es el nexo fundamental de conexión armoniosa con el mundo: esto es, percibir el mundo como un bien, sentirlo como nuestro hogar, admirar su belleza, sentir la alegría de ser simplemente vivo. El amor nos regala una aprehensión cordial del mundo exenta de temor, y no como un lugar extraño y hostil del que estamos separados. Esta es la base de la capacidad de autonomía.
La libertad se recibe desde el seno materno. Poco importa la forma en que se articule la organización social respecto a la transmisión del amor. Es de orden secundario el modo o institución en que ello se organice o, por ejemplo, el tipo de familia que lo provea. Lo fundamental es la crianza entrañable en un ambiente de amor y protección. En todo medio amoroso las almas crecen juntas y son, a efectos prácticos, la misma alma.
Y así, para que el espíritu de libertad perviva en la criatura humana y siga siendo su motor vital es preciso que se den dos condiciones.
La primera, obvia y evidente: Que siga siendo lo que es, es decir, una especie evolucionada de forma natural.
La segunda, de orden primordial: Que a lo largo de la crianza y de la primera formación en el entorno más cercano se dé la necesaria transmisión inefable de la corriente de libertad que es nuestra constituyente básica.
Todo daño o menoscabo de dichos dos factores estropea en proporción la capacidad de vivir la armonía, de desarrollar la libertad(7) . A no cubrir las necesidades primordiales de cariño y seguridad (que son dos formas de nombrar lo mismo) se llama maltrato. En este término incluimos el mal trato físico como el psicológico (que son dos formas de nombrar el mismo daño). Tal carencia configura personas dependientes, necesitadas de halagos, expuestas a la manipulación. Por contra, la experiencia temprana del puro amor hace posible(8) la forma suprema de libertad: la libertad de pensamiento, es decir, la capacidad de sentir y pensar con independencia de todo interés que no sea la verdad.
Ahora bien, en estas calamitosas sociedades todos hemos sufrido daño, en diferentes grados y circunstancias. Pero no desesperemos. Para los dañados en nuestra capacidad de vivir —que somos todos— hay esperanza. Puesto que estamos vivos, puesto que las fuerzas del universo nos alumbraron, será porque no estamos en total disarmonía con ellas. Sobre el rastro de amor, que sin duda recibimos para nacer, es posible fundar la recuperación del sentido de libertad.
Libertad contra poder
La vida humana tiene dos caminos: el del poder o el del amor. Si el del amor se frustra, se pervierte hacia el poder. Los dos caminos se bifurcan y se oponen. Cuál sigamos depende de nuestra visión del mundo.
En instancias profundas, la ambición de hacer del poder el principio rector de todas las facetas de la vida tiene su origen en el miedo a la muerte, padre de todos los miedos. La adicción al poder es una defensa, una distracción, una droga en pos del olvido de la muerte. Dicho en breve: el ansia de poder se funda en el miedo a la muerte. Pero dilucidar esto nos llevaría lejos del propósito estricto de esta exposición. Lo que sí es lícito afirmar aquí es que la libertad es antítesis del miedo.
El poder genera tiranía y por ello provoca caos a todos los niveles, en todos los sentidos. La libertad es expresión y creadora de orden. La misma fuerza, el amor, que nos capacita para vivir la libertad, nos hace aptos para vivir en equilibrio con nuestro entorno humano y nuestro medio natural.
La libertad no se preserva amparándola en leyes, sino salvaguardando su esencia. Tampoco elaborando alguna clase de imperativo moral personal, sino rescatando la noble fuerza de la rebeldía original. Sólo así puede sentirse, aún en las situaciones de mayor esclavitud, el orgullo de ser libre, la dignidad de quien se sabe no sometido.
Bases de la libertad
Quedan así presentadas algunas cuestiones importantes, dibujadas algunas ramas principales del árbol frondoso de la libertad, para su discusión y examen. Como punto de partida proponemos, en resumen, el siguiente principio:
Para que la libertad, en tanto que factor determinante del desenvolvimiento de la potencia vital de la vida humana, se pueda asentar en las mejores condiciones ha de darse en un entorno social en armonía con los imperativos y valores humanos de amor, autonomía e igualdad.
Amor en base a la experiencia de amor recibida y la subsiguiente capacidad para vivirlo y propagarlo a nuestros iguales y a nuestro hábitat.
Autonomía en una organización social con leyes, condiciones económicas y un entorno ambiental y ecológico que permitan y promuevan el acceso de cada uno (en soledad o en asociación) a medios de vida independientes.
Igualdad, relativa, pero con exclusión de toda relación de explotación.
Y queda aquí el tema abierto para ser debatido y vivido entre iguales, es decir, en libertad.
Antonio de Murcia
(1) Se estima actualmente que esta es la antigüedad de nuestra subespecie sapiens; si bien hay registros de seres humanos de más de un millón de años. Por otro lado, si el lenguaje es lo que nos hace humanos, el homo parlante es dueño y usuario de lenguaje específicamente humano desde hace unos 500.000 años.
(2) El Estado-nación moderno, que cubre hoy casi toda la Tierra, es creación reciente a partir de la revolución francesa. No ha sido un proceso corto y lineal reunir las fuentes elementales de dominación (control de la violencia, control del conocimiento y líderes carismáticos) para dar lugar a sus atributos esenciales combinados: Soberanía (monopolio de la violencia en un territorio preciso), Burocracia (con cadenas de mando jerarquizadas para hacer cumplir las órdenes) y Política competitiva (reservada a profesionales).
(3) La imaginería académica (el canon histórico y las ideas etnocéntricas subyacentes) sobre la cuestión del “surgimiento del estado” según la cual el salto de escala debido a la agricultura y a las ciudades (grupos – hordas – tribus – ciudades – Estado) es una evolución determinista e inexorable ha sido desmentida por el extenso libro de síntesis y revisión crítica de los estudios de campo arqueológicos y antropológicos El amanecer de todo. Una nueva historia de la humanidad de David Graeber y David Wengrow (Ariel, 2022) donde, entre otros muchos temas, se presentan pruebas de la constitución de grandes ciudades sin jerarquía administrativa ni gobierno autoritario. Igualmente, de casos de abolición de la guerra, de la esclavitud y del Estado en alguna de sus formas.
(4) Principalmente, en Egipto, Mesopotamia y valle del Indo y, más tardíamente, en los Andes. Quizá también en el Río Amarillo (norte de China) y Mesoamérica.
(5)Pues incumple las normas de una buena definición: ya que incluye en la definición el concepto definido, además de introducir en el enunciado un concepto más vago y difícil todavía (‘felicidad’). Aun así, o precisamente por ello, tiene la virtud de ser lo bastante general para poder referirse a cualesquiera objetos amorosos. Confiamos en que cumpla con la función de apelar a un sentimiento compartido.
(6) Como curiosidad, la palabra más antigua con el significado de libertad registrado en una lengua humana es el término sumerio ama(r)-gi, que significa literalmente “regresar a la madre”.
(7)La subordinación de las mujeres es una característica de los Estados plenamente constituidos (junto con la violencia, el autoritarismo y la estratificación profunda). La actual forma de sumisión consiste en lograr que La Mujer se comporte como un Hombre poderoso.
(8)No es, desde luego, condición suficiente; pero sí necesaria para que la vida posterior del individuo se oriente de forma natural hacia la moral de la libertad.
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