Por Miguel Cirera (lector de VyR)
Tiempo estimado de lectura: 20 minutos
El lenguaje inclusivo es un tema que me ha llamado mucho la atención y que siempre he tenido dificultades para comprender. Inicialmente, no tenía un posicionamiento claro a favor o en contra, no sabía muy bien si era adecuado o no. Lo esencial es que resulta difícil pensar que la actitud de alguien venga determinada solo por las palabras que usa; si alguien tiene una actitud o pensamiento no inclusivo, da igual como disimule esa posición a la hora de hablar o de escribir. Por lo tanto, no veo muy claro los posibles beneficios de estos cambios proinclusión.
Pero, dejando esto aparte, una de las primeras dudas que me surgieron fue si usar un lenguaje “inclusivo” llevaría realmente a una inclusión, o a una separación. Es decir, si en lugar de decir “todos”, digo “todas y todos”, la pregunta que me surge es: ¿Esto es inclusivo o separatista? ¿Diferenciar a hombres y mujeres lleva a mostrar unión o diferenciación? ¿Se está tratando a todos por igual, o se está mostrando que hay dos bandos? La respuesta que uno suele escuchar es que “todos” es un término masculino, y que el hecho de utilizar el masculino excluye a las mujeres, pero ¿eso es así?
A ese respecto, llama la atención que para referirse “a los ciudadanos” de determinado lugar haya que añadir: “y las ciudadanas”, pero que cuando nos referimos “a las personas” que viven en una zona, no tengamos que añadir “y los personos”. En este punto es donde hay gente que inventa palabras nuevas terminadas en “e”, o lo escribe usando el símbolo arroba, “@”, en lugar de la “a” o de la “o” final, para aparentar ser inclusivo, independientemente de lo que piense.
Ante esta situación, para ver si el lenguaje actual era no inclusivo o predominantemente machista, era necesaria una investigación mayor sobre las palabras que utilizamos, y por qué a veces encontramos una distinción de lo masculino y lo femenino, y en otros casos no aparece tal distinción. Un ejemplo: para la profesión de arquitecto encontramos el término: “arquitecta”, pero para la profesión de psiquiatra no encontramos el término: “psiquiatro”. ¿Significa eso que hay unas profesiones que son sexistas, y otras que no? Evidentemente eso no es así. Lo que podemos ver es que hay un término genérico para referirse a cada una de las distintas profesiones, y que ese término genérico a veces finaliza en “o” (atribuido generalmente al masculino) y a veces finaliza en “a” (atribuido generalmente al femenino). También encontramos casos en que la terminación es una “e” o una consonante. No son pocas las profesiones desempeñadas tanto por hombres como por mujeres en las que la palabra utilizada para definirla finaliza con “a” (supuestamente femenino). Como ejemplo, puede ver a continuación una relación de profesiones, oficios, ocupaciones y cargos diversos, que al finalizar con la letra “a” serían, a priori, términos femeninos:
Para estas profesiones no encontramos un pediatro, economisto, taxisto o policío.
Hay otros muchos términos que no marcan la diferencia entre masculino y femenino como son las palabras terminadas en “e”.
O las terminadas en consonante:
Podemos continuar con más ejemplos, como sería el caso de los deportistas:
Aquí tampoco tenemos a un futbolisto, karateko, atleto o tenisto.
Podemos seguir en el ámbito de la música.
¿A dónde nos lleva esto? La primera conclusión ante estos datos es que hay un término genérico para referirse a las distintas profesiones, ocupaciones, oficios o cargos. Este término genérico puede terminar en “a” en “o” en “e” o en consonante, y, salvo algunas excepciones, solamente encontramos una alternativa de género para las palabras que finalizan en “o”. Siempre hay una alternativa finalizada en “a” para la “o”, pero nunca hay una alternativa finalizada en “o” para la “a”. Por lo tanto, podemos decir que nuestro lenguaje no es nada machista, sino que, en todo caso, sería feminista. Aunque feminista no sería el termino correcto, sino que nuestro lenguaje es predominantemente femenil. Dicho de otra forma, para referirse a las profesiones u ocupaciones a las que se dedican las personas predominan las terminaciones en “a” sobre las terminaciones en “o”, es decir, predomina lo presuntamente femenino sobre lo presuntamente masculino. Porque lo presuntamente masculino siempre tiene otra palabra para el femenino, mientras lo presuntamente femenino no tiene esa contraposición.
Podemos ampliar este análisis viendo las palabras que utilizamos para referirnos a los animales. Por ejemplo, hay gatos, leones, caballos, etc., con sus respectivos términos para referirse a las hembras: gatas, leonas, yeguas. Pero no hay términos finalizados en “o” para los nombres de muchos animales que terminan en “a”. Incluso hay muchos animales para los que directamente utilizamos el articulo femenino “una” o “la” para referirnos a ellos, indistintamente que sean machos o hembras. Vemos algunos ejemplos a continuación:
Podemos denominar a un animal como siendo “una cebra” haciendo referencia tanto al macho como a la hembra. En este caso tendríamos que decir “una cebra macho”, pero no hay un cebro[1], un gacelo, un jirafo, un águilo, etc.
Estos ejemplos nos reafirman en el planteamiento de que se utiliza tanto la “a” como la “o” para lo masculino y lo femenino. Es decir, el término genérico puede tener cualquier terminación, y que la palabra finalice en “o” no significa que excluya a lo femenino, de la misma manera que la terminación en “a” no excluye a lo masculino. Por lo tanto, estos primeros datos ya nos dan un indicio de que no hay una falta de inclusión en el uso de ciertas palabras consideradas masculinas, sino que son términos genéricos.
Para matizarlo mejor: utilizamos términos genéricos que finalizan en “a” o en “o”, y, además, en los casos de la terminación “o”, existe otra palabra finalizada en “a” como deferencia a lo femenino. Por lo tanto, las mujeres tienen un trato especial en el lenguaje, y se puede considerar que hay una deferencia, una muestra de respeto hacia lo femenino, que tiene su propio espacio en el lenguaje. No es que se use como genérico el masculino, sino que hay un genérico y, adicionalmente, en algunos casos, un término especial para lo femenino.
Podemos ejemplificar esa deferencia y cortesía hacia la mujer y lo femenino en el término utilizado para definir al líder de una monarquía, que sería: rey. Si un hombre que ostenta el cargo de rey se casa, su mujer será denominada reina consorte o sencillamente reina, pero si el cargo lo ostenta una mujer, ella será denominada reina, pero su marido no será denominado rey, ni siquiera rey consorte, será sencillamente el marido de la reina. Además, así está escrito en el artículo 58 de la Constitución española: “La Reina consorte o el consorte de la Reina no podrán asumir funciones constitucionales, salvo lo dispuesto para la Regencia”. Como vemos, la esposa será reina, pero el esposo no será rey, será un simple consorte.
Este ha sido solo un pequeño ejemplo para mostrar esa deferencia, respeto, caballerosidad o cortesía hacia las mujeres en el lenguaje. Esta distinción en el lenguaje es algo común en las llamadas lenguas romances. Es difícil saber el motivo de por qué es así, o en qué momento se originó esa feminización del lenguaje, pero el caso es que parece innegable que hoy en día es así.
Posiblemente haya feministas a las que les moleste este trato de deferencia hacia ellas, ya que, a muchas, la caballerosidad y la galantería les parece algo machista. En tal caso, si quieren hablar de forma inclusiva, lo que tendrán que hacer es utilizar únicamente el término genérico, tanto si acaba en “a” o en “o”, y olvidar la expresión feminizada de ese término.
Por lo tanto, el uso de términos genéricos es inclusivo. Cuando alguien dice “todos los ciudadanos de la región tienen que pasar por el ayuntamiento” queda claro para cualquiera que tenga más de una neurona que tienen que ir al ayuntamiento tanto los hombres como las mujeres. No hay una forma de diferenciar a los hombres porque generalmente no hay masculino y femenino, sino que suele haber genéricos y a veces femeninos, tal como hemos ido mostrando. Para dirigirse a los hombres debería decirse “todos los ciudadanos de la región que sean hombres”, y para dirigirse a las mujeres bastaría con decir “todas las ciudadanas”, porque las mujeres tienen un lugar especial en el lenguaje que los hombres no tienen. “Todos” es un término inclusivo, no es masculino, porque nadie sabe distinguir a qué genero se refiere por sí solo, hace falta decir “todos los hombres” para establecer una diferencia, mientras que “todas” especifica claramente a las mujeres. La única diferencia en los artículos está en el singular cuando decimos “él” o “ella”, en este caso, al igual que ocurre en idiomas como el inglés, si se establece una diferencia para referirse a ese hombre en concreto o a esa mujer específicamente. Pero “nosotros”, “vosotros”, “ellos” o “todos” no son términos masculinos, son genéricos. En una conversación nadie los entiende como masculinos porque siempre es necesario añadir “nosotros los hombres” o “vosotros los hombres” cuando alude solo a lo masculino. Conclusión: son términos genéricos inclusivos.
Habría mucho que decir sobre las verdaderas motivaciones de este movimiento de presunta inclusión, y por qué se invierten tantos esfuerzos en estas cosas en lugar de, por ejemplo, crear una inclusión real, y no de palabra, de las personas desfavorecidas, maltratadas o discriminadas. Pero no aplica en este artículo ya que nos llevaría a un texto demasiado extenso. La sensación final que queda después de analizar un poco el tema es que son justamente los que no saben hablar ni escribir, los que pretenden cambiar la forma de escribir y hablar de los demás, inventando palabras y escribiendo mal.
El movimiento proinclusión, en lugar de incluir, crea nuevas separaciones en la sociedad, en este caso entre los que son presuntamente inclusivos y los que no, independientemente de lo que piensen por dentro. Y no solo eso, sino que finalmente también separa a hombres y mujeres.
En fin, voy a bajar a la/el cafetería/o de la/el esquina/o a tomarme una/o taza/o de café, con un/a vaso/a de agua/o y a comerme un/a bocadillo/a de queso/a. O quizá estaría mejor bajarme a le cafeterie de le esquine a tomarme une tace de café, une vase de ague y une bocadille de quese. Uf.
Miguel Cirera
[1] Existe una especie denominada como “cebro ibérico”, pero hace referencia a un asno salvaje que supuestamente habitó la península ibérica, pero no tiene nada que ver con las cebras.
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Comentarios
Hola.
Le felicito por el artículo sobre el lenguaje inclusivo. Es muy esclarecedor.