Por Jesús Trejo
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Es posible que los más leídos de vosotros os venga a la mente, al leer el título del artículo, el famoso aforismo nietzscheano: “¿vas con las mujeres? No olvides el látigo”. Y aunque podríamos concentrar el foco de la reflexión en el sensacionalismo amarillista, al que también incluiríamos a otro gran “aliade” Pablo Iglesias, con sus declaraciones fustigantes hacia Mariló Montero hace un tiempo, diluiríamos el problema en una mera cuestión de mojigatería barata, tan del gusto del rancio feminismo.
No, el problema profundo es la mentira.
La propuesta de Nietzsche, que comparten diligentemente todos los fustigadores sociales, es que la forma más auténtica del “ubermenschen” es la mentira, la de crearte una máscara que te permita llevar a cabo tus planes de dominación, que según el mostachudo pensador, es la única forma de realización humana y de frescor vital. Uno de los exégetas del filósofo alemán, Jesús Conill, hizo un libro, titulado “el poder de la mentira”, donde se expone sin tapujos la verdadera esencia torticera de la filosofía nietzscheana. Se trata de engañar a las masas con la careta de discursos almibarados, para que comulguen con ruedas de molino. Por eso el predicamento y devoción por este loco sifilítico en la política, en las cátedras universitarias y en el mundo de la cultureta subvencionada, arribistas “avidedolars” que hacen caja manipulando a las gentes, según los intereses de las elites mandantes agrupadas en torno al Estado.
Los flamantes dirigentes del partido Podemos, construído desde las instancias del estado profundo tras la debacle del PSOE a raíz de la crisis de 2010 como alternativa institucional, quisieron pronto emular a su hermano mayor socialista, y conformar su “Bodeguilla” morada, donde los machos alfa progresistas se repartieran prebendas, cargos y por supuesto, baladronadas. Es aquí donde en petit comité, cada uno de ellos expondrían ufanos sus últimas hazañas, contando cómo engañan y abusan de los incautos votantes, a lo Pablo Iglesias, y en otros casos, mostrando las muescas de su bragueta según el número de feministas “bendecidas” con el “bastón de mando”. Este sería el caso de Iñigo Errejón.
Con su discursito impecable y políticamente rosa, nuestro portavoz gustaba de sacarse el “micrófono” para también dar voz a todas las mujeres que se pudiera, y ponérselo muy cerca de la cara para así empotrarlas- empoderarlas, a gusto.
Todo ello tiene una última explicación. La lucha contra la extrema derecha, que ha sido la excusa perfecta para llevar a cabo los planes de desestructuración social de las clases populares desde el izquierdismo, se aplicó en sentido literal : dado que las dos propuestas políticas son igualmente estatólatras, la única manera de luchar contra los fachas era la desfachatez. Y por eso la ignominia, la inmoralidad y la desvergüenza se presentaron como atributos propios de todos los “defensores” de la libertad y el progreso. Esto, que hasta ahora se ha mantenido prudentemente soterrado, ahora casualmente parece salir a la luz, porque con los nuevos tiempos parece oportuno optar por un estoicismo castrense ramplón, donde la vida a calzón quitado ya no pueda ser una opción para seducir a las masas, y también porque el feminismo está llegando a su fin en su papel desestructurador, y haya que reemplazarlo por un posfeminismo que siga afirmando el papel del Estado como “pater familias” sustentador y empoderante de las féminas, pero menos agresivo con los hombres, para que puedan luchar todos y todas juntos sin acritud bajo la misma insignia rojigualda, preservadora de los beneficios de las multinacionales españolas del Ibex 35.
Errejón es el mascarón de proa de toda una flota de sinvergüenzas y arribistas que han hecho de la mentira y la máscara su profesión, concentrada en la política institucional de partidos, asociaciones y fundaciones, y que son desenmascarados cada vez más rápido, como ahora también parece que ocurre con Alvise Pérez, y seguramente lo serán los voxistas, y es que el simulacro de democracia que representa la partitocracia solo puede ser mantenido a base de seres inmorales y psicópatas, sustentados por drogas, mayormente químicas y en menor medida filosóficas, que sustenten el escandaloso poder de la mentira y la mentira del poder.
De ahí la insistencia desde nuestras páginas en repudiar el poder personalizado, el limitarlo con asambleas omnisoberanas, con cargos anuales, y con milicia popular que garantice la ejecución de lo decidido, pero sobre todo, la inutilidad de toda revolución social que no se sustente en sujetos de calidad, que hayan hecho su particular cuarentena en el desierto de la que habla el cristianismo, y que rechacen alegremente la vanidad de las tentaciones placeristas, para ponerse a disposición de ideales trascendentes que revaloricen lo que hoy es pisoteado: las flores, la verdad, las personas.
Jesús Trejo
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