Por Antonio de Murcia
Las gentes del Cantón
Composición social en el Cantón de Cartagena
Ciento cincuenta años transcurridos desde los hechos no han bastado para comprender del todo qué clase de revolución fue aquella. ¿Burguesa, reformista, liberal-republicana-democrática, militar, obrera, popular, campesina, huertana…? De todo ello hubo, y más. Desde luego, no puede negarse al cantonalismo su carácter político y social, ni tampoco sus aspiraciones regionalistas o locales. Igualmente, tampoco pueden ignorarse sus aspiraciones de clase. Así, contó con participación del movimiento obrero, pues, si bien los dirigentes no lo secundaron, sí lo hicieron las federaciones locales, no sólo a título individual, sino a nivel organizativo, como lo ilustra el uso de métodos revolucionarios de los proletarios.
La ciudad de Cartagena era (y es) una ciudad portuaria, militar (base naval), campesina, minera e industrial. También, radicaba allí un inhumano penal, el más grande del país, junto con el de Cádiz. Así que su vecindad contaba entonces con burgueses, pequeños propietarios, empleados, jornaleros, obreros(1) y artesanos. Además, estaban los miles de oficiales y marinos oriundos de todas las regiones de España, sobre todo gallegos y mediterráneos. También de toda España eran los presidiarios del penal, presos comunes, criminales o ladrones, y políticos, como los prisioneros carlistas o los mozos insumisos a las quintas. Para aumentar la variedad, a luchar por el cantón acudieron individuos de las provincias limítrofes, de Madrid y de Valencia. Por último, varios cientos de cantonales de Murcia y sus pueblos, con Gálvez a la cabeza, se aprestaron a defender la ciudad.
Así es que parece que gente de la pequeña burguesía, más los federalistas, más los campesinos y agricultores, más los afiliados de la clase obrera a la I Internacional, más los soldados y militares de baja y media graduación, y hasta presos de variada condición, se alzaron para construir desde abajo una república federal.
Pero una pregunta permanece suspendida: ¿Por qué se movilizó en defensa del Cantón tal mezcolanza de gente, gente tan diversa por diversos motivos, gente anónima dispuesta a luchar y a morir?
Los anónimos del Cantón
En Cartagena, el cantón asumió los principios y programa del republicanismo federal, que se plasmó en disposiciones y prácticas de buen gobierno vigentes durante todo el tiempo de vida del cantón.
El proyecto político se desarrolló de acuerdo a unas pocas bases esenciales:
- Democracia inclusiva: participación popular en muchos procesos a través de las milicias, de los clubes y de las asambleas, incluidas las que se decidía la continuidad o no de la lucha.
- Democratizar el Estado democratizando el ejército: en los buques, marineros y oficiales de baja graduación vieron reconocida su valía con nombramientos y ascensos que hasta entonces les estaban vedados en favor de los militares “de Academia”, por lo general hijos de buena familia.
- Economía moral comunitaria: servicio de racionamiento para las familias de los insurrectos.
La historia del torbellino de hechos del Cantón puede leerse en unos cuantos estudios, bien documentados gracias a que las fuentes primarias son abundantes. Así puede enterarse uno de datos como, por ejemplo, que la sublevación se mantuvo 184 días y que el bombardeo duró 48. Pero una serie de hechos, un puñado de detalles ejemplares, darán una idea resumida de la vida en el Cantón.
- En sus seis meses de vida, a pesar de la precariedad de medios, dificultades y reveses, se mantuvieron y funcionaron todos los servicios esenciales, civiles y militares.
- Para garantizar la limpieza y salubridad en la ciudad, se liberaron unos 900 presos del penal, a los que se les asignó una jornada de 8 horas y un sueldo en monedas de plata. La mayoría eran presos comunes, pero también carlistas y mozos objetores a las quintas. Los penados de sangre se mantuvieron presos. Los liberados no produjeron conflictos ni delitos. Si bien es cierto que estaban sometidos a vigilancia, estos presos percibieron el carácter revolucionario del cantón como un renacimiento personal y social. Muchos se alistaron como combatientes y lucharon con valor.(2)
- Se mantuvo el orden en toda circunstancia: no hubo delitos, robos, asesinatos, o violaciones. Se evitó el antimilitarismo y el anticlericalismo. Se respetó la religión.
- Se permitió abandonar la ciudad a todo el que no comulgara con el Cantón y no quisiera exponerse, quedando respetados sus bienes y propiedad. No hubo saqueos. La apropiación de bienes religiosos y particulares se limitó a los procedentes de la desamortización de Mendizábal; y las expropiaciones se registraron ante notario.
- Las mujeres participaron muy activamente, por ejemplo en la preparación de las piezas de artillería y en la elaboración y distribución del rancho. Muchas murieron en la defensa del Cantón.
- Se estableció la jornada de trabajo de 8 horas.
- La policía secreta fue suprimida.
- Se instauró el jurado popular para todo tipo de delito.
- Se abolió la pena de muerte y se instituyó el divorcio. (3)
Es cierto que todo ello no llegó a cumplirse como merecía: la guerra lo consumió todo. También estaba el Cantón lastrado por la falta de una visión de la economía diferente a la liberal-burguesa, consagrada ya en todo el mundo conocido, y no conllevó un debate sobre la propiedad de los medios de producción. Las colectivizaciones y expropiaciones, que las hubo, estuvieron motivadas por necesidades de guerra; y los demás proyectos legislativos, que los hubo (divorcio, plan educativo, separación Iglesia-Estado, etc…), eran parte del republicanismo progresista de la época.
Sin embargo, de todo lo anterior resulta una imagen vívida del carácter popular de la insurrección. Esta condición se manifiesta asimismo en la elección de los mandos, como ya se ha visto en el caso de los buques de guerra. En cuanto a los máximos cargos de gobierno, es patente la composición popular de la Junta Revolucionaria. Es significativo el resultado de las elecciones celebradas en septiembre de 1873: los nueve primeros candidatos más votados eran trabajadores, algunos de ellos próximos a la Internacional orientada hacia el campo. El mayor número de votos lo recibió Antonio Gálvez Arce, Antonete Gálvez, Antonete (el tío Antonete, venerable título en la tradición de la huerta de Murcia), agricultor.
Pero qué revolución
La historia del Cantón ha sido objeto de falsificaciones y tergiversaciones incluso desde antes de la rendición, y sobre todo pasto de la ignorancia y del olvido. Su memoria ha sido denostada, ridiculizada y convertida en un suceso estrafalario, incomprensible, sin sentido. En la prensa de Madrid se escribió que en las calles de Murcia los sublevados de Gálvez andaban en calzoncillos (4); que el máximo líder del Cantón, Antonete, era analfabeto de solemnidad, incapaz hasta de firmar (5); que el Cantón pidió ser un estado más de los EE.UU; que para anunciar la proclamación del Cantón en Cartagena se había enarbolado en el castillo de Galeras la bandera turca; etc. etc. Este último infundio es significativo por la réplica del encargado de izar la bandera, el cartero José Antonio Sáez: “Enarbolé el sacrosanto pendón de los comuneros de Castilla”, para recalcar que era bien roja, pero no turca (6). También se rebautizó el Fuerte de Navidad, que pasó a ser Fuerte de los Comuneros. Hubo, pues, signos sin duda de cierta conciencia del significado y trascendencia de la rebelión, de su vínculo con luchas del pasado y por ende proyección de su futuro.
La naturaleza revolucionaria del Cantón se expresa en la esencia de su acción política: la convicción de que el pueblo era capaz de gobernarse a sí mismo (incluso en condiciones de guerra). Revolución social, política… y moral.
De una ley moral pura emanaban sus principios y sus fines políticos (gobierno del pueblo por sí mismo, lucha contra los tiranos, odio a los políticos profesionales, reparación de las injusticias, rechazo a la explotación, busca del bien social, la unidad y la cohesión, etc…) y también su práctica real. Un movimiento calificado de espontáneo, improvisado y desorganizado, sin predominio de ningún partido, ni del ejército, ni de clase social, creó, en condiciones muy difíciles, una práctica basada en la democracia participativa, en la justicia y en la hermandad.
Pero, en definitiva, una pregunta sigue planeando a través de todas las investigaciones y por encima de todas las visiones: ¿cómo pudo ocurrir así?
Las fuentes de la revolución
Esa incógnita sigue cautivando a muchos investigadores, sigue despertando el respeto, e incluso la admiración, de muchos. Como otras relacionadas: ¿de dónde provenía tanta voluntad de lucha, determinación, coraje y heroísmo?; ¿cómo es posible que, en medio de penurias sin cuento, se respetara la libertad, la vida y las haciendas?; ¿cómo es que el pueblo erigiera como máximo referente de su lucha, frente a intelectuales, políticos, militares, etc., a un huertano de Torreagüera que no era ninguna de esas cosas?
Sólo considero cardinal responder a esta última. Antonete Gálvez es el mayor ejemplo de líder popular entre los murcianos, ejemplo de valor y determinación, pero también de sencillez, honradez y bondad durante toda su vida. Antonete era una de esas personas en que los pueblos se encarnan cabalmente. Era un hombre del pueblo. Había protagonizado, con sus huertanos, otros alzamientos armados además de la sublevación cantonal, que le depararon dos condenas a muerte, luego conmutadas. Sus paisanos lo ampararon siempre, hasta el final de su larga vida, y lo hicieron tema de muchas canciones, romances y leyendas. Era uno de los suyos, y de los mejores, y así lo percibía la gente. Todo el mundo sabía que era un hombre bueno, honrado, cabal y arrojado, que mantuvo toda su vida un alto decoro moral (7), pues todo eso lo había demostrado a lo largo de sus 54 años de vida entonces.
Sin duda las raíces del movimiento sí estaban bien nutridas de valores y costumbres del pueblo, propiamente humanas, en cada tierra de España las suyas, en cada comarca las suyas. Todos los defensores del Cantón aportaron la forma de rebeldía que los pueblos de España aún conservaban.
De este rincón de España, de la huerta de Murcia, salió Antonete Gálvez. Los cientos de huertanos de Gálvez que acudieron con él a la defensa del Cantón aportaron su instinto de independencia, constitutivo de su forma de ser; su espíritu colaborativo, practicado desde siempre; y su saber dialogar ancestral.
En la Huerta del Segura, las Ordenanzas de la Huerta, ejemplo eximio de derecho consuetudinario oral, regulaban desde la Edad Media las relaciones entre los hacendados, y con el agua, con la tierra y con los trabajos comunes. Las discusiones, las decisiones y las sanciones se tomaban en asambleas igualitarias (juntamentos), pues todas las voces y todos los votos valían igual, propietarios de muchas tahúllas o de pocas, aparceros y medieros de mucho o de poco. Así que la defensa de la opinión dependía del bien razonar y del bien hablar, que había de ser mejor con verbo sencillo y directo. Y las propuestas y razones que obtenían la aprobación habían de ser las más respetuosas con el interés colectivo, puesto que necesitaban el voto de los convecinos iguales. Hablar en público era una acción perfeccionada en el interés cotidiano, y saber hablar confería prestigio y valor. Una buena escuela de inteligencia ¿no? También era escuela del buen obrar público, pues la honra era útil para recibir de los demás la ayuda que se precisa para sobrevivir mejor, pero sobre todo era un valor, una corona intangible. Tener fama de ladrón, como de vicioso, de mal pagador o de persona sin palabra era condenarse a una marginación efectiva. Es difícil hoy en día hacerse una idea del papel de los juntamentos en la formación del valor moral de los individuos en el seno de la comunidad. Esta práctica habitual, junto con la dignidad que aporta trabajar con vigor, había desarrollado unos rasgos de murcianía que aún perduraban en mi infancia: el impulso de ganarse la vida de forma individualista, independiente, sin trabajar a sueldo para otros (no había humillación en ganar poco; había orgullo en poder decir: “…pero a mí nadie me manda”); el rechazo a contraer deudas (“No debo nada a nadie”); la desconfianza ante los políticos profesionales; el desprecio a los oficios sedentarios; la rebeldía ante el imperio de la burocracia; y una sencillez básica emanada de la honda convicción de que nadie es más que nadie… Sí, en los Juntamentos se forjó el espíritu político, republicano, revolucionario. Nada tiene de extraño, pues, que cristalizara el rechazo al centralismo, al autoritarismo, al reclutamiento forzoso… y que se aspirara a la libertad individual y colectiva, a un gobierno propio, a una legislación propia, a un sistema fiscal propio y a sustituir el ejército por la milicia del pueblo armado…
De esa madre salieron los huertanos y salió Gálvez. Él no se tenía por orador; afirmaba que no era de hablar, y es cierto: sus honradas acciones hablaban por él, y tan alto que le ganaron el respeto de todos y la mitificación en vida. Pero también es cierto que su elocuencia llegaba directamente al corazón de los suyos, que lo seguían sin dudar (para lo que fuese: para ayudar en calamidades o para echarse a la sierra) al escucharlo. Todo el mundo percibió su bondad y rectitud, hombres y mujeres, amigos y enemigos, presidentes del gobierno y humildes labradores, potentados y pobres. El amor sustentaba sus actos, así debió de ser, y conectó el corazón de sus leales. De resultas de ello, la lucha de los cantonales murcianos fue una gran lucha amorosa.
Antonio de Murcia
(1) Es preciso deshacerse de la idea ucrónica, propia de nuestra imaginería actual, de que los obreros de 1870 eran masas de trabajadores confinados en grandes industrias. En España (y en toda Europa excepto Inglaterra) el “obrero” lo era sólo parcialmente, pues con frecuencia podía ser a la vez también campesino, ganadero, artesano o pequeño propietario.
(2) A su llegada a Orán la fragata Numancia transportaba a 1534 evadidos tras la rendición de Cartagena. Gracias a que las autoridades francesas registraron con todo detalle el origen socio-profesional de todos ellos, sabemos que la mayoría eran estos presidiarios (26 %). Los obreros fabriles componían un 15 % (aunque a este grupo habría que añadir a los penados que eran también obreros). Los marinos ascendían a otro 26 % y los soldados a un 12 %. Agricultores, jornaleros, pescadores y empleados varios componían el resto (aunque es obvio que con ellos también habría que incluir a los penados que eran de estas profesiones). Con esta muestra queda patente la extracción popular de los cantonales. En cuanto a procedencia, sólo el 20 % de los emigrados eran murcianos y sólo el 30 % del conjunto de las provincias de Murcia, Almería y Alicante.
(3)El divorcio no se estableció en España por primera vez en la II República, sino en el Cantón de Cartagena durante la primera el 3 de septiembre de 1873, donde se vio una demanda de un marido contra su mujer. He visto el original de la sentencia donde se resuelve el divorcio, con la obligación del marido de mantener a su mujer con la tercera parte de sus ingresos. También se vio y sentenció un caso de asesinato en el que se condena al culpable a cadena perpetua dado que el Cantón había abolido la pena de muerte.
(4)Que eran los zaragüeles huertanos, anchos pantalones blancos de trabajo, a media pierna.
(5)Cosa milagrosa, tratándose de un hombre que fue concejal, diputado en Cortes, secretario de juntas de socorro, polemista en la prensa, autor de discursos, manifiestos, proclamas, etc.
(6)Manuel Cárceles Sabater, estudiante de medicina de 23 años, fue comisionado por la Junta revolucionaria de Murcia para impulsar la sublevación de Cartagena. Encargó en un taller de costura de la ciudad 4 pendones rojos: uno fue enarbolado en el Ayuntamiento, otro en el edificio de Telégrafos y otro fue entregado a Sáez y sus voluntarios para el Castillo de Galeras. Las modistas eran las hermanas Ortuño. Existe la factura. Cárceles llevó a cabo su misión: en la madrugada del 12 de julio, al frente de unos 15 ó 20 Voluntarios de la República, tomó la Casa de Correos y Telégrafos, las Puertas de San José y ocupó el Ayuntamiento, donde depuso alcalde y concejales y se instaló allí.
(7)Además de convertirse en leyenda, su recuerdo no se libró del halo de santidad con que el pueblo a veces reviste a sus héroes. En muchas casas se guardaban como reliquias objetos que le pertenecieron: un retrato, un busto, un sable (en realidad, todos pretendían tener “el sable de Antonete”). En los tajos se cantaban romances que lo ensalzaban como audaz e invencible. En tiempos de la segunda república, un ciudadano llegó a proponer en la prensa que, en lugar de quitar la gigantesca estatua del Cristo de Monteagudo de lo alto del monte, como se proponía, se cambiara simplemente la faz por la de Antonete, lo cual no requería mayor trabajo y resultaba más barato. Para muchos, desde luego, la elevación de Antonete sobre toda la huerta no desmerecía a la del Cristo.
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Comentarios
Muy interesante este punto de vista de una parte de nuestra historia poco divulgada.