La rutina luminosa y el método Munchaussen

Publicado el 1 de julio de 2024, 18:55

Por Jesús Trejo

Tiempo estimado le lectura: 18 min

 

Un sistema coercitivo como son las estructuras estatales, y especialmente las contemporáneas, necesita una interpretación existencial que lo justifique. Fundamentalmente, se trata de demostrar la imposibilidad ontológica del individuo popular de autogestionarse a sí mismo, y, por tanto, de participar como sujeto soberano de asambleas omnímodas. Necesitan una antropología negativa y necesitan una filosofía que avale la volubilidad de la condición humana y demande una dirección superior, ministerial, de sus vidas. Pero sobre todo necesita debilitar al individuo, fragilizarle.

 

La pregunta sobre el hombre ha ocupado un lugar central en las distintas escuelas filosóficas, pero cuando problematizamos algo se puede hacer de dos formas: una, para ampliar mi información sobre la cuestión desde una posición de confianza (curiosidad científica), y dos, cuando desconfío del asunto y recelo de su naturaleza (interrogatorio policial). Pues bien, el “estado de ánimo”1, desde donde el pensamiento filosófico se ha planteado en la época moderna la cuestión del hombre, ha sido al modo de proceso judicial, como era de esperar por otro lado con la funcionarización del pensamiento acaecida en la amplificación del Estado en los últimos 250 años2.

 

La posición confiada que hacía preguntas sobre el mundo, la sociedad y el hombre, era la antigua, recogida en el pensamiento clásico. Los inicios de la filosofía como saber “inútil”, en tanto que alejado de las necesidades productivas, tenía el asombro como punto de partida3, para desencantar el mundo de mitos y rituales religiosos. Los presocráticos podían enfrentarse a la fe de la mística religiosa con otra fe, en el propio pensamiento y en el poder del individuo para conocer los secretos de la naturaleza y la sociedad.

 

“El hombre es la medida de todas las cosas” recogía el sofista Protágoras, que lejos de las tergiversaciones relativistas posteriores, daba a entender que una de las características esenciales del ser consciente es su carácter axiológico, de dar valor, de decantarse por unas cosas o por otras, de elegir libremente en un mundo abierto sobre el que nos interesábamos (en las dos acepciones de interés curioso y de ser interesado egoístamente). Este enfoque era natural y provenía de un espíritu colectivo que conocía las diferencias morales entre sociedades distintas y entre clases sociales diferentes dentro de un mismo pueblo.

 

Más tarde Aristóteles recogía otra de las grandes definiciones del hombre recogida en el pensamiento presocrático, como “zoon politikon”, como un animal de la polis, incidiendo en la determinante influencia social del individuo, de su sustrato y su entorno. Así que tenemos que la tradición antropológica incluía inextricablemente en la comprensión del sujeto su lado emotivo-racional, su lado axiológico y también su lado socio-relacional y por tanto histórico-político. El punto de partida era el de un individuo confiado en sus fuerzas, bien avenido con el mundo que le rodeaba, con el mantenía lazos de parentesco, de confianza y estabilidad.

 

Por el contrario, el pensamiento débil que se instauró en los años setenta con los filósofos postmodernos, ha sido la última respuesta filosófica del Poder para ahondar en la situación de precariedad espiritual del sujeto contemporáneo y reforzar el papel del Estado. Esta doctrina denuncia la arbitrariedad de una visión dominante, “etnocéntrica”, de culturas identitarias, exigiendo el mismo respeto hacia todos los discursos culturales dentro del marco político constituido, y remarcando la situación de endeblez de los individuos ante sus intereses, pasiones, ideologías o instintos. El sujeto, ahora desequilibrado en sus balanzas, hiperemocional e hiporracional, está condenado, según esta visión metafísica, a la vida muelle y acrítica, a mantenerse impasible en el tibio lodazal de su inmundicia, consolándose con el impostaje del bótox espiritual4 que ofrecen las plataformas de entretenimiento y dejando la labor de arbitraje multicultural a las instituciones representativas (sic).

 

Si miramos la realidad empírica, parece que esta ontología desalentadora responde a los crudos hechos. Por todos lados “vemos”, a nivel particular, incontinencia, frivolidad, olvido de sí mismo, desvergüenza propia, dejadez y abandono (en cuanto a pensamiento, salud, estética, etc). El nivel de asociabilidad en el trabajo o en el vecindario, con las noticias y realities mostrando la zafiedad, perversión y mezquindad de la “gente”, las encuestas mostrando posiciones irreconciliables a nivel político, los partidos de fútbol con sus hooligans borrachos o madres/padres enardecidos, el choque de “a-culturas” desarraigadas, la brutalización de la vida en general, muestra una incomprensión hacia el otro en el espacio vital común que anticipa la barbarie. Esta es la fotografía de la vida cotidiana.

 

Pero las fotos son quietud y estado de reposo, y la vida es movimiento y es renuente a esos estados.

 

Porque una cosa es lo que vemos, y otra interpretar lo que vemos. En filosofía se distingue entre fenómeno, lo que se percibe (fácilmente manipulable por los dominadores de la esfera mediática), el reino de la necesidad, y el noúmeno, los resortes causales que anidan en lo profundo de las cosas percibidas, el lugar de la libertad y la autodeterminación5, incitadores del cambio. Así que veamos qué hay detrás de lo cotidiano.

 

La cotidianeidad es lo que hay, lo que nos encontramos día a día en nuestro transitar mundano. La conforman sitios comunes y costumbres, un espacio donde nos movemos como en casa, un hábitat. La herencia genética y cultural que todos nos encontramos en nuestra unicidad espacio-temporal es parte de ese hábitat. Estamos hechos de biología sexuada de familia, de lugares y momentos personales y de situación histórica. Necesitamos lo cotidiano para despegar, para refulgir.

 

Hasta fechas históricamente recientes, el mundo tradicional aportaba esta estabilidad socio-emocional habitual, desde donde se conformaban sujetos arraigados, con gran confianza en sí mismos y difícilmente manipulables, desdeñosos hacia el boato de la riqueza y la acumulación, y celosos de sus fiestas y sus tradiciones, que eran donde se atesoraban los siglos de convivencia vecinal. El Antiguo Régimen tenía más de antiguo que de reglamentación regia efectiva, la cual tenía un ámbito de aplicación todavía limitado a las áreas de concentración urbana, mientras en la vida aldeana, donde vivía el 85% de la población, podía hacer la vista gorda a las ordenanzas de la Corona con diversas formas evasivas y con amplios márgenes aún de decisión local.

 

El nuevo orden constitucional, implementado desde el Poder a partir de la Revolución francesa, vino a acabar con los restos de soberanía popular y demonizó lo cotidiano. El mito de la Modernidad comenzó a difundir un odio furibundo a la tradición y a las concepciones heredadas del pasado confiriéndoles un carácter retrógrado, como un fango que impide la evolución y el desarrollo, frente al cual el nuevo Estado burgués se presentó como el paladín de los pueblos empantanados, para conducirles por su camino bien asfaltado hacia el progreso. La nueva estructura estatal “liberaba” a los habitantes de los arduos sinsabores de la gobernanza, la seguridad, la creación de cultura, la educación, la crianza, el cuidado de los mayores y de la salud. “Trabaja y paga tus impuestos, y nosotros nos encargamos del resto” venía a decir la propaganda oficial. La sofocante losa impositiva que se hizo cargar sobre el pueblo laborante se justificaba apelando al esfuerzo de pavimentar la vía pública con ellas. Sin embargo, los caminos fáciles no llevan muy lejos y además las carreteras siempre se han construido con un fin esencialmente militar6. Parafraseando la cita bíblica, “ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición”7.

 

“Yo tenía un mar// ¿de qué? // ¡Dios mío, un mar!”8 El Lorca de finales de finales de los años 20 percibió claramente la pérdida de sentido existencial, que aquí llegó con cierta demora respecto a Europa.

 

Ese mar de las gentes populares era el mundo del comunal, el “comundo”, con todas sus derivaciones económicas, jurídicas, político-participativas, lúdicas y culturales, era una cosmovisión por donde cada individuo podía desplegarse, era una cotidianeidad no castrante de la unicidad, porque permitía la expresión plena de las idiosincrasias, donde cada hilo personal sumaba en la urdimbre colectiva, formando la red asistencial autárquica con grandes reminiscencias plenipotenciarias.

 

Por eso la labor de zapa del nuevo orden constitucional fue, desde los inicios hasta ahora, ir contra todas las estructuras que dieran algo de confianza y estabilidad al pueblo, empezando por la usurpación de todos los bienes comunales y el desmantelamiento de sus estructuras políticas asamblearias, la imposición del olvido de su pasado histórico con la implantación de un sistema educativo de carácter universal, con partidos políticos diseminando cizaña, y sus medios de comunicación enseñoreados propagando ideas contra la dignidad personal, la familia, el trabajo y el esfuerzo. Lo rastrero, el “dulce far niente”, el libertinaje, fue acaparando las páginas de noticias, en forma de anuncios o de ecos sociales de las clases pudientes9. Todo esto fue socavando las bases psico-emocionales del individuo común, que empezó a dudar de su propio suelo existencial solidario, esforzado, sencillo y cabal.

 

La cotidianeidad con sentido fue sustituida por el dictado y los procesos mecánico-alienantes impuestos desde las estructuras de dominación del megaestado moderno. La vida cotidiana se convirtió en puro fenómeno, en rutina absurda y sisífica, mera repetición autómata10, promovida desde la más tierna infancia por el sistema educativo (inculcando sus horarios, su disciplina y su mentira repetida hasta convertirse en “verdad”, las ideologías), y posteriormente retroalimentada con las demás instituciones “docentes”: el trabajo, el dinero, la política, el deporte, las relaciones sentimentales, los juegos de mesa, etc. Competir para sobrevivir, y luego un mes de vacaciones.

 

Con la pérdida de sentido de la existencia al perder el suelo sustentante, la especulación metafísica volvió de nuevo a preguntar por el ser, o como se suele decir, la lechuza de Minerva filosófica desplegó sus alas en la confusión de la noche del concepto.

 

La filosofía contemporánea expresó el asalto a la estabilidad cotidiana empezando a cuestionarse la base espacio-temporal de la condición humana, que Kant catalogó como formas puras de la intuición sensible, y desarrolló sus consecuencias epistemológicas en la “crítica de la razón pura”, fundamentalmente implantando la duda de lo que realmente creíamos conocer y creer. Posteriormente, el individuo ya debilitado, al ser desposeído de la confianza en la fuerza de sus costumbres, devino con Kierkegaard y Schopenhauer en pasto de la angustia y la incontinencia de la voluntad, hasta llegar más adelante, con el existencialismo de Heidegger11, Sartre y sucesores, a cumplir condena como “ser nada”, destinado a ser devorado por el tiempo.

 

Este estar simplemente como ser-ahí, arrojado al trasiego absurdo de los acontecimientos, es la base fáctica de la filosofía existencial. El individuo sufre el tedio cotidiano y reacciona con mala cara: lacerado por una insatisfacción como ser consciente, reducido a animal laborans y ser-nada ninguneado, genera una amargura, resentimiento y frustración que paga con los más cercanos, en el trato con los iguales, en casa, en el trabajo, en el coche, en el fútbol. “El infierno son los otros” sentencia Sartre, dando la razón a los defensores de lo “público” en su supuesta tarea intermediadora.

 

El colofón de todo este planteamiento filosófico es que el ser humano estuviera destinado a ser pastoreado por instituciones “neutras” que velen por el bien común, o al menos, como un mal menor, para evitar que nos autodestruyamos.

 

Pero poco o nada se habla de que son esas propias instituciones “públicas” las que incitan con sus políticas al enfrentamiento, al caos y al desamparo. La proliferación de derechos hace que cada cual pueda esgrimir una ley para arrogarse la razón en cada disputa; la implementación de políticas ventajistas (a mujeres, migrantes, homosexuales) hace que se multipliquen las discriminaciones y se creen nuevos afrentados en los sectores sociales no reconocidos como demandantes de ayuda12; las ideologías lanzadas desde cátedras ex profeso que atentan contra todo sostén de estabilidad y seguridad (sustrato biológico, familia, tierra, historia)13 hacen que las personas tiriten en las tinieblas existenciales y busquen aferrarse a los sustitutos que les den algo de equilibrio: la rutina laboral, la “familia” militar, el cotidiano partido de los domingos y, por supuesto, la evasión psicotrópica.

 

Todo este desorden no es sólo consecuencia de la fragilidad y mezquindad de la gente común, (con innegables tendencias egoístas, como corresponde a nuestra naturaleza bipartida), son sobre todo constructos para empozoñar la vida social, incitados y promovidos por los bomberos pirómanos estatales para asentar su hegemónica situación.

 

Frente a esta realidad fáctica, hay que recuperar una cotidianeidad subversiva y enraizante, la rutina creadora. Y hay que hacerlo desde un estado de ánimo ajeno a la angustia existencial. Hay que recuperar la confianza en el ser humano, y para ello hay que esforzarse en amar.

 

La esencia del ser humano es, antes que nada, concreción. Es biología, es hábitat estimulativo, es familia, es historia. El hombre lleva en su interior una X, y no sólo cromosomática. Es una incógnita que tardamos toda la vida en despejar, y según los valores que la demos trazará una u otra línea en el eje de coordenadas existencial. Por eso los griegos incidieron en el deber más sagrado y determinante de todos: “conócete a ti mismo”. Ese interrogante vital viene condicionado previamente por nuestra constitución biológica familiar y nuestros ancestros, y de ahí la importancia decisiva del núcleo biológico, porque cada uno viene estigmatizado fisiológica y psíquicamente. Los padres nos han legado una parte de su ser, y conocerlos es conocernos a nosotros: ver cómo afrontan desde su condición los problemas de la vida, nos educa en tener ejemplos apropiados para superar situaciones semejantes, ver cómo mundean en la vida y cómo encaran la muerte. Estas enseñanzas son impagables. Pero al mismo tiempo, al ser individuos con una mezcla genética de dos genealogías diferentes, la materna y la paterna, nos permite una cierta “distancia” para valorar y decidir qué posiciones y actitudes son las más adecuadas, aun cuando tengamos que apaciguar una parte de nuestro ser. Por eso en casi todas las familias hay una querencia hacia una de las dos sagas, pero sin rechazar la otra, porque, en definitiva, fuimos resultado de una unión erótico-amorosa, y si las personalidades de nuestros padres se atrajeron (y no fueron por cuestiones interesadas, que sí se dan entre los poderosos), entonces también en nosotros encontramos un punto de contacto con el lado menos “amable” del tronco familiar.

 

El Estado no quiere que despejemos nuestra X por nosotros mismos, apelando a nuestros ancestros y nuestra conciencia. En su lugar nos impone ya un “valor”, en su sistema de coordenadas productivo, nos unifica como ecuaciones homogéneas de tal manera que marquemos una línea previsible, y que nuestro hilo vital, en vez de hilvanar un entretejido social que conforme una red, sea una línea delgada y simétrica, un producto “made in china”, para mayor gloria de los psicópatas de la línea vectorial del Progreso y sus cadenas fordianas de lo textil.

 

El Estado nos resuelve la X, nos da ya sus valores en forma de ideología desde sus centros de adoctrinamiento formales e informales, y nos despeja todas las dudas sobre lo que es la vida. La existencia impostada que nos ofrece es el hedonismo felicista, donde nos muestran el fluir de la “vida-río”14 hacia el luctuoso mar como una vivencia divertida, en la que nos podemos demorar viajando a un lado u otro de sus orillas (vida como turismo), o sumergiéndonos para ver las profundidades del lecho (vida como introspección). Pero nunca nos permite cuestionar el cauce prefijado del río, ni sus presas para producir electricidad, ni sus deposiciones de aguas fecales e industriales, ni su esquilmamiento por parte del Poder de los recursos hídricos, que en este símil manriqueño serían los humanos, para sus intereses retorcidos y tiránicos. El río de la vida se ha convertido en una ciénaga que sólo sirve para conseguir metano que nutra a la maquinaria estatal.

 

Antonio Machado reflejó sólo una parte del problema al escribir una coplilla en su Juan de Mairena:” Qué difícil es // cuando todo baja // no bajar también”15. Don Antonio era fruto de esa visión paternalista del republicanismo burgués, heredera del despotismo ilustrado, que victimizaba al pueblo en su degradación bajo el empuje de las estructuras capitalistas, y acaso también escribía como autoexpiación por esos impulsos cuasipedófilos que le llevaron a casarse con una niña de 14 años en su estancia como profesor de francés en Soria. Sea lo que fuere, el caso es que el reconocimiento del fango, de las estructuras, es sólo un lado del problema. “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” sentenciaba nuestro castizo filósofo Ortega y Gasset. Las condiciones histórico-sociales son un lado condicionante de la existencia. El otro, el definitivo y resolutivo, es el papel y responsabilidad del individuo, de cada uno de nosotros, en todo el sistema. Porque somos parte del problema, porque la ciénaga se alimenta también con nuestras deposiciones, en forma de renuncia, de escaqueo, de huida hacia delante y de sublimaciones.

 

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La moral genera costumbres y la costumbre crea moral. La definición clásica de Aristóteles sobre la ética como un hábito es obvia, pero hay más. La actitud y el comportamiento, las pautas convivenciales de cada individuo no sólo se determinan por el marco heredado, por la convención o la educación adquirida: también hay otro punto personal y único, libre, y es autoasignarnos el valor de la X en nuestra ecuación vital, rompiendo la tutela del Estado o de nuestros padres o incluso amistades, tras deliberar con nosotros mismos si la línea que proyecta la resolución de nuestra ecuación es acorde a nuestras expectativas.

 

Aquí es donde interviene el método Munchaussen16.

 

Entre los ingeniosos recursos usados por nuestro inquieto aventurero para salir airoso de situaciones comprometidas, hay uno que merece nuestra atención. En una de sus escaramuzas, el barón salta por encima de un pantano, pero no acierta en su cálculo y cae a él con su montura. La solución que arbitra en esa desesperada situación para salir de las arenas movedizas es tirándose él mismo de su coleta. Magistral. Esto es la moral que hay que recuperar, esto es la virtud revolucionaria. Porque cuando las personas están inmóviles, paralizadas por un lodazal, es porque por un lado existe una situación cenagosa y por otro porque no haces nada por salir de él. Occidente está empantanado, conformado por los detritus de siglos viviendo bajo las tendencias envilecedoras de Estados imperiales, y los individuos solo chapotean en su interior, pero sin verdaderas ganas de salir de sus templados barros. Su estado de ánimo ya ni siquiera es la angustia, que sería una actitud si acaso inquieta. Ahora el estado es de dejadez e indolencia absoluta, de abandono existencial.

 

Tener una coleta de la que tirarnos nosotros mismos para salir del atolladero actual, exige previamente fortaleza de cabello, y volvemos aquí a recuperar la imagen del hilo vital pujante, hecho a base de tradiciones profundas y cotidianeidad sodalicia. Pero sobre todo tenemos que recuperar el esfuerzo en amar. Sí. La razón instrumental nos ha inculcado una visión clientelar de los demás, tratados como personas con interés…crematístico. Debemos volver a recuperar la sensación de unidad existencial, de solidaridad fraternal hacia los demás que viven en torno a nosotros, de interesarnos preocupadamente, como uno más de la gran familia humana concreta, por nuestras raíces, nuestra biología, nuestra familia, nuestra historia y también nuestras cadenas y nuestros tiranos, para acabar con ellos. Este estado de ánimo facilitará futuros contextos de fraternidad que aporten seguridad afectiva, historia encarnada, familiar y colectiva, conocimiento personal profundo acerca de nuestras fortalezas y debilidades, y, sobre todo, contextos relacionales donde desarrollar todas las potencialidades hacia metas supremas y magníficas. Una rutina cotidiana luminosa. Rellenar la X, para alcanzar las estrellas. Despejar para despegar.

 

La R.I. anima a formar estas estructuras convivenciales y de debate, desde la precariedad de cada situación personal, que inciten a la comunión entre iguales y se retroalimenten con sus diferentes peculiaridades, con sus ecuaciones únicas. Sin ayudas ni subvenciones, sin orgullo arrogante pero con dignidad autoestimativa, para superar el autoodio que nos esteriliza psíquica y físicamente.

 

El método Munchaussen es adoptar como actitud la virtud de tirarte de los pelos para salir de esa situación de abatimiento y resignación, de ir a la deriva. El cauce pantanoso en que se ha convertido la vida teledirigida desde el Estado y sus instituciones se puede, se debe, modificar. Con un esfuerzo interior, virtuoso, que te autoestimule con cada pequeña victoria en aras de tomar los mandos de tu propio destino, y, sobre todo, abriéndote a otras experiencias personales y colectivas que permitan el milagro de la inspiración. Ejercer como humano ya es una demostración de que la revolución es posible. No seas revolucionario, sé revolución.

 

 

Jesús Trejo

 

 

1 Heidegger ponía en el punto de partida de la reflexión filosófica el estado emocional, que para él era la angustia. Ciertamente, esto corresponde a la doble naturaleza constitutiva humana, emotivo-racional, de la que tanto se ha escrito y poetizado. “El corazón de Heidegger” Byung- Chul Han

2 Franz Kafka, en “El Proceso”, desarrolla intuitivamente el agobiante dominio de la burocratización de la mente.

3 En “Teeteto”, Platón desarrolla, como le gustaba al seductor pensador, la genealogía de dicha inquietud, que hace provenir de Iris, hija de Taumante (“lo maravilloso”)

4 El componente sublimador que tiene el ser humano permite a los poderosos satisfacer las ansias de heroicidad, épica y acción con productos audiovisuales edulcorados y siempre en defensa de sus intereses imperialistas. Véase “Hollywood y el Pentágono: una relación poco conocida” portaloaca.com

5 Esta distinción ha creado escuela desde su formulación kantiana Léase “crítica de la razón práctica” cap. III.

6 Las tan loadas calzadas romanas se hicieron con ese fin de desplazar con celeridad los cuerpos de ejército y sus carros por todo el Imperio, y aunque en el siglo XIX esa necesidad logística fue eventualmente sustituida por el ferrocarril, de nuevo a mediados del S XX tuvieron las grandes arterias circulatorias el papel preponderante de vertebrar el dominio estatal bajo sus territorios, especialmente concebidas para ser rápidamente reconvertidas en aeródromos militares (ver artículo “la autopista y el hombre de arena” le monde diplomatique. Abril 24, pag 20-21)

7 Mateo 7, 13:14

8 “Iglesia abandonada”, en “poeta en nueva york” Federico G. Lorca

9 En el libro “divertirse hasta morir”, Neil Postman analiza el proceso de amarillismo de la prensa estadounidense como un esquema bien diseñado de degradación de la conciencia popular. Pg. 70 y sig

10 La película “tiempos modernos” de Charles Chaplin recrea este bucle mecanizado de la vida, hasta convertir al ser humano en mero engranaje de la megamáquina.

11 Un interesante estudio sobre el desarrollo del existencialismo como filosofía y sus preguntas originarias lo encontramos en “un maestro en Alemania” de R. Safransky.

12 “La discriminación positiva en el mundo” de Thomas Sowell recoge las funestas consecuencias a nivel internacional de aplicar desde arriba medidas supuestamente equilibradoras.

13 Un compendio de la dictadura ideológica que se ejerce desde las Universidades está en “La mente parasitaria” de Gad Saad. La des-biologización, la des-familiación, la des-historización y el desarraigo son en definitiva el culmen de los procesos des-amortizadores: despojar al pueblo de todo, des-heredarlo. Ya había proletarizado materialmente a las gentes del común para que se vendan como mano de obra a cualquier fábrica, ahora había que culminar el proceso proletarizando su espíritu, para que vendan su pensamiento a cualquier ideología.

14 Jorge Manrique: “coplas a la muerte de su padre”

15 Pg. 201 de “los complementarios”, Ed Cátedra.

16 “Las aventuras del barón de Munchaussen”(1786) de G. A. Bürger, que ampliaba la versión inicial de R. E. Raspe recogía las bravuconadas de un personaje real, tamizadas por el espíritu romántico del XVIII, compendiando en un relato de aventuras varias ideas fantásticas ya recogidas en la tradición popular y clásica, que buscaba enfrentarse al corsé de la Razón mecanicista e instrumental de la Ilustración.

 

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