Para cambiar el mundo, ¿primero has de cambiar tú?

Publicado el 1 de octubre de 2024, 21:26

Por Alejandro Carvajal Reis, lector de VyR

Tiempo estimado de lectura: 5 min

 

Estar bien y mejorar tu sociedad son dos objetivos que se deben trabajar al unísono. Hoy en día es muy común el comentario, «para cambiar el mundo primero has de estar bien tú», que se puede considerar una media verdad o una justificación de la inoperancia a nivel social. Porque… ¿Cuándo estamos bien del todo? Y más importante aún, ¿qué es estar bien? Para que un ser humano esté bien, necesita tener en cuenta estos cuatro factores: alimentación, ejercicio, descanso y vida social. El factor emocional y mental se deriva de la calidad de estos cuatro factores, por eso, aun con su tremenda importancia y capacidad de mejorar nuestra calidad de vida, no los considero factores que determinen tu supervivencia, salud o bienestar en el mismo grado que los cuatro antes mencionados.

 

«Somos lo que comemos». Esta frase es una gran verdad. Por ahora, no he conocido a nadie que viva del prana, y solo con meditaciones y luz solar pueda sobrevivir, idea que aparece en publicaciones de las plataformas digitales de dudosa credibilidad. No es lo mismo comprar alimentos en un supermercado que cultivarlos o adquirirlos en mercados de agricultores locales. No es lo mismo trabajar ocho horas diarias entre la prisa y la ansiedad a trabajar en tu campo, duro, pero con un ritmo natural que tú mismo te marcas con la única prisa que los ciclos de naturaleza te imponen, o derivada a una incapacidad de gestionar las faenas en su momento preciso o circunstancias externas que te lleven a no poder hacer tu faena con tiempo y tranquilidad. Esto, en la ciudad, con el actual sistema de trabajo asalariado, es casi imposible de gestionar. Esta prisa y ansiedad nos enferma, y aceptar estas condiciones para nosotros y nuestros hijos es un crimen hacia nuestro cuerpo y hacia nuestra mente. Cada vez son más comunes los problemas de insomnio; es normal que esto pase, sobre todo al vivir en una ciudad en la que no hay silencio. Aunque el cuerpo duerma, el cerebro sigue estando al tanto de los estímulos sonoros, principalmente del tráfico. El incómodo sistema de viviendas (pisos) en los que la mayoría de gente vive, cuando ven al vecino entrar por el portal, sube corriendo al ascensor para no cruzarse con él, el mismo vecino que tienen sobre su cabeza, que, naturalmente, hace ruido, más o menos molesto, pero ruido de todas formas. Después, cuando sales por la mañana, escuchas más tráfico y te tragas su CO₂ para desayunar. Vivir en el campo, en el monte o en un pueblo reduce considerablemente esta presión, nos permite tener un descanso de calidad muy superior, lo cual aumenta nuestro rendimiento físico y capacidad de asimilar los alimentos aprovechando al máximo sus nutrientes.

 

En el sistema de vida actual que impera en las ciudades, las madres y los padres no tienen tiempo para educar a sus hijos, debido al trabajo asalariado, lo cual deriva en la decisión de delegar la educación a una entidad institucional que, de sobras, está demostrando su incapacidad a la hora de formar individuos de calidad y su tremenda capacidad de generar individuos dóciles, sin voluntad propia. En el pasado, la maternidad se compartía entre vecinos, la educación era transgeneracional, lo cual permitía a las y los infantes ser útiles para su sociedad mucho antes que el actual sistema educativo...

 

Hoy, le preguntas a la gente por cómo están y te responderán: —Bien—. Pero cuando estés hablando un rato, te darás cuenta de que no están tan bien como aparentan. Uno de los principales motivos es la depresión causada por la falta de objetivos en común. El ser humano progresa acorde a sus objetivos, cuando dicho individuo se centra en generar ingresos para cubrir sus necesidades en un trabajo que nada hace por mejorar nuestra sociedad es muy común que el individuo entre en depresión porque, aunque se autoengañe, es consciente de no estar dedicando ningún esfuerzo a mejorar su sociedad, sino solo en sobrevivir. Este egoísmo individualista acaba provocando que el individuo se junte con otras personas egoístas e individualistas que solo le quieren por interés, lo cual genera relaciones sin confianza, empatía ni sacrificio mutuo, relaciones que, tarde o temprano, derivan en individuos rodeados de gente que se siente sola. Sin embargo, la naturaleza de las relaciones en los pueblos de campo o montaña son muy diferentes. En el pueblo todo el mundo se conoce y se saluda, lo cual hace que cuides más tus relaciones, ya que faltar a tu palabra o maltratar a alguien es algo que tus vecinos tendrán en cuenta a la hora de relacionarse contigo, pudiendo generar marginación o incluso rechazo y expulsión de los centros de convergencia social, o del mismo pueblo, lo cual impulsa al individuo a tomarse en serio sus relaciones y cuidarlas. Primero por necesidad, hasta el punto en el que la motivación por cuidar tus relaciones se vuelva moral, natural e intuitiva.

 

Vivir en la ciudad es un suicidio indirecto; hacer que tus hijos vivan en la ciudad es un homicidio indirecto. No podemos suprimir de la faz de la tierra todas las ciudades... Pero sí podemos elegir dónde y cómo queremos vivir, no hacerlo o dejarse llevar por la corriente es, como he dicho antes, un crimen. La reflexión, pues, de que para cambiar el mundo primero has de cambiar tú es incorrecta. La evolución del individuo está íntimamente relacionada con la evolución del entorno en que se encuentra. ¿Cada decisión que tomamos está influenciada por una referencia externa? ¿Es la voluntad propia la que nos conduce a nuestros objetivos? Yo soy de la opinión de que ambas circunstancias están ligadas entre sí. Por eso, desecho la idea de que «para cambiar el mundo primero has de cambiar tú», para sustituirla por «para mejorar nuestra calidad de vida, también tenemos que mejorar nuestra sociedad». Ya que, por suerte, por desgracia o simplemente por naturaleza independiente de las interpretaciones humanas, todos estamos conectados. Desatender tus deberes morales para con tu sociedad es desatender tus propios deberes. 

 

 

Alejandro Carvajal Reis

 

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