Migración es desarrollo

Publicado el 8 de septiembre de 2024, 17:40

Por Jesús Trejo

Tiempo estimado de lectura: 12 min

 

El peor castigo que se le podía infligir a un ateniense, y en general a cualquier griego de las múltiples polis que poblaban la Hélade, era expulsarlo de su comunidad: el ostracismo. El mismo Sócrates optó por la muerte por cicuta en vez de abandonar el lugar donde se había criado, por el que había luchado, y en el que se había formado como hombre.

 

De igual modo, el concepto “oiko-nomos” hacía referencia a la gestión de las actividades productivas del hogar (Oikos), que todo ciudadano debería tener para preservar su libertad y su autonomía.

 

Hoy día, las tornas se han cambiado: en la aldea global, como gustaba llamar Marshall Mcluhan al mundo, lo que prima es el cosmopolitismo y sentirse ciudadano del mundo, y la economía, antes que un medio para sufragar tu desarrollo como persona y tu papel en la comunidad, se ha convertido en un fin al que se le sacrifica todo: la propia casa, tu libertad, tus raíces.

 

Desde la revista VyR hemos defendido siempre la libertad como la característica más propia del ser humano. Una persona es sujeto en tanto se sujeta a sí mismo, se autolimita y autosostiene, mientras que si no se domina a sí mismo y deja que las fuerzas ideológicas o del mercado le impongan sus intereses, perderá una de las facetas más auténticas y propias de la conciencia.

 

También otro de nuestros “mantras” es que la clave de la existencia humana radica en su componente moral, en su esqueleto de principios y valores, que le den el arrojo de sentir, pensar y actuar coherentemente con sus ideales. Es lo que recoge el término virtud que nombra nuestra revista, y lo colocamos en el centro de cualquier movimiento transformador de la sociedad que se quiera llamar verdaderamente revolucionario, y no meramente transgresor de apariencias.

 

La libertad y la virtud son, para nosotros, fines existenciales que nos sirven de faro para dirigir nuestro quehacer en la vida, y como vara para medir la calidad de las actividades personales, sociales y políticas.

 

Así que, respecto del hecho migratorio, lo primero que hay que decir es que es un acto libre y voluntario, y hay que dejar de victimizar a los migrantes (ni siquiera a los refugiados que abandonan territorios bajo la presión de riesgo por su vida o los de su familia en vez de plantar cara a los conflictos que le amenazan, aunque como siempre habrá casos extremos). Victimizar a cualquier persona, ya sea migrante, mujer u homosexual, para comportarnos con ellos condescendientemente, es negarle su capacidad de libertad, decisión y de lucha, lo propio de nuestra condición humana, y por tanto, aceptar de facto su inferioridad como ser autosustentante, y que demanda ser auxiliado y dirigido. Este era el razonamiento racista que hacía Aristóteles en su obra “Política”, para justificar la esclavitud. Y esto es lo que hacen todos los victimizadores.

 

Nosotros tampoco somos víctimas.

 

Somos hijos de migrantes. En los años 50 y 60 se produjo en el interior de nuestro territorio una de las mayores movilizaciones del campo a la ciudad que sucedieron en Europa en el siglo XX, con unos 8 millones de desplazamientos (el 30% de la población total de entonces). Nuestros abuelos y padres eligieron, decidieron, abandonar sus lugares de origen, dejando comunidades, casas, iglesias, costumbres, costas, ríos y árboles que sus ancestros moraron para jugar, enamorarse o charlar y deliberar sobre los asuntos divinos y humanos las más de las veces; decidieron que lo mejor para el futuro de ellos y sobre todo de sus hijos era irse a los arrabales de las grandes ciudades, donde había posibilidades de progresar y prosperar.

 

Y era verdad. Prosperaron. Progresaron. Si eso significa tener más cosas.

 

La economía española creció a un ritmo vertiginoso de doble digito hasta los años 70, las viejas chabolas y barrios que se levantaron “sin permiso” con la condescendencia de las autoridades (la ley franquista decía que si levantabas una casa y dormías una noche en ella ya eras propietario) se convirtieron en los 60 en barriadas con servicios, agua, electricidad y asfalto, alcantarillado, y alumbrado público, el pleno empleo, permitió el acceso a bienes que antes eran prohibitivos, como motos y coches, y las vacaciones pagadas acercaron las delicias de la vida muelle en el Levante al pueblo trabajador, haciendo que el sudor que antaño dignificaba la vida fuera repudiado y se convirtiera en olor nauseabundo a evitar o al menos a maquillar.

 

En la dialéctica de la vida, lo que ganas por un lado, a nivel material, tiende a empobrecer el otro lado, el componente espiritual de la existencia.1

 

Hoy día hacen algo parecido, aunque no lo mismo, (en la migración doméstica no hay cambio de civilización, aunque sí de cultura y ethos), millones de migrantes de países en vías de desarrollo: buscar el Dorado occidental, que les den oportunidades de medrar económicamente, sacrificando para ello sus raíces, sus lazos sociales y culturales. Porque no es cierto que la migración permita multiculturalidad, ya que la idiosincrasia de los pueblos se convierte en folclore si se las separa del terreno físico y social de donde proviene, y porque lo más decisivo de las civilizaciones es la visión general de la existencia, que se traduce en códigos no escritos en cuanto al pensar, al sentir y al decidir, y que están íntimamente vinculados con un contexto material.

 

Los estudios de campo sobre los emigrantes constatan varias cosas2. Primera, que la emigración está ocasionada por la tiranía de lo urbano sobre lo rural. La fagocitación que la vida ciudadana ha provocado sobre el sector primario está en la base de todo el proceso trastornador de los modos de existencia anteriores, esquilmando no solo los recursos naturales, sino principalmente los humanos. En el año 2008 se llegó a igualar la población mundial que habitaba en núcleos urbanos con la que vivía en el ámbito rural, y en 2023 esta relación ha aumentado hasta el 57% en beneficio de la ciudad.

 

Hay una razón política detrás de ello: en las ciudades es donde el poder del Estado puede aplicar plenamente sus instrumentos de dominio ideológico, mientras la dispersión y relativa libertad del mundo rural complica el ejercicio tiránico. Esto ha generado un proceso unificador nunca antes experimentado, donde más de la mitad de la población se exponen a los mismos estímulos adoctrinadores, propagandísticos, estéticos, de consumo y de expectativas sociales. La vida urbana es casi la misma entre distintas urbes, a diferencia de la vida del campo, donde cada cultivo, clima y paisaje conforman una peculiar manera de enfrentarse a la existencia, con una lengua y una cultura única (cultura viene de cultivo), que hoy languidece por el vaciamiento rural.

 

En segundo lugar, los países más pobres no generan emigración masiva a los países ricos, porque no tienen recursos para costearse los viajes, visados y mordidas a traficantes y policías, y migran a las ciudades cercanas a sus territorios. El mito de la pobreza extrema como causa principal de los desplazamientos a Occidente es desmontado por los hechos. El grueso de la emigración a Estados desarrollados proviene del grupo de países en vías de desarrollo con bastante urbanización, como Turquía, Marruecos, India, Filipinas o Sudamérica. Un viaje promedio cuesta entre 6000 y 10.000 euros, que suponen la acumulación de sueldos íntegros entre cuatro a seis años en los estados más débiles.

 

Por último, es cierto que la emigración estimula la economía… de las metrópolis receptoras. La liberación de fuerza de trabajo femenino que permite la externalización de las tareas domésticas y de crianza en mano de obra filipina o rumana, el cuidado de nuestros abuelos y enfermos por parte de sudamericanos mientras los hijos se concentran en sus tareas de oficina, la delegación del procesamiento de alimentos, la recolección agrícola, construcción de viviendas e infraestructuras en fornidos subsaharianos o los sufridos latinos que aguantan las duras inclemencias climáticas de nuestra geografía, mientras nuestra debilitada juventud se dedica a preparar oposiciones de funcionario, todo esto permite un crecimiento de las actividades productivas, una mayor explotación de la fuerza de trabajo, que no tiene que distraerse en cuestiones que antaño estaban insertas en el ethos del cuidado familiar y personal, y que ahora queda libre por entero para las fuerzas laborales.

 

Ronald Skeldon , que acuñó la primera frase que da título al artículo, explicó en 1997 el incentivo que el desarrollo local provocaba para emigrar, en tanto que creaba cosmovisiones de economía-mundo, y facilitaba la acumulación de suficiente capital para costear el proceso de desplazamiento y la pérdida de la capacidad productiva local del emigrante. A partir de un cierto nivel de riqueza y de educación globalista, ofertada por ONGs y sistemas educativos sufragados por los Estados de origen, se generan las expectativas y posibilidades para lanzarse al viaje, a los lugares donde se concentra el trabajo, desatendiendo y olvidando la otra necesidad no material, aparte de las corporales, que tiene todo hombre: el alma3  

 

Así pues, es la libertad y no la necesidad el motor de la migración. Una libertad decantada hacia la búsqueda de mejoras “económicas” y de mejores expectativas materiales para sus hijos, y no hacia la defensa de tu propia “oiko-nomia”: tu hogar, tu cultura, tu tierra . Y esto ocurre porque ha desaparecido la fuerza arraigante que daba la cultura y las cosmovisiones locales y se ha optado por la cultura pop, urbano- globalizadora, que promociona, permite y alienta el deseo de integración en ciudades-países que son esencialmente iguales en todo el mundo, y por tanto, siendo iguales, eliges las que mejores coberturas y expectativas ofrezcan. Con ello, el desarrollo económico gana, medido en P.I.B., y la riqueza cultural de la humanidad y sus múltiples perspectivas enriquecedoras sobre el individuo y la sociedad se destruyen. Porque la única manera de acceder a la construcción personal es desde lo concreto, desde unas raíces, mientras que la aceptación acrítica de los mecanismos e instituciones que ofertan los Estados donde se concentra el trabajo, supone el fin del desarrollo personal y la conversión de los jóvenes migrantes de segunda generación en seres apocados, sin personalidad, ciudadanos, que en el mejor de los casos se integran en la sosería blandengue promovida por la industria de la felicidad4, y en el peor se convierten en lumpen resentido, con pocos escrúpulos hacia una sociedad de la que no se sienten pertenecientes y que solo busca aprovecharse de su energía productiva.

 

Por tanto, lo que hay detrás de los procesos migratorios es la unificación a escala global del pensamiento, creencias y expectativas, reflejo de la victoria del homo oeconomicus ciudadano, sobre el resto de alternativas vitales, síntoma de que la propaganda se ha impuesto a la cultura, y que la sociedad de la imagen y los pantallazos ha condicionado de manera decisiva el comportamiento de la humanidad.

 

Ahora bien, la clave más profunda de la migración es la debilidad de la propia cultura de recepción. En el Estado español, el tiro en el pie para la idiosincrasia hispana que supone la caída exterminadora de la tasa de natalidad, junto con el dominio aplastante de toda una concepción hedonista y autoaniquiladora de lo común, está en la base del flujo migratorio. El proceso de envejecimiento, la ruptura de la antigua red familiar en su variante asistencial, y la ideología pseudoemancipadora del feminismo que obsesiona a la mujer con el trabajo como única vía de emancipación, abandonando su faceta de crear vida, hace que haya un nicho enorme de actividad productiva y reproductora a rellenar por mano de obra foránea, que además es mucho más maleable, especialmente respetuosa y sumisa con las instituciones laborales, y sobre todo políticas, no sólo porque no se muerde la mano que te da de comer, sino porque al no ser parte de la comunidad ancestral, su único referente es el Estado y sus instituciones. Esto lo saben los amos de Occidente, y potencian esos flujos de gente “nueva”, que por un lado revitalicen la economía y por otro, y fundamentalmente, borren las viejas y poco manejables costumbres que aun laten como rescoldos en la civilización occidental oriunda, con su ethos igualitarista, su pluralismo, su individualismo subversivo frente a la tirania y su librepensamiento5.

 

Los estados occidentales han elegido reemplazar este modo de vida poco gobernable, aborrecer y repudiar las visiones sacrificadas de la existencia, y para ello han desplegado toda una batería de operaciones ideológicas para desarmar la conciencia de los pueblos autóctonos, y dejarnos servir por la nueva esclavitud que viene de los confines del mundo que desea ser como nosotros, pero aún más serviles hacia las estructuras imperantes, aunque para ello haya que abandonar y enterrar todo el tesoro acumulado por milenios de humanidad sedimentados en sus pueblos.

 

Solo un esfuerzo interior, consciente, de lucha decidida contra el Poder de los estados, mentor principal de las políticas proinmigración6, la recuperación del espíritu popular, de autoestima y reivindicación física y cultural de cada propia idiosincrasia como pueblos, de reequilibrio entre el campo y la ciudad y de la recuperación de la figura del migrante temporal, podrá al menos corregir estas derivas hacia la desintegración del hombre a mero homo oeconomicus, leve como briznas de hierba cortada de cuajo y mecidas a capricho por los vaivenes del Poder, ajándose exhaustas en las industrias del Imperio, sin enriquecer la tierra que le dio la vida.

 

Jesús Trejo

 

 

 

1 “Estamos en un Titanic global” Multiversidad mundo real, Edgar Morin.

 

2 El libro que mejor compedia y estudia los trabajos sobre migración actuales es el de Hein de Haas “los mitos de la inmigración”, ed. península 2024.

 

3 Las certeras aportaciones de Simone Weil a la condición humana, en tanto existencia duplicada por necesidades corporales y espirituales, son de gran valor para interpretar cómo afectan los procesos reduccionistas hacia una sola de las partes del ser humano.

 

4 “Happycracia” Edgar Cabana y Eva Illouz, un estudio sobre las ingentes cantidades de dinero invertidas en las industrias del hedonismo.

 

5 El famoso e interesante libro de Samuel P. Huntington “El choque de civilizaciones” ed. Paidos, pg 86-90, recoge estas características de la civilización occidental, que no se encuentran en las restantes formas interpretativas de la existencia, como la africana, la islámica, la sínica, la hindú o la japonesa.

 

6 Tras la demagógica fachada de controlar la emigración ilegal (que es apenas de un 5%), que le sirve para justificar su fortalecimiento militar y policial, el Estado español sigue facilitando la recepción de emigrantes económicos, tan demandados por la patronal y las industrias de lo social que se lucran de ello.

 

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