El falso debate sobre la eutanasia

Publicado el 1 de octubre de 2024, 21:26

Por Antonio Hidalgo Diego

Tiempo estimado de lectura: 20 min

 

«Eutanasia» es un neologismo («palabra nueva») acuñado por el aristócrata, político y pensador inglés sir Francis Bacon, en su obra Historia vita et mortis, del año 1623. El término «eutanasia», «buena muerte», no aparece registrado en lengua castellana hasta 1925, dentro del Breve diccionario etimológico de Joan Corominas. Lo mismo ocurre con una palabra muy parecida, «eugenesia», que, por mucho que la practicaran los espartanos en la Grecia antigua, no aparece por escrito hasta el año 1883, dentro de la obra Inquiry Into Human Faculty and Its Development, del inventor del genocidio contemporáneo y precursor del nazismo, sir Francis Galton, también llamado Francis, también un sir de la corona británica y, por si no tuviera suficiente, primo hermano de Charles Darwin. «Eugenesia» significa «buen nacer» o, dicho de una manera más explícita, que «el poder político de turno se arroga el derecho de practicar infertilizaciones forzosas, abortos no consentidos e infanticidios para evitar que nazcan personas indeseables», desde discapacitados a judíos, pasando por lapones, homosexuales, gitanos, humanos de un sexo determinado o disidentes políticos, siempre en función de la razón de Estado del momento y de la ideología de moda.

 

Lo primero que me ha venido a la cabeza al comparar ambos términos es que el primer neologismo citado hace referencia a la muerte, y el segundo, a la vida, pero también se traduce en muerte. Y después he recordado a una prima de mi madre, prima segunda en este caso, Eugrafa, cuyo nombre significaba (ya murió) «la que escribe bien». Para la pobre Eugrafa su nombre era una condena, una losa que pesó sobre ella durante toda la vida, por eso prefería que la llamaran «Eu». ¿Puede haber un antropónimo más horrendo que Eugrafa? Este nombre se lo pusieron sus padres, pero los palabros «eutanasia» y «eugenesia» los inventaron, para la neolengua orwelliana de nuestra época, siniestros agentes del poder estatal como Bacon. ¿No será que con tanto neologismo de origen griego lo que quieren es darnos por el culo?

 

Ya dediqué dos vídeos (ambos censurados por YouTube)[1] y un extenso artículo[2] sobre la eugenesia en la maravillosa revista digital Amor y Falcata, así que en este texto me centraré en la aparentemente inofensiva eutanasia, un práctica-lobo, aunque con piel de cordero. De todos los falsos debates que hay, el más importante, por insistente y aparentemente insignificante, por retorcido y por fullero, es el de la eutanasia, la supuesta “necesidad” de hablar sobre y legislar sobre la eutanasia. ¿Tan importante es ella en nuestras vidas? La inmensa mayoría de nosotros desea vivir y estamos razonablemente sanos… ¿Qué sentido tiene darle vueltas a este asunto? ¿Qué probabilidades tenemos de “necesitar” la eutanasia? Eso le dije hace unos años a Geni, una compañera del grupo Transformació Integral Catalunya, pero no conseguí hacerme entender entonces, así que espero ser éugrafo, como la prima de mi madre, y hacerlo mejor por escrito.

 

Hace unos años, me llamaron al teléfono desde el Centro de Investigaciones Sociológicas para hacerme una encuesta sobre la «preocupación principal de los españoles». Le contesté a la teleoperadora que, para mí, la principal preocupación es «la existencia misma del Estado», pero después de pasarse un buen rato buscando esa opción en su pantalla, la encuestadora me dijo que escogiera otra respuesta, porque no podía clicar mi opinión en el desplegable de su aplicación de registro de encuestas. No sé si a los españoles les preocupa más el terrorismo, el fútbol, la inmigración o el cambio climático, lo que sí puedo constatar es que a prácticamente nadie le importa lo más mínimo el prefabricado debate de la eutanasia. Pero, al parecer, sí les inquieta mucho, muchísimo, a siniestros agentes del poder, como a Maruja Torres, la choni del periodismo nacional, o al firmamanifiestos Pedro Almodóvar (discúlpenme el neologismo), ilustre millonario de la izquierda caviar que, como buen testaferro, firma donde le dicen y dice lo que le dicen que diga, a cambio, eso sí, de una buena tajada del presupuesto del Estado. ¿Puede haber un sujeto más servil, mercenario, repugnante, nocivo, primario, misántropo y misógino que el cineasta manchego?

 

Mientras Almodóvar recibía su último premio —la chuche que se le da al perro obediente— en el transcurso de la ceremonia de entrega del León de oro de Venecia, por su película La habitación de al lado (2024), sin venir a cuento, Pedro aprovechó el escaparate mediático para repetir como un loro el mantra de turno: «el ser humano debe ser libre para vivir y para morir cuando la vida sea insufrible». Por cierto, que el alto funcionario del cine español haya rodado un filme en inglés y que nadie hasta ahora lo haya criticado, nos indica hasta qué punto el Estado español, el mismo que subvenciona las películas-sermón de este indeseable, está vendido al imperialismo estadounidense.

 

Pedro Almodóvar no ha sido el primero en cinematografiar la eutanasia, ni mucho menos. Este falso debate se introdujo con fuerza en nuestros cerebros, violando nuestra libertad de conciencia, a raíz de la espectacular promoción de la que gozó la película Mar adentro (2004), dirigida por el oscuro Alejandro Amenábar[3]. El año anterior, por cierto, se estrenó Te doy mis ojos (2003), de Icíar Bollaín, justo unos meses antes —qué casualidad— de la aprobación de la Ley Integral contra la Violencia de Género, de la que pronto van a cumplirse veinte años[4]. Y, volviendo al tema, también se ha apuntado a la fiesta del “asesinato por compasión” la chabacana Maruja Torres, y lo ha hecho en el transcurso de una conversación con la más estulta de las periodistas, Àngels Barceló, una charla emitida en el programa Hoy por hoy, de la Cadena SER, la radio oficial del Régimen. Torres dejó perlas como esta: «estoy a favor del suicidio asistido, incluso sin enfermedad» o «estoy a favor de la eutanasia […] sin enfermedad y por no asumir el riesgo de vivir peor». Para aquellos lectores más desconectados aclararé que la expresión «suicidio asistido» es un eufemismo del eufemismo «eutanasia», y que «eufemismo» significa «hablar bien», es decir, sin ofender (al poder).

 

Supongamos que hay una necesidad humana de huir del dolor, físico y emocional, y que existe también un “derecho a renunciar a la vida” cuando pesa demasiado. Supongámoslo... ¿Qué podría hacer entonces una persona que sufre mucho para poder acabar con su vida? Obviamente, suicidarse, una opción que ya contemplan, y en número ascendente, una gran masa de mujeres, hombres ¡y niños! de nuestra época. Si la gente es libre para suicidarse, y por mucho que me repugne esta opción[5] siempre defenderé la libertad individual, ¿por qué tiene que intervenir el Estado para “asistir” ese suicidio? ¿Por qué no lo hace cada uno a su manera, tomando la cicuta como Sócrates, cortándose las venas como Séneca o lanzándose al vacío desde la torre de un centro comercial como hizo el poeta y obrero Xu Lizhi?[6] ¡Si te quieres morir, muérete, Maruja! ¡Púdrete en el infierno, Pedro! ¡Pero no le supliquéis al Estado que endurezca la ley sobre eutanasia, o no esperéis a que los bancos financien una nueva industria dedicada a facilitar el suicidio!

 

Y ahora, los trileros de la opinión, me dirán que hay gente que no se puede suicidar, y pondrán de ejemplo al tetrapléjico gallego Ramón Sampedro, inspirador de la película (plagiada, por cierto) Mar adentro, antes referida. En primer lugar, yo me pregunto, ¿quién es el Estado para matar a nadie, por muy impedido que esté?; o, ¿por qué un grupo de funcionarios tiene que asumir la responsabilidad ética de matar a seres humanos en nombre de aquellos cobardes que no quieren ensuciarse las manos con su propia sangre? En segundo lugar, también me cuestiono, ¿qué porcentaje de la población está en la misma situación que Sampedro, es decir, que no se pueden mover y, además, desean acabar con su vida? Se pueden contar con los dedos de las manos. ¿El funesto y egoísta deseo de esas pocas personas debe convertirse en un «asunto de Estado»? ¿Este lúgubre capricho justifica que se invierta tantísimo dinero de los fondos del ministerio de Cultura en la producción de panfletos audiovisuales propagandísticos? ¿Por qué toda la intelectualidad progre se tiene que manifestar a favor de la eutanasia en las redes sociales? Aquí hay gato encerrado y me propongo abrirle la puerta.

 

Si algún discapacitado sin movilidad en brazos ni piernas está leyendo este artículo y quiere acabar con su vida, no seré yo el que se lo impida, tampoco quien le ayude a hacerlo, pero sí le voy a rogar que haga el favor de no pedirle al Estado que lo ejecute en su nombre. Si no puede por sus propios medios pegarse un tiro o tomarse un bote de pastillas, y está empeñado en dejar de respirar, puede dejarse morir, dejar de comer y de beber, y esperar a que la muerte le sorprenda mientras medita sobre el sentido de la vida. Esta opción está al alcance de todos nosotros, también la podría haber llevado a cabo Sampedro, y así nos hubiéramos ahorrado el lacrimógeno bodrio de Amenábar. ¿Qué necesidad hay, entonces, de legislar sobre la eutanasia como han hecho ya once Estados?[7]

 

Abogar por la “asistencia al suicidio”, tanto para sujetos que no se pueden suicidar por sí mismos, como para suicidas sin iniciativa (tal y como promociona en las ondas Maruja Torres), es promocionar la cobardía y el delegacionismo mas egoísta, pero también es defender el capitalismo y rendir culto al Dios-Estado. Los apologetas de la eutanasia pretenden convertir el suicidio en un negocio más (en Suiza ya se están comercializando las «cápsulas para el suicidio asistido», aunque todavía no estén reguladas) y, de paso, en un nuevo servicio ofrecido “generosamente” por el Estado de bienestar. ¡Bienestar y deseo de morir porque no hay bienestar, qué paradoja!

 

Si el poder tiene que sacar a sus perros de presa para que ladren a favor de la eutanasia, incluso para los «sanos» que «no quieren asumir el riesgo de vivir peor» (Maruja Torres dixit), es que el sistema de dominación ya no tiene nada bueno que ofrecernos, como mucho, una muerte sin dolor. Han quedado muy lejos aquellos tiempos en los que la pareja bien avenida Estado-capitalismo nos prometía crecimiento económico, pero nos trajeron en su lugar la crisis de 2008 y la inflación de 2021; nos prometieron fascinantes tecnologías que harían nuestra vida más fácil, pero nos han traído obesidad, diabetes y tecnologías de control y dominación que incrementan generosamente nuestra jornada laboral; también nos prometieron “el mejor sistema sanitario del mundo”, pero nos trajeron la pandemia/golpe de Estado global de 2020 y sus “milagrosos” remedios; nos prometieron, además, “la generación de jóvenes mejor preparada de la historia”, pero introdujeron la ESO, las pantallas, las drogas y la irresponsabilidad de la juventud... El poder se está desmoronando por sus propias contradicciones internas a un nivel tan extremo que hasta ha perdido la capacidad de ilusionarnos, de engañarnos.

 

Al menos, el decadente y decrépito Imperio romano del siglo IV, al ver que no podía hacer mucho más para evitar su caída, se inventó una vida mejor después de la muerte, un paraíso ultraterreno que compensara la dantesca vida que los funcionarios y nobles del Estado romano le ofrecían a sus ciudadanos y esclavos. Así nació el catolicismo, ese que defienden trasnochados tradicionalistas como Juan Manuel de Prada. Pero los sacerdotes de la opinión del siglo XXI, los Almodóvar, Torres y compañía[8], no aciertan más que a proponer una salida indigna a los horrores de la soledad, la mala salud generalizada y el trabajo asalariado, una escapatoria del infierno convivencial en que se ha convertido la sociedad que los poderes a los que estos lacayos sirven han generado: el suicidio. Con semejante incitación al suicidio, parece que los que mandan nos están diciendo:

«Tu vida es una mierda. Es normal que no puedas aguantar más. Y nosotros no podemos hacer nada. Lo peor de todo es que la cosa va a ir a peor. Te esperan la guerra y la pobreza. No podemos seguir engañándote más tiempo. ¡Aguanta! Y si no puedes soportarlo, evádete, haz deporte hasta la extenuación, compra lotería, mira a ver qué dan en Netflix, juega con la consola, mira porno, bebe, drógate, tómate esas pastillas que te receta tu médico de cabecera para dormir mejor. ¡Aguanta! Y si ya no puedes aguantar más, quítate la vida. ¿No tienes lo que hay que tener para hacerlo por ti mismo? No te preocupes. En esto sí te podemos echar una mano».

 

Epicuro se encerró en su «jardín», en el que sus discípulos escapaban con el rabo entre las piernas del dolor de la vida, del dolor del mundo, del dolor que nos causan los demás. Los vikingos inventaron el valhalla, donde esperaban ponerse finos de cerveza para olvidar sus penitas. Los hinduistas sueñan con reencarnarse en un hombre rico, apuesto y poderoso, para olvidar que viven en el país más sucio, clasista y machista del mundo. Los musulmanes tienen sueños húmedos con el yanna, y con sus setentaidós vírgenes calentorras. Los europeos nos hemos quedado sin imaginación y solo podemos soñar con una muerte sin sentido, sin trascendencia… y sin dolor. Y es que, por desgracia, detrás de la legislación eutanásica hay mucho más que el suicidio de una sociedad dirigida por malvados incompetentes, y conformada por individuos débiles y miedicas. Parece como si los aborígenes europeos, únicos consumidores de este tipo de patrañas ideológicas, estemos siendo objeto de un exterminio calculado, ya sea con todas las trabas que legislación y gran empresa ponen a la natalidad, ya sea con la elevada morbilidad de enfermedades que sí matan de verdad, pero a las que no debemos temer (cáncer, ictus, etc.), ya sea con la incitación al suicidio.

 

Y, puestos a ser mal pensados, «piensa mal y acertarás», parece como si las mediáticas eutanasias de Ramón Sampedro, José Antonio Arrabal, Maribel Tellaetxe o María José Carrasco sean solo la primera fase de una distópica «ventana de Overton». Recordemos, por poner un ejemplo, en qué ha degenerado el debate del aborto («interrupción voluntaria del embarazo», si usamos el eufemismo), que comenzó con su autorización para mujeres víctimas de violación o cuya vida corría peligro, hasta la situación actual, en la que en el Estado de Nueva York “abortan” mujeres en su noveno mes de embarazo, y tiran al bebé en un cubo de la basura todavía con vida. Nadie duda a estas alturas que déspotas como Irene Montero podrán “disfrutar” legalmente del sexo con menores de edad, tal y como desean… Así pues, ¿qué se esconde detrás del artificial e impuesto debate sobre la eutanasia?

 

Detrás de la eutanasia está el genocidio. El genocidio de improductivos. El genocidio de ancianos, jubilados que no cotizan, cobran la pensión y consumen la mayor parte de los recursos de la Seguridad Social. ¿Recuerdan la “pandemia” de COVID-19? El genocidio de enfermos graves y, por qué no, de discapacitados. El genocidio de enajenados, toxicómanos e indigentes. En suma, el asesinato sistemático (en beneficio del sistema) de cualquier individuo que, en tiempos de guerra y de carestía, sea incapaz de coger un fusil o trabajar en la industria bélica.

 

Si el Estado se arroga el derecho de matar a enfermos y a depresivos, de momento a aquellos que lo solicitan, pronto comenzará a ampliar sus atribuciones para que funcionarios del Estado sean los que decidan a quién deben “suicidar”. ¿Acaso no lo hacen ya los médicos de la planta de paliativos de los hospitales, públicos y privados? Si Hipócrates levantara la cabeza, posiblemente se suicidaría, para no tener que contemplar cómo los médicos de hoy se dedican a matar viejos con sobredosis de morfina y a provocar la muerte por yatrogenia en uno de cada cuatro fallecimientos acontecidos. ¿Acaso no cometió un genocidio el Estado español, en marzo de 2020, cuando asesinó a miles de ancianos en las lúgubres residencias geriátricas? El reino de los Países Bajos permite, desde 2022, la “eutanasia” para niños de entre 1 y 12 años de edad, es decir, las leyes holandesas defienden el infanticidio de discapacitados y enfermos, una práctica, por si no lo han advertido, nacionalsocialista, nazi, neonazi. De la infame ley de eutanasia neerlandesa al exterminio de disidentes solo hay un par de pasos en la ventana de Overton.   

 

¿Por qué, en su próxima película, la que entre todos sufragaremos, Pedro Almodóvar no retrata un canto a la vida, al amor, a la belleza, al bien moral y a la verdad[9], que es justo lo contrario de lo que ha filmado hasta el momento? ¿Por qué todos estos intelectuales, en vez de abogar por la eutanasia, no se inventan un nuevo neologismo como «euzoisía», «vida buena»? ¡Qué bonita palabra crearían! Aunque espero que nadie sea tan cruel de bautizar a su hija con este nombre…

 

El Estado es Tánatos, la pulsión de muerte. Es el monopolio de la violencia con el objetivo de matar. Es guerra y genocidio, muerte por explotación, por desesperación, por daño colateral y por fuego amigo. Es muerte por rentabilidad. El Estado mata y promociona la muerte. Es el poder contra la vida. Y el sujeto, el individuo libre, el pueblo, los pueblos, son Eros, el deseo de vida que nos han arrebatado y debemos recuperar y festejar. Mientras los agoreros del poder, siempre vestidos de negro, como Almodóvar, peroran a favor de la muerte, nosotros cantamos, con la palabra y con el ejemplo, a favor de la vida. ¿Eutanasia o vida? Siempre vida. Y la vida no es de color de rosa. Como las rosas, tiene espinas. La vida implica esfuerzo, compromiso, renuncia, abnegación, trabajo, tristeza, desengaño, enfermedad, dolor. El ser humano autoconstruido, reconstruido, integral, puede con todo eso, y con mucho más. Encuentra sentido a la vida, se fija metas magníficas, grandiosas, sublimes, y no se deja amilanar por el dolor, físico o emocional. No tememos a la parca, tampoco la deseamos. Sabemos que existe, que está muy cerca y que, un día, sucumbiremos ante ella. Pero ya llegará ese día y, entre tanto, nos mostramos indiferentes ante la muerte.

 

La muerte para los cobardes, para los derrotistas, para los poderosos y para sus lacayos. Y para nosotros, la vida, y luego, una muerte con sentido, épica y trascendencia.   

 

Antonio Hidalgo Diego

 

 

[1] Se trata del vídeo El poder contra la vida. De las esterilizaciones forzosas a las vacunas (2021), disponible, tras la censura de YouTube, en mi canal de Odysee, @elminotauroenalcasser.

https://odysee.com/@elminotauroenalcasser:d/El-poder-contra-la-vida:1

En 2023 emitimos la segunda y última entrega del programa La Autopsia, con la psicóloga forense Sara Valens, pero el vídeo fue censurado de nuevo por la plataforma audiovisual del Pentágono. Ni el vídeo ni el audio están disponibles por el momento.

[2] El artículo del que me siento más orgulloso también se titula El poder contra la vida (2021), publicado en la revista Amor y Falcata.

https://amoryfalcata.wordpress.com/2021/04/12/el-poder-contra-la-vida/

Tanto en el artículo como en los vídeos expongo una breve historia de la eugenesia contemporánea, demostrando que los Estados, se digan democracias o dictaduras, sean éstas comunistas o de corte fascista, han practicado, y practican en nuestros días, la eugenesia, es decir, impiden el nacimiento de colectivos humanos enteros en función de su etnia, sexo, estatus económico o cualquier otra razón de Estado.  

[3] ¿Por qué es «oscuro» Alejandro Amenábar? Tesis (1996), su opera prima, estrenada unos meses antes del juicio-farsa, está repleta de guiños al triple crimen de Alcàsser. Uno de los productores, el mismo que cedió su chalé para el rodaje, tiene mucho que decir (y algunas cosas ha ido explicando ya) acerca de lo que gente muy cercana a este empresario hizo con las tres niñas valencianas. Años más tarde, Amenábar rodó la aburridísima Regresión (2015), cuya moraleja es la siguiente: los abusos sexuales a niños fuera del ámbito familiar no existen, tampoco las redes de pederastia. Los niños tienen mucha imaginación…    

[4] Te doy mis ojos fue toda una cuestión de Estado, una película de diseño que preparó el terreno de la actual dictadura feminista que padecemos desde hace ya dos décadas. El ministro del gobierno de José Luis R. Zapatero encargado de llevar a cabo el proyecto fue Miguel Lorente, que contrató como asesor de guion a su amigo Jorge Corsi, psicólogo argentino y arquitecto de la llamada «ideología de género». En la película, proyectada hasta la saciedad en centros educativos, se muestra cuán malos somos los hombres, cuán indefensas están las mujeres, cómo los hombres pegamos a nuestras parejas porque es nuestra naturaleza, que la policía es buena y que leyes, jueces y funcionarios son los mejores aliados de la mujer. Jorge Corsi ha sido condenado varias veces en su país por pederasta, así que se instaló en España para poder seguir ejerciendo de violador de niños con la protección, económica y policial, que le brindó el gobierno socialista de Zapatero, y su amigo Miguel Lorente. Veinte años después de la ley que justificó el filme de Icíar Bollaín, el número de mujeres asesinadas no ha hecho más que aumentar, al tiempo que se han eliminado principios jurídicos básicos como la presunción de inocencia o la igualdad de todos frente a la ley. Las cárceles están llenas de hombres inocentes, víctimas de denuncias falsas de sus exparejas, asesoradas por sus abogados o deseosas de beneficiarse de las prebendas que la LIVG concede a las mujeres. En suma, un infierno convivencial que rompe familias, infantiliza mujeres y criminaliza hombres, diseñado (entre otros) por un psicólogo pederasta. Para más información, consultar mi único libro, El Minotauro en Alcàsser. Crimen sádico, voluntad de poder y feminismo de Estado, disponible en Editorial Bagauda.

https://www.editorialbagauda.com/product/6896434/el-minotauro-en-alcasser-crimen-sadico-voluntad-de-poder-y-feminismo-de-estado

[5] Recomiendo mi artículo sobre el suicidio, Elijo vida (2021), también disponible en la revista Amor y Falcata.

https://amoryfalcata.wordpress.com/2021/07/05/elijo-vida/

[6] Para quien no conozca la figura del obrero industrial y poeta chino Xu Lizhi, puede buscar sus poemas traducidos al castellano y, por qué no, recomiendo mi intervención en la asociación Plural-21, Furia contra la máquina. El modelo capitalista chino a través del poeta Xu Lizhi (2021).

https://www.youtube.com/watch?v=8PL2MLf5Kbo

[7] Han legalizado y regulado la práctica de la eutanasia, o han despenalizado el “asesinato por compasión”: Suiza (1940), Estados Unidos de América (Oregón fue el primero de esos estados, en 1997), Colombia (1997), Países Bajos (2002), Luxemburgo (2009), Bélgica (2014), Canadá (2016), Australia (2017), Nueva Zelanda (2020), Portugal (2020) y… efectivamente, España (2021).

[8] Se han posicionado públicamente a favor de la eutanasia los politicastros Pedro Sánchez, Irene Arrimadas e Irene Montero (siguiendo con la etimología, «Irene» significa «paz», pero debe ser la «paz de los cementerios»…); las periodistas Julia Otero y Mónica Carrillo; el cantautor comunista Ismael Serrano (a «Papá Stalin» le encantaba practicar la “eutanasia de los gulags”); la cantante francesa François Hardy, y su compatriota, el actor Alain Delon; el físico y pederasta británico Stephen Hawking; entre otros muchos.

[9] La filmografía de Almodóvar apesta a muerte, destila odio, escandaliza (pero solo por la fealdad de sus contenidos y personajes), alienta el mal y adoctrina en la mentira.

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