Por Jesús Trejo
Cine. Autor: Ruben Ostlund. Año: 2022
El arte es sublimación, es plasmar por vía aestética (sensorial) lo que se barrunta en la conciencia, pero no se puede, o no se quiere, expresar racionalmente. Hay un arte de crisis, donde la confusión hace que incluso la inefabilidad de los problemas sea tan abrumadora que sólo se alcance a mostrar el estupor. De ahí el poder de la metáfora.
Frank Kafka expresó en “la metamorfosis” la degradación del ser contemporáneo, con la metáfora de convertir al protagonista en un ser invertebrado, una cucaracha. Y como cada época debe actualizar los problemas no resueltos, hoy hay que remozar la falta del esqueleto moral de la persona que le dé equilibrio ante el estado de orfandad del individuo respecto de su Ser al haber perdido el Norte de la comunidad.
La película es una crítica mordaz y revanchista a la sociedad occidental, al primer mundo y su inanidad y decrepitud existencial. Para ello utiliza por un lado la ingeniosa figura de un joven modelo algo escamado con su existencia cosificada, y por otra la socorrida metáfora de un barco para expresar los problemas de navegabilidad de una sociedad ante el mal tiempo.
Si tuviera que elegir una actividad profesional actual para expresar el anonadamiento del individuo común hoy sería la profesión de modelo. Los realizadores de la película aciertan de pleno en escoger esa profesión para recrear la esencia del ciudadano medio. Todo glamour e insustancialidad, al servicio de las poses que dicte el Poder-mercado, o el Poder-Estado (tanto monta), lo mismo adopta la actitud distendida y risueña en campañas de felicidad, como una postura desafiante y arisca cuando se trata de campañas agresivas para una nueva línea de pantalones vaqueros o la defensa de la sanidad pública. Ambas posiciones son dictadas desde el cliente-Poder, que es quien paga la suculenta cifra de este ser escultural y autocomplaciente, sin nada debajo del traje de piel que llevamos como cuerpo, “trajes sin desnudo” que decía Lorca. Con esta metáfora se retrata de manera ingeniosa la lacónica vacuidad del urbanita de clase media, mecido a discreción por los mandantes, llevado de una campaña a otra, surfeando en la ola de las modas políticas o estéticas, que solo vive del postureo sin saber hacer nada productivo ni conocer nada de la vida, pero cuyo rescoldo de humanidad le genera un poso de inquietud en su interior que le hace mantener una actitud a la defensiva, cosa que en la película se expresa en la relación “líquida” con su pareja. Esa búsqueda de suelo firme lleva a nuestro protagonista a demandar más compromiso y autenticidad, con la presunción de que la vida debe ser otra cosa, tal vez amor verdadero u otro sentimiento primario y visceral, pero en la confrontación con ella lo único que sale a relucir es que el mercado y el Estado han penetrado tanto en su interior, que sólo discuten negociando transacciones: “por el interés te quiero, Andrés”. En el arrebato posterior de confesión y redención que viene tras las disputas, el chico le promete que va a enamorarla. Y aquí empieza la segunda parte del discurso artístico.
El decadente Estado de Bienestar de las sociedades occidentales es retratado como un yate de lujo comandado por un capitán borracho y hastiado, que transporta a un selecto y elitista pasaje, el cual exige al resto de la tripulación y al personal de mantenimiento que se unan a la fiesta, en un intento patético por superar la hórrida sensación de soledad del pudiente en un mundo desigual. Esta huída hacia adelante en busca de la felicidad que los poderhabientes quieren universalizar tiene paradójicamente el efecto contrario, porque cuando más te sacias de placeres y festines, éstos se tornan pronto en resaca e indigestión, con lo que el círculo schopenhariano se reproduce indefinidamente.
Al imponer por obligación que se democratice el placer y ocultar así la profunda injusticia que sufraga la desahogada situación de los poderosos, se provoca el descuido de las tareas de mantenimiento y de control del barco, y el estado de laxitud y desidia propician problemas de gobernabilidad ante una tormenta o ante un ataque por piratas marítimos, cosa esta última que ocurre, mostrando así gráficamente la vulnerabilidad de los magníficos y poderosos Estados ante amenazas de pequeños pero atrevidos enemigos que desean su botín. Así que el barco naufraga y los pocos supervivientes cambian de papeles, porque la supervivencia no admite poses, ni postureo, ni dinero, sino habilidades primarias para adquirir lo básico; comida, refugio, calor.
Ahora, los trabajadores que limpiaban el reguero de inmundicias que deja el lujo a su paso, encarnados en una mujer de rasgos indonesios de mediana edad, pasan a ser los que mandan, la capitana, y los demás tienen que plegarse a los dictados de su resentida voluntad, recreando así la ancestral dialéctica del amo y el esclavo, que hasta ahora ha dominado el devenir de la historia de la humanidad. Aquí llega otro giro creativo en la trama, para mostrar la fragilidad de las convicciones del individuo postmoderno ante situaciones donde la comodidad personal se ven comprometidas: el joven modelo ansioso por demostrar el amor que profesa a la chica, la deja en la estacada para dormir bien resguardado, a cambio de favores sexuales. La “insoportable levedad del ser” de Kundera vuelve de nuevo a reflejarse esperpénticamente.
Con ello se llega al meollo que da título al film: donde radica la insatisfacción lacerante de nuestras sociedades tan avanzadas es en la estructura jerárquica y piramidal, con una cúspide mantenida por una base trabajadora y popular, que además de soportar que nos vomiten y nos meen desde arriba, tenemos que oír por su colosal megafonía que llueve, y que al mal tiempo buena cara. Además, las únicas revoluciones o vueltas que admite las figuras triangulares es la reproducción de la estructura jerárquica, donde sólo cambian la cúspide, los poderosos, pero no el abuso ejercido desde su privilegiada situación.
El triángulo ES la tristeza, mientras que en la línea horizontal de lontananza, donde se juntan cielo y tierra, radica la alegre esperanza.
Jesús Trejo
Añadir comentario
Comentarios
Muy bueno el artículo y la película, hay que salir del triángulo para hacer una verdadera revolución!