Por Félix Rodrigo Mora y Antonio Hidalgo Diego
Recuperar la historia
En la actualidad, la inmensa mayoría de los individuos lo ignoran todo, o casi todo de su historia. El estudio y difusión del conocimiento histórico está reservado a profesores funcionarios e intelectuales a sueldo del poder, por lo que el conocimiento que existe del pasado ha sido tergiversado con el fin de ocultar aspectos esenciales que podrían servirnos de inspiración revolucionaria; también para exagerar los logros y capacidades de los poderes establecidos y frenar cualquier atisbo de enfrentamiento contra sus instituciones; o, simplemente, para difundir mentiras sobre no pocos aspectos de nuestro devenir histórico.
Toda investigación histórica debe estar basada en la verdad y no inscribirse a ningún proyecto político. El análisis de los hechos del pasado debe ser crítico con el papel histórico de las instituciones y personas de poder, pero también con las actuaciones de las clases populares a lo largo de la historia.
Un pueblo sin historia es un pueblo sin raíces, sin identidad. Una sociedad no puede estar conformada por objetos que no saben de dónde vienen o cuál es su naturaleza; una sociedad no es humana si sus individuos desconocen cuáles son sus valores, sus fortalezas, sus dichas, sus tropiezos, sus peligros, sus puntos débiles y su responsabilidad para construir el futuro. Las personas sin historia son hojas arrastradas por el viento de los acontecimientos.
Debemos recuperar la historia para que nos insufle fuerzas y optimismo, y también para no repetir los errores que nos han llevado hasta esta situación de ausencia de libertades, aculturación y pérdida de la esencia humana. Debemos conocer nuestra historia para dirigir el rumbo de los acontecimientos y construir el futuro.
Nos oponemos a la aciaga teoría del progreso que nos ha sido inculcada, esa que asegura que la humanidad camina de forma determinista hacia un futuro mejor; esa que dice que la historia “evoluciona”, que cualquier tiempo pasado fue peor y que el futuro será de dicha y esperanza si confiamos ciegamente en nuestros líderes, en los sabios y los expertos, en la ciencia y la tecnología, o en la religión; todo será mejor, siempre y cuando nos mantengamos al margen de los acontecimientos que marcan nuestras vidas. Ahora sabemos que no es así, que lo único que ha evolucionado en los últimos siglos, en las últimas décadas, ha sido la voluntad de poder, las técnicas de dominación, la acumulación de riqueza y la pérdida de libertades.
La sociedad no mejora por sí misma, pero podemos cambiar la historia si cada uno de nosotros se hace más virtuoso y, en un esfuerzo colectivo, aprendemos a trabajar en la construcción de una realidad mejor, más libre y humana. Los sujetos históricos no se preguntan: -¿Qué va a ser de nosotros?- sino que se plantean: -¿Qué voy a hacer yo para cambiar la historia?-. O hacemos historia, o la historia nos hace.
La historia oficial de los pueblos de Iberia es pura propaganda y aleccionamiento al servicio de los intereses de la burguesía estatal y nacionalista. ¿Por qué se falsifica la historia? Porque, como dijo Madame de Staël, «la libertad es antigua y el despotismo moderno». El sistema capitalista y el actual régimen de dictadura parlamentaria ocultan su pérfida naturaleza falsificando la historia que enseña el sistema educativo.
El surgimiento del Estado en Iberia
Uno de los aspectos más silenciados y peor abordados de nuestra historia es el de la caída del primer ente estatal de Europa occidental, Tartessos, sociedad del sur de la Península ibérica con diferenciación de clases sociales, trabajo esclavo, agricultura intensiva, propiedad privada y poblamiento en ciudades. Tanto se celebra la historia de Tartessos como se ignora que, por oposición a semejante engendro, emergió en el centro peninsular la sociedad celtíbera. Los celtíberos fueron revolucionarios, en tanto que consiguieron organizar una sociedad más libre y autosuficiente, por lo que fue más duradera que su antagonista, la estatista Tartessos, desaparecida en torno al 600 antes de nuestra era. Pero ninguna sociedad es eterna, y la celtíbera también sucumbió, en su caso por no haber sabido hacer frente al ímpetu imperialista cartaginés y romano.
Los historiadores mercenarios babean cuando rememoran lo peor del legado romano: sus éxitos militares que aniquilaron pueblos, culturas y libertades; sus grandes construcciones erigidas con el trabajo de los esclavos y sufragadas con elevados impuestos; sus leyes patriarcales, plutocráticas y liberticidas; sus diversiones degradantes y deshumanizadoras; etc. A esos historiadores les maravilla la “civilización romana”, pero pasan por alto la heroica defensa de su cultura y libertades que hicieron los cántabros, los celtíberos en Numancia o los lusitanos de Viriato, enfrentándose al ejército romano hasta la muerte, sin olvidar que los vascos consiguieron mantener viva su lengua y cosmovisión ancestral.
La Revolución bagauda vascona altomedieval
Los reinos germánicos supusieron la continuación del estatismo romano. Si la caída del Imperio permitió el nacimiento del Medievo, con su nueva mentalidad, fue a causa de la Revolución altomedieval que iniciaron los bagaudas vascones en el norte de la Península ibérica.
Pese a su derrota militar a manos de los mercenarios godos en el siglo cinco, los bagaudas se retiraron a las montañas del Pirineo para asentar un nuevo orden e ir expandiendo su cosmovisión por toda Europa occidental. El éxito del modelo bagáudico pirenaico permitió la adopción de su propuesta civilizatoria por parte de las gentes de Iberia y las actuales Francia, Italia, Suiza y sur de Alemania; fue entre los siglos diez y doce cuando nació la idea de Europa como entidad cultural integral, conformada por pueblos diferentes, pero que comparten unos valores comunes y unas instituciones económicas y políticas similares.
Estos fueron los componentes de la sociedad altomedieval emergida en el norte de la Península ibérica: 1) el trabajo libre sustituyó al trabajo de los esclavos; 2) la población se apropió de los medios de producción –antes en pocas manos- para conformar una economía comunal; 3) las ciudades se fueron despoblando, pues las gentes encontraron su sustento en aldeas y pueblos; 4) se estableció un régimen de democracia directa con asambleas organizadas desde la base, sin aparato estatal y con armamento general del pueblo; 5) el derecho consuetudinario erradicó el derecho positivo romano; 6) la agricultura perdió peso gracias al aumento del consumo de silvestres; 7) la tecnología de dominación dio paso a una tecnología popular orientada a facilitar el trabajo; 8) el común de los individuos poseía conocimientos prácticos relacionados con la producción y consecución de alimentos, la construcción de viviendas, el mantenimiento de la salud o la elaboración artesanal de ropa, calzado, útiles y herramientas; 9) se instauró la cosmovisión del amor y la ética sodalicia; 10) el individuo fue elevado a categoría decisiva; 11) se erradicó el patriarcado romano; 12) el latín, la lengua del Estado y de la Iglesia, fue relevada por las lenguas vernáculas; 13) el trabajo productivo se convirtió en una obligación moral universal; 14) la virtud cívica y la virtud personal ordenaban la vida del individuo; 15) aumentó el número de habitantes, al superarse la decadente demografía de las urbes romanas del Bajo Imperio; 16) la libertad se realizó con el establecimiento de una auténtica democracia directa, nada que ver con el falso mito de la “democracia” ateniense que excluía a mujeres, esclavos y metecos.
La Revolución bagauda no pudo ser una transformación social tranquila y pacífica. Tras una cruenta guerra de trece años contra las tropas romanas y sus mercenarios germánicos, los bagaudas tuvieron que defender su sistema de valores y libertades con las armas en la mano durante siglos. Tras la caída de Roma, se enfrentaron con éxito a los visigodos; luego tuvieron que combatir al Imperio carolingio, al que derrotaron con rotundidad en la Batalla de Orreaga/Roncesvalles; y también debieron frenar los envites del imperialismo andalusí.
El éxito de los bagaudas vascones se debió a la excelencia de sus componentes esenciales, pero también a su fortaleza y épico sacrificio, razón por la que su proyecto transformador se mantuvo durante un largo periodo. Otras formaciones revolucionarias de la época, como los bagaudas galos y los donatistas o circunceliones del norte de África, fueron exterminados.
El éxito de la sociedad bagauda vascona atrajo hacia el norte a no pocos individuos de toda la Península que rechazaban el modelo estatista de los godos. Los esclavos se liberaban, las ciudades eran abandonadas, el Estado era incapaz de aplicar las leyes y de recaudar impuestos suficientes y, ante el avance del impulso revolucionario, el Reino Visigodo de Toledo no tuvo más remedio que pedir ayuda al imperialismo islámico asentado en el norte de África en el año 711, conformándose al-Ándalus.
La lucha contra el Islam
Al-Ándalus ha sido el ente estatal más genocida, violento y liberticida de la historia de Iberia, lo que empujó a muchos de sus habitantes a la rebelión. Los rebeldes de Samuel (Omar ibn Hafsun) pusieron contra las cuerdas al Califato de Córdoba en el siglo diez, liberando buena parte de Andalucía antes de ser derrotados. Ibn Hafsun es el héroe del pueblo andaluz, pues se enfrentó con valentía al poder musulmán y trató de implantar en el sur el modelo asambleario y libre del norte de la Península.
La llamada “Reconquista” no fue una guerra imperialista, ni tampoco una guerra santa, sino el enfrentamiento entre dos modelos antagónicos. Los pueblos libres del norte representaban un orden moral, económico y político superior al del Estado andalusí, derrotado por las milicias concejiles navarras, castellanas, aragonesas y leonesas en la decisiva Batalla de Simancas del año 939.
El resurgimiento del orden estatal
Los éxitos de la Revolución altomedieval comenzaron a revertir en el siglo once por la emergencia del orden estatal. Los pueblos del norte habían permitido el nacimiento y posterior fortalecimiento de los reinos de Asturias y Navarra, y la persistencia del Imperio carolingio en Cataluña y Aragón a través del poder condal. Si bien los pueblos continuaban autogobernándose al margen del Estado, consintieron un sistema de doble poder con la presencia de reyes, nobles y clero, una élite de escasa, aunque creciente autoridad.
Los reinos del norte serían los que, poco a poco, irían suprimiendo el derecho consuetudinario de las gentes con la reintroducción del derecho positivo del Estado, y esos mismos reinos pondrían en peligro la economía comunal a causa de las privatizaciones alentadas por las monarquías.
El renacimiento de los Estados se debe atribuir al constante peligro que representaba al-Ándalus a través de sus continuos ataques militares, razias de saqueo y captura de esclavas, que impulsaron el establecimiento de jefaturas militares. Estos caudillos o profesionales de la guerra acabaron perpetuándose, relegando a los adalides elegidos anualmente por los vecinos de los concejos. La comodidad que suponía desentenderse de las arduas tareas de autogobierno y autodefensa fue la otra causa que podría explicar el crecimiento del Estado.
La gran crisis del siglo catorce hay que entenderla como consecuencia de las profundas y nefastas transformaciones que se estaban produciendo. La emisión habitual de moneda por parte del Estado en el siglo trece daba cuenta del profundo cambio en las estructuras políticas, económicas y de mentalidad que desembocaron la centuria siguiente en una grave crisis demográfica a causa de las malas cosechas, las guerras y las epidemias.
Estas transformaciones provocaron también una reacción popular fuerte, pero insuficiente. Las clases populares emprendieron las revueltas de los payeses de remença en Cataluña, los comuneros de Castilla, los irmandiños de Galicia y los agermanats del País valenciano, pero solo se sublevaron para mejorar su situación, sin pretender establecer un nuevo orden revolucionario, así que no consiguieron impedir el constante fortalecimiento del Estado en la época moderna.
Imperialismo y clases populares
El crecimiento estatal permitió el expansionismo de la corona de Castilla. No debe recaer sobre nosotros la culpa de los desmanes que cometieron los conquistadores de América, en tanto que solo una minoría de las gentes de la Península participó de esa aventura imperialista, manteniéndose la mayoría del pueblo por completo al margen de la misma.
Tampoco es conveniente incurrir en el mito del buen salvaje, pues en la América precolombina existían sociedades violentas, esclavistas, patriarcales, imperialistas y caníbales, razón por la que muchos americanos apoyaron a las tropas invasoras.
Otro argumento histórico que nos previene del autoodio inducido por la historiografía institucional es el ominoso comercio de esclavos negros. Ni las clases populares europeas se lucraron con la trata, ni fueron europeos los que cazaban y secuestraban a personas africanas para ser vendidas como mano de obra esclava en América; fueron reinos e imperios de África los que cimentaron su poder en la venta de esclavos africanos a América, sin olvidar que durante siglos los poderes islámicos del norte de África y Oriente medio se lucraron con el comercio de esclavos del África subsahariana.
También fueron musulmanes los piratas berberiscos que asolaron las poblaciones costeras europeas del Mediterráneo durante siglos para capturar a mujeres y niñas europeas, luego vendidas como esclavas sexuales en los serrallos del mundo árabe.
Resistencia popular a las reformas liberales
Mientras que buena parte de la oligarquía del Estado español (ejército, monarquía, Iglesia, burguesía) alentó o no supo frenar la entrada de las tropas francesas de Napoleón Bonaparte en 1808, las comunidades populares se organizaron para expulsar al ejército invasor en una guerra de guerrillas. Frente a los “derechos” que el Estado francés surgido de la Revolución francesa otorgaba a los ciudadanos, los habitantes de la Península ibérica optaron por la defensa de la democracia directa y del comunal, con las armas en la mano.
Europa se maravilló por la heroica defensa de las libertades que realizaron los pueblos ibéricos al oponerse con firmeza a las reformas liberales en el transcurso de las guerras napoleónicas y de las numerosas revueltas y guerras civiles que se produjeron a lo largo del siglo diecinueve y en la primera mitad del siglo pasado: tres guerras carlistas, Revolución cantonal, Semana trágica de Barcelona, Crisis de 1917, el mal llamado Trienio bolchevique, Guerra civil de 1936-1939, etc.
Los historiadores mercenarios bendicen la Constitución de 1812 promulgada por las Cortes de Cádiz y “olvidan” que las leyes liberales fueron elaboradas por un poder legislativo ilegítimo impuesto tras la celebración de elecciones con sufragio censitario masculino o durante los mandatos de los “espadones”, dictadores que alcanzaban el poder tras un pronunciamiento militar o al ser nombrados a dedo por la reina o el monarca de turno. Lejos de conceder libertades, la “Pepa” es la manifestación de un golpe militar que fortaleció el poder del Estado acabando con el mandato imperativo de las asambleas populares; constitución es sinónimo de dictadura parlamentaria frente a democracia directa; es implantación del capitalismo y privatización de los medios de producción frente a economía comunal; las siete constituciones de la historia del Estado español han garantizado el aumento de los impuestos y el funcionariado, el servicio militar obligatorio, el regreso del patriarcado y la destrucción de los valores de la comunidad rural tradicional a través de la escolarización obligatoria y la influencia de la prensa.
A cada revuelta, a cada guerra civil, le siguió la consiguiente represión brutal del ejército y de las nuevas policías liberales, como la execrable Guardia Civil creada en 1844 para facilitar el expolio de los bienes comunales justo unos años antes de la desamortización civil de Madoz, iniciada en 1855.
El Estado tuvo la habilidad y la desfachatez de arrebatar las tierras del común a sus legítimos propietarios, las clases populares, para ponerlas a la venta, incrementar el aparato estatal con los beneficios, consolidar una burguesía agraria vinculada a las instituciones de poder e hipotecar al campesinado que quiso conservar la soberanía sobre sus bienes de producción.
El mito de la República y la Guerra Civil
Otro mito histórico que hay que desterrar es el de las bondades de la Segunda República española (1931-1939). La monarquía borbónica había sido incapaz de implantar las reformas capitalistas que el ejército y las oligarquías del Estado anhelaban, así que éstas impulsaron una república que, lejos de conceder libertades, reprimió con el fúsil máuser la revolución en marcha de las clases populares. Las matanzas de la Guardia de Asalto republicana y de la Guardia Civil, fiel a la República, como las de Yeste o Casas Viejas, entre otras muchas, no impidieron las constantes protestas obreras, colectivizaciones agrarias y enfrentamientos armados contra las fuerzas del orden y los funcionarios del Estado por parte de un pueblo que anhelaba su pasado comunal. La Revolución de los mineros asturianos de 1934 fue solventada con la sangrienta intervención del ejército.
En verano de 1936 la revolución era un hecho y el Estado tuvo que frenarla con la llamada Guerra civil española. Lejos de lo que defiende el mito tantas veces recreado por el cine y la literatura, no existió un bando apoyado por el pueblo que luchó contra el fascismo, sino dos ejércitos del Estado cuyo principal cometido fue el de reprimir a las clases populares. Los fascistas de derecha masacraban a los hombres más valientes de la mitad del Estado, mientras implantaban una dictadura basada en la represión de las libertades, el capitalismo burgués y la represión sexual impuesta por la Iglesia católica; en la otra mitad del territorio, los fascistas de izquierda llegaron a enfrentarse con las armas del Estado republicano a las milicias populares para hacer lo propio, reprimir las libertades e instaurar un capitalismo de Estado que imitaba el modelo soviético.
Franco ganó la guerra no solo por el apoyo militar de Alemania e Italia, sino también por el rechazo de las clases populares a los gobiernos republicanos y por el sacrificio de miles de soldados marroquíes reclutados para la causa por el clero islámico.
Pese a la derrota del pueblo y el triunfo del Estado, cientos de miles de personas arriesgaron sus vidas para prestar apoyo logístico y dar alimento a los valerosos guerrilleros antifranquistas del maquis entre 1939 y 1956. Pero el Estado triunfó, y la consecuencia fue el brutal éxodo rural que acabó con la milenaria cultura popular tradicional, con sus conocimientos, valores y filosofía de vida basadas en la preeminencia de la libertad, el trabajo manual, la responsabilidad, la buena vecindad, el servicio desinteresado y el respeto al medio natural.
La dictadura franquista y su continuador, el Régimen de 1978
Más de seis millones de personas tuvieron que emigrar a las ciudades en las décadas de 1960 y 1970 para consagrarse al trabajo en la industria y los servicios, hacinándose en los pisos-basura de los arrabales. Este proceso migratorio sirvió para herir de muerte a las lenguas y manifestaciones culturales propias de los pueblos sometidos al Estado español.
Poco a poco, la sociedad se fue envileciendo por culpa del trabajo asalariado, la televisión, el alcohol y el hedonismo. La implantación del Estado “de bienestar” por parte del Régimen franquista, un Estado de bienestar aplaudido y defendido hoy por la “izquierda antifranquista”, arrebató a individuos y comunidades el hábito de hacer las cosas por sí mismos, dejándolas en manos de las ineficaces e inhumanas instituciones del Estado español dependientes de los distintos ministerios. Este proceso se aceleró con la muerte del dictador en 1975 y la implantación de su continuador, el Régimen de 1978.
Y es así como hemos llegado a esta situación de aniquilación de todo aquello que es humano. Pero la historia es una lucha permanente entre la libertad y la tiranía. La crisis de 2008-2014 significa el inicio del declive de la petulante sociedad contemporánea que activará la revolución popular integral. Son tiempos para el combate, y en él, mucho habrá que padecer, comprometerse y arriesgar.
Texto escrito por Antonio Hidalgo en base al análisis histórico de Félix Rodrigo recogido en el Manual de la Revolución Integral, obra que será publicada en los próximos meses. Un texto muy similar al que compartimos en Virtud y Revolución formará parte del Manifiesto de la Revolución Integral que se difundirá esta primavera. Los siglos referenciados se han escrito sin usar la numeración romana para simbolizar nuestro rechazo a la romanización y su efecto devastador de las milenarias culturas populares ibéricas.
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Comentarios
Muy buen trabajo!! Muchas Gracias!