La organización: crónica de 9 días de mayo

Publicado el 1 de octubre de 2024, 21:26

Por Antonio de Murcia

Tiempo estimado de lectura: 15 min

 

 

LA OSADÍA

El aula era de las grandes, pero aparecía abarrotada por doscientos estudiantes de primero de Periodismo (o sea, más encopetadamente, Ciencias de la Información). La titulación todavía no tenía Facultad propia en ese mayo del 77, así que los alumnos de periodismo se repartían en una serie de aulas del edificio de Económicas de la Autónoma de Barcelona, campus de Bellaterra. A esas alturas del curso, tanta gente era una afluencia insólita, pero es que había convocada allí una asamblea importante. La clase vespertina de Historia del Pensamiento Político y Social acababa de terminar de mala manera. La profesora, una joven ilustrada y pizpireta, había ido desgranando con entusiasmo los productos del cacumen de las lumbreras de no sé qué periodo. A cada poco, tras las parrafadas más ramplonas, resonaba una voz tronante: «¡MIERDA!». La voz tronante era de un alumno viejo, de aspecto anarcoide, que no argumentaba nada más. La profe se quejó de la falta de educación que representaba una actitud así, pero no obtuvo más que otro «¡Mierda!» bien alto; así que se puso roja tirando a púrpura y se largó bufando.

 

A la asamblea acudieron estudiantes de toda la universidad, pero más los de letras, ya que por entonces en general los de ciencias no se enteraban, ni querían enterarse, de nada. La asamblea no fue de las largas. Tras una serie de entusiastas parlamentos y apenas un par de intervenciones de los infiltrados de siempre en pro de la desmovilización, se decidió por aclamación aplastante pasar a la acción, la cual tomó la forma más natural: ocupar la universidad, que la teníamos tan a mano. Pero, ¡cómo se ocupa una cosa tan grande como la UAB de Bellaterra! «¡Al Rectorado, al Rectorado!», propuso alguien, «¡y que los de cada Facultad se hagan cargo de ocupar su edificio!».

 

Ah, sí. Las reivindicaciones eran dos: la amnistía total para todos los presos políticos, incluidos los de ETA, y otra más fuerte y radical, pero de ésta no me acuerdo bien. Mantendríamos la ocupación hasta alcanzar los objetivos, indefinidamente. (En esas fechas finales de mayo, todo pintaba que había que dar el curso por perdido). Sin más, salimos en tropel, bajamos las largas escaleras, atravesamos los prados del campus y enfilamos la cuesta del rectorado. El rectorado estaba en ca dios, en lo alto de la colina, tapado por los árboles. La senda de tierra era sinuosa y estaba bordeada de genista y otras plantas. Ya al empezar a subir me percaté de que iba en el grupo de cabeza. Acaba de cumplir los 18 pocas semanas atrás y me encontraba acobardado y temeroso. A pesar de que intentaba ralentizar el paso, no conseguía que me adelantara nadie. Ni siquiera veía gente al volver la cabeza en las revueltas del camino. En fin, no éramos ni media docena cuando llegamos a la puerta. «¿Qué hacemos?» Sabiamente, un alumno mayor dijo que esperáramos a los demás, tranquilos. El conserje (o vigilante, o encargado) se acercó a ver qué pasaba y entreabrió la puerta sacando la cabeza fuera. El alumno mayor le informó de que íbamos a ocupar el edificio y el conserje contestó que eso no podía ser y que él no podía consentir tal cosa. El alumno mayor le dio un leve empujón y entramos al vestíbulo. Se declaró (al conserje) ocupado el edificio, la toma de la pequeña Bastilla se había consumado. Se le demandaron al conserje las llaves de todas las dependencias. Como se negaba a colaborar, se le licenció mandándolo a su casa, eximiéndolo de toda responsabilidad. A alguien se le ocurrió que un edificio tan grande debía de tener un cuarto con un armario donde se guardaran todas las llaves juntas. Un grupo empezó la pesquisa de las llaves recorriendo los pasillos y abriendo las puertas que se podían abrir. Otros nos pusimos (yo aún andaba tembloroso) a buscar el cuadro de luces. Pronto se haría de noche.

 

 

LA CONFUSIÓN

En el enorme salón de actos se constituyó una Asamblea, la cual se declaró “permanente” para que los acontecimientos no nos pillaran desprevenidos. La asamblea estaba animada y numerosa, de varios cientos, a pesar de la hora y las circunstancias, si bien también desordenada y confusa, como se deja entender. Nadie sabía muy bien qué hacer a continuación y se improvisaban las intervenciones, cada quien con la ocurrencia del momento. Varios abundaron en que lo primero era proveer los medios para la noche (comida, bebida, mantas, sacos de dormir…), con lo que se despacharon varios coches con la misión de acopiar lo necesario en algunos domicilios voluntarios. Otros incidían en la urgencia de informar a los estudiantes de la mañana (que no habían podido enterarse de la ocupación), a los profesores y a la sociedad en general de la acción que se estaba llevando a cabo. Los más andábamos desorientados de un lado para otro sin saber mucho qué papel se esperaba de nos, ni quién lo esperaba. Yo escuchaba con atención proclamas y arengas, y alguna perorata, y estaba conforme con casi todo. Esa primera noche todavía no habían aparecido infiltrados y saboteadores.

 

Se había descubierto enseguida el cuarto de llaves y el cuadro eléctrico, y sucesivamente fueron apareciendo la centralita de teléfonos, la sala de Juntas, el despacho del Rector, los archivos, una fotocopiadora, la habitación del télex (teletipo conectado a una red telegráfica para enviar y recibir mensajes escritos) y la sala de imprenta, con una hermosa máquina offset en el medio parecida a un enorme insecto multibrazo, y cantidades ingentes de papel apilado. Con este monstruo se podían hacer tiradas tremendas de nuestras publicaciones en poco tiempo. Pero, ay, los estudiantes de periodismo no sabemos cómo funcionan las máquinas de imprimir periódicos. Sin embargo, uno de los presentes tiene un amigo en Sardañola que es operario en una imprenta de Sabadell. Allá vamos en un coche a buscar al amigo. Tal como está en casa, en chanclas, se viene con nosotros a la universidad. Mira y remira la máquina y declara que no conoce este modelo, que en su imprenta se trabaja con otro más antiguo. No puede hacer que funcione. Pero tiene un compañero que puede que tenga experiencia en este modelo moderno. El compañero vive en Barna. Vamos en el coche cap a Barcelona. Se levanta el compañero y la compañera, que ya dormían, y en el lapso de un café para todos en la cocina se les pone al tanto de la situación. El compañero no lo duda: «¡por la revolución lo que haga falta!», dice el tío.

 

Bien entrada la madrugada, el ingenio trabaja como un diablo entre chasquidos, resoplidos y jadeos marchando a buen ritmo el primer número de LLUITA AUTONOMA, el boletín informativo-reflexivo de los ocupantes. El primero de los siete que se editaron en nueve días, con textos en catalán o en castellano. Al mismo tiempo, las fotocopiadoras escupen comunicados y carteles para el campus y el mundo en general.

 

 

EL DESORDEN

Al día siguiente se notaban los efectos de una noche febril. Muchos ocupantes habían desaparecido, quizá se habían largado a casa, quizá a clase o a algún examen. No se había ocupado ningún otro edificio ni facultad. Yo vagaba sin rumbo por el moderno edificio. La asamblea permanente languidecía con muy pocas butacas ocupadas. Un benemérito espontáneo improvisaba una disertación descacharrante inspirándose en las páginas amarillas de la guía telefónica: según iba pasando las páginas hilaba un discurso cómico graciosísimo y absurdo. Por la tarde se animó la cosa y los estudiantes volvieron a pulular por todas partes, el gran salón de actos se llenó. Se sucedían las intervenciones sin orden ni concierto. Un orador se queja de la rotura violenta de una placa conmemorativa en honor a Franco que colgaba de una pared de la entrada principal, acusando a los autores de provocación gratuita y sin sentido. Otro le contesta defendiendo la necesidad de eliminar los símbolos franquistas de nuestra universidad, se arma un buen rato de debate con este motivo. Un ponente critica al espontáneo que se ha pasado la mañana haciendo gracietas en la sala, privando a la lucha de la debida seriedad. El aludido, irritado sobremanera, se defiende argumentando que esa era su contribución a mantener alta la moral, y se marcha airado. Una voz informa de que el rector ha anunciado su renuncia a requerir la intervención de la policía para forzar el desalojo[1]. Pero otra voz, un tanto más agorera, comunica que los fachas de Barna han anunciado que vendrán por la noche a darnos de cadenazos y echarnos a patadas…

 

A esas alturas, los infiltrados de izquierda[2] ya están haciendo su trabajo. Distribuidos por todas las zonas de la sala, lanzan discursos bien armados con apariencia de espontaneidad. Tratan, en resumen, de desmoralizar, para terminar sugiriendo poner fin a la ocupación. Como a esto se oponen muchas voces, una vez sembrada la discordia, proponen que se vote. Gana por gran mayoría la continuidad de la ocupación…

 

Un plebiscito así se celebró cada tarde y cada tarde la asamblea resolvía continuar la toma del rectorado, si bien con una mayoría paulatinamente menguante. Para las decenas de ocupantes a tiempo completo resultaba irritante, y bastante chusco, que la masa que seguía tranquilamente con el curso, “ocuparan” un rato la asamblea para decidir si nosotros debíamos abandonar o no. Pronto las votaciones dejaron de importarnos mucho: seguir o no sería decisión nuestra.

 

 

LA ESTRUCTURA

A la noche nos fuimos juntando en corro un grupo grande. El ambiente era un tanto melancólico, no sabíamos muy bien qué hacer, cómo llevar adelante el intento ni cómo organizar la cosa. Ya se habían sumado a la ocupación unos cuantos profesores, pocos. Un profesor mío, de Economía Política, intervino con su voz queda y levemente tartaja. Expuso con sencillez la idea de constituir una serie de comisiones de trabajo, cada una con su función propia y específica, que abarcaran todas las tareas necesarias para la buena marcha de la intentona. Lo atípico de la propuesta era que, en lugar de nombrar voluntarios para integrar las comisiones, se establecía una ubicación para cada una y la hora de comienzo del trabajo, de manera que cada quien pudiese acudir cuando quisiera a la que se le antojara sin pasar ningún filtro ni selección. Lo acordado era que “cada cual se meta en el grupo que mejor le cuadre; y si hay mucho personal para poco hacer, que mire, si quiere, de reforzar otro más flojo”. Desde el primer momento acogí esta sencilla fórmula de las comisiones con entusiasmo. Se eliminaba desde el principio toda presión de hacer o no hacer; eliminaba la figura de encargado o responsable, la responsabilidad quedaba extendida a cada uno del grupo; la voz cantante la llevaría quien más y mejor actuase. Conforme iban llegando nuevos voluntarios, se encontraban la tarea dispuesta y a los compañeros en marcha. En cuanto a las pegas, no parecía posible que se infiltraran derrotistas en estos grupos; así como esto era fácil en una gran asamblea, en un grupo de trabajo pronto quedarían en evidencia; y si una comisión se quedaba huera y no hacía su tarea, bueno, esto sólo haría evidente la debilidad del movimiento en ese punto, cosa que podía ser criticada y acaso rectificada en la asamblea general.

 

Así, se mantenía la comisión de intendencia y la de comunicados y cartelería; se constituyó la comisión de limpieza y orden; se estableció la de vigilancia (nocturna, en la terraza y en el perímetro, para que no nos pescaran descuidados); la de relación con autoridades (rector, policía, etc.); la de conexión con el exterior (en la salita del télex y teléfonos); la de extensión de la lucha (para ir a explicar, allí donde nos reclamasen, el motivo y sentido de la misma); la de elaborar el Diario de la ocupación (algo así como su cuaderno de bitácora); y la del boletín LLuita Autònoma. Cada comisión actuaría de forma autónoma y se organizaría según el criterio de sus miembros mediante el diálogo y discusión entre iguales, si bien rendiría cuentas de su actuación ante la asamblea, donde podría ser criticada o aprobada.

 

LA FIESTA

Pero no todo son sesudas cavilaciones y ciega entrega al activismo, nuestros intereses abarcan muchas facetas. Me acerco a un grupo que debate sobre sexualidad. Por entonces ya corría la especie de que todos (varones y mujeres) éramos bisexuales. Un profe de letras, afirma tímidamente que conoce a uno que no lo es, él mismo; yo simpatizo en silencio con él. Alguien le afea cariñosamente su temeroso anquilosamiento. Una cosa lleva a la otra, como se dice, y todo el grupo (unos treinta) nos encaminamos a la sala de juntas, que tiene moqueta por todo el suelo. El profe de antes propone un experimento: consiste en sacar al centro de la sala a un voluntario o voluntaria que ha de desnudarse de cintura para arriba; con los ojos vendados recibe las caricias o toqueteos que le proporciona otro voluntario/a en completo silencio. El vendado/a tiene que adivinar si quien le toca es hombre o mujer. Esto se repite una serie de veces con distintos protagonistas. El resultado es que los fallos constituyen el 50 %, más o menos como los aciertos. A continuación, alguien pone música clásica a todo volumen en el equipo estéreo de la sala, todos nos ponemos a danzar cada cual a su manera alrededor de la gran mesa oval. El profe se sube a la mesa y hace como que dirige una gran orquesta… Al final nos dormimos allí mismo, unos junto a otros sobre la moqueta. El silencio sólo es turbado por los sones de una pareja (mixta) en algún punto de la oscuridad. Aprieto los ojos para hacer como que no oigo.

 

Otras noches jugaremos a mantear a uno y a otro, a muchos, y seremos manteados (aquí se desgarró la manta mulera de mi agüelo materno). O danzaremos como posesos por las pérgolas del exterior al ritmo de las propias tonadas que uno u otro improvisa. El éxito estrella será un estribillo dedicado a la uni:

(solista) ¡Hay que quemar!…

(coro)     Hay que quemar…

(solista) ¡Hay que quemar…!

(coro)     Hay que quemar…

(todos)  Hay que quemar la U A BEEE…

 

 

EL TRABAJO

Con las seseras más claras gracias a la fórmula de organización adoptada, la marcha del pifostio que habíamos montado iba razonablemente bien. La masa de estudiantes seguía con sus clases y sus exámenes finales, pero la asamblea diaria no decaía, son sus debates, sus infiltrados y sus votaciones. El ambiente era dinámico día y noche. Estábamos en comunicación abierta con todo el mundo. Los primeros días tuvimos noticia de que, siguiendo nuestro ejemplo, la Central de Barcelona estaba siendo ocupada; también la Complutense y la universidad de Sevilla, y en otras se debatía la cuestión en asambleas. Desde la Sorbona nos enviaron su solidaridad y ánimos. Recibíamos con euforia cada mensaje de apoyo que nos hacía llegar un colectivo tras otro. Creíamos estar al principio de una revuelta realmente grande.

 

Pero la revuelta no prosperó y las ocupaciones duraron poco, si es que empezaron. Nosotros mantuvimos la nuestra y seguimos gastando papel, electricidad, télex y teléfono. Y así, por ejemplo, los del télex realizaron una entrevista a Telesforo Monzón, un nacionalista vasco exiliado tiempo ha en el país vasco-francés, que se publica en LLuita Autònoma (hubo disputa con esto en la asamblea, pues unos dijeron que no era de recibo dar cabida a un nacionalista de derechas, mientras otros que un respeto a un viejo luchador perseguido por el estado). Publicamos documentos privados del despacho rectoral donde se evidenciaba la complicidad de las autoridades académicas con la policía secreta para denunciar y reprimir la acción contestataria estudiantil. Se destacaron emisarios allí donde nos convocaban (en institutos y fábricas y asociaciones en Barna y otros pueblos) para explicar los motivos y el sentido de lo que estábamos haciendo…

 

Regularmente se suman a las comisiones nuevos elementos. Ver que estamos haciendo cosas es el mejor estímulo para sumar elementos. Nadie en particular organiza. Nadie lanza grandes discursos ideológicos motivadores. Pero como las manos no estorban a la boca, en medio del trajín nos embarcábamos en discusiones teóricas, que tanto molan. Simples diálogos en los que no importa llegar a conclusiones, porque ya el trabajo hablaba. A la conciencia por la escuela del ejemplo, podría decirse.

 

Yo, que ya por entonces empezaba a descreer del poder de la palabra sola para convencer de nada, veía allí reunidos discurso y acción. La palabra en acción. Y eso es construir, ¿no?

 

 

FINAL

La Asociación de Trabajadores del Espectáculo (ADTE), con sede en el Saló Diana, nos hizo llegar un comunicado de apoyo (que se publicó en el nº 5 de la revista) que arrancaba así: «A vosotros que habéis tenido el valor de contradecir la vida dominante no solo con palabras sino con hechos, ocupando uno de los muchos lugares sagrados desde los que el poder controla y destruye nuestra vida…» Y luego: «A los que como vosotros demuestran que una práctica distinta, sin paternalismos ni metafísicas sino con imaginación, con goce y con riesgo es posible un lenguaje y una práctica revolucionaria nuevas capaces de extenderse por toda la sociedad hasta conmoverla en sus podridos cimientos». Y concluía: «¡Un saludo, un abrazo y adelante! Estamos con vosotros. Aunque os venzan no os vencerán; aunque nos venzan, no nos vencerán!» Válgame dios. A mí el tipo de ánimo de esta última frase siempre me ha desazonado mucho. No me creo lo de “¡Venceremos!” (pero hoy no, mañana), o lo de “si caigo, cien vendrán a coger mi fusil” y esas cosas, y no siento ningún entusiasmo futuro ante una derrota presente. Mejor me parece mirar las cosas tal como son. Y más revolucionario; “la verdad os hará libres”, como dijo aquel.

 

Aunque las comisiones funcionaban, la cosa se debilitaba porque la masa de ocupantes cada vez era menor, sobre todo por la mañana. Volvían poco a poco los oficinistas a trabajar como si nada. Allí estábamos unos y otros, en una especie de convivencia. Nos cruzábamos en los pasillos ignorándonos.

 

Antes de morir de muerte lenta decidimos suicidarnos. Al noveno día, ya de junio, se anunció el fin de la ocupación con un editorial titulado “NOS SALIMOS CON LA MIA”. Esto de la M I A significaba Movimiento Interestamental Autónomo y se suponía que era una unión de profesores, estudiantes y personal de la uni, que iba a continuar las luchas. Era un texto editorial patéticamente triunfalista, como quien recoge los restos de un naufragio, porque de MIA nada de nada, como se vio en pocos días. Yo hubiera preferido reconocer las cosas. La verdad os hará libres, repito.

 

Cuando por fin abandonamos y el rectorado tornó a ser ocupado por sus legítimos chupatintas, éstos pregonaron escandalizados que la ocupación había ocasionado un gasto de 1 millón de pesetas (de las de entonces) en nueve días, un gran quebranto del presupuesto. Pocas me parecen a tenor de la mucha y buena actividad desplegada.

 

Para mí fue una experiencia muy instructiva la de aquellos días, una escuela intensiva y verdadera que me dejó una huella permanente. Desde entonces hasta ahora mismo ese simple plan organizativo, que reúne los principios de libertad, autonomía y responsabilidad que deseamos para la sociedad toda, desde el comienzo mismo y durante la misma lucha, antes de ninguna victoria que haya cambiado las cosas, siempre me ha parecido la mejor y más natural forma de organizar toda lucha radical. Siempre que ha sido posible ponerla en práctica así, la fuerza disponible ha lucido su máxima potencia posible. En tanto se ha apartado de ella, no.

 

 

Antonio de Murcia, septiembre 2024.

 

[1] Esto no tiene misterio: en esas fechas (un mes antes de las primeras elecciones generales a Cortes tras la dictadura) cualquier rector que autorizase la presencia policial en un campus universitario arruinaría sus ambiciones de seguir una carrera política.

[2] Partidos y sindicatos de izquierda, el recién legalizado Partido Comunista (PSUC en Catalunya) a la cabeza, Comisiones Obreras y otros grupúsculos afines ya llevaban una estrategia de desmovilización de las luchas populares, obreras, vecinales y estudiantiles, preparando como estaban los Pactos de la Moncloa del otoño siguiente.

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