Por Celia Rodríguez
[Tiempo estimado de lectura: 10 minutos]
La relación entre hombres y mujeres no llegará nunca a estar libre de colisiones. Lo mismo sucede entre padres e hijos adolescentes, entre hijos adultos y padres ancianos, entre profesores y alumnos, y podría seguir hasta aburrir.
Debido a la diferencia de posiciones y puntos de vista, siempre va a existir cierto grado de conflicto cuando compartimos espacio. Seguro que estarías mejor haciendo el examen sin profesor en clase, sin jefe dando órdenes o sin oídos masculinos que escuchen tus intimidades.
Como no existe el entendimiento pleno, la naturaleza nos dotó del don de la empatía, de la comprensión, de la escucha asertiva o de la capacidad de llegar a acuerdos amistosos entre las partes, haciendo posible que vivamos en comunidad y que nos cuidemos los unos a los otros.
Ahora bien, este nuevo heteropatriarcado, dictado desde el poder político y que tiene en el feminismo de estado su brazo ejecutor, está abriendo un cisma entre iguales que debemos evitar a toda costa. En primer lugar, porque nos necesitamos, en segundo, porque juntos somos más fuertes, y más fuertes, somos su amenaza.
Pensado por hombres y ejecutado por mujeres
Afortunadamente, todavía existen personas capaces de contar realidades, como que las mujeres en el trabajo suelen preferir la comodidad horaria a un sueldo mayor a cambio de más tiempo. Pero, claro, esta idea choca frontalmente con el discurso de las sicarias del Feminismo de Estado que quieren convencerte de lo terrible que es el mundo de machirulos opresores contigo, porque no te ha dejado llegar donde ellas digan tan lejos como tú te mereces por el hecho de ser mujer.
Es ahí cuando tu príncipe azul (papá Estado), montado en su jinete blanco, vendrá a defenderte del terrible hombre currante de clase media.
¿No estás de acuerdo con esto? Entonces es que el heteropatriarcado te ha comido tanto la cabeza que no eres consciente de lo sometida que estás.
Alejarte de los tuyos, de lo que podría ser una futura familia o red de apoyo, es el triunfo absoluto de este feminismo que nos ha hecho creer que solteras y sin compromiso (de ningún tipo) estamos mejor. Y como el ser humano es un animal social y gregario, incapaz de sobrevivir solo, ahí estarán ellas y sus aliades para decirte cómo debes pensar.
Para este equipo de feminazis, tu mayor problema es el hombre blanco heterosexual sin deconstruir, y te machacarán con esta idea sin admitir las grandes sumas que obtienen por hacerte cumplir los deseos del Estado, al que te debes someterte a cambio de soledad y un trozo de pan duro de vez en cuando, aunque esto último tampoco te lo cuenten.
Todo se centra en que trabajes. Cuidarán a tus hijos para que puedas trabajar tranquila, recluirán a tus padres ancianos para que puedas trabajar tranquila, podrás despreciar al padre de tus hijos o algún futuro compañero porque ya tienes al Estado para cuidarte, y si no eres capaz de llegar a todo, la culpa será del techo de cristal.
Piénsalo, si estás tú sola, tienes que trabajar, si trabajas, pagas impuestos. Si no estás para cuidar a tus hijos, el Estado lo hará por ti, y lo hará a su manera.
Lejos de ser cuidadas por estos movimientos, nos hemos convertido en las concubinas de un harén perverso, donde se nos ha despojado de instinto y moral.
Despojadas de la ayuda necesaria del compañero o de la familia, vamos como pollos sin cabeza, tratando de llegar a todos los rincones: producir y cuidar hasta caer exhaustas. Y exhaustas poco tiempo tendremos para replantearnos si estamos haciendo o no las cosas bien.
Como guinda, y para convencerte de que lo que quieres es demostrar al mundo que no necesitas a ningún hombre, se apoya el discurso desde todas las terminales mediáticas, cambiando hasta las señales de tráfico.
Pero sí, hemos sido liberadas, de nuestra feminidad y de nuestra humanidad, que no te quepa la menor duda.
El éxito de la división
No lo tomes como algo personal. Se trata de dividir para sacar rédito, de que nos sintamos y estemos tan solos, aislados y enfrentados que necesitemos al “árbitro” estatal para que seamos capaces de sacar adelante nuestra vida.
El mayor daño que se le puede hacer al Estado es demostrar que no es omnipotente, que hay alternativa a su hegemonía y que no somos los seres errados y malvados que nos quieren hacer creer.
Las mujeres siempre hemos trabajado, hemos participado en la vida pública, al mismo tiempo que hemos cuidado y educado a nuestros hijos, a nuestros mayores y el hogar.
Nos quieren convencer de que ser madres, hijas o esposas, nos coloca en una posición de sometimiento al marido opresor, al hijo tirano o al despojo anciano.
Las virtudes mayormente ligadas al sexo femenino, como la capacidad para el cuidado, para dar cariño a los hijos o para gestionar un hogar, son denostadas por el Estado y sus sicarias. Y es así porque si renegamos de nuestro valor, si odiamos aquello que nos hace únicas, para pensar y actuar como hombres, en lo que difícilmente vamos a ser buenas, se dinamita la base social organizada en la familia.
Si por casualidad te apetece quedarte en casa y cuidar de los tuyos, te señalarán como a una mujer sometida. Si amas a tu pareja y le permites ser padre de tus hijos (con todo lo que eso implica), habrás caído en brazos del cruel patriarcado.
De la misma manera, si el hombre quiere ser padre, pareja, seguir su instinto protector y luchador, será una bomba tóxica de testosterona que debe ser deconstruida con urgencia.
Porque, lejos de victimizarnos unos y otros, el Estado nos está atacando a ambos sexos por igual, solo que en ocasiones es más sutil para un lado u otro.
Estamos juntos en esto, el poder constituido nos ataca a los dos por igual, arremetiendo contra aquello en lo que cada sexo es mejor por naturaleza, contra aquellas virtudes que han logrado nuestra organización familiar por siglos y que ha funcionado lo suficientemente bien como para ser considerada una amenaza.
Nuestra Revolución Integral se fundamenta en los valores del individuo y de la familia, y esto se extiende a todos los ámbitos de la vida privada, familiar y pública, donde hombres y mujeres tienen la misma importancia y capacidad.
No necesitas al Estado para que te diga qué puedes y qué no puedes ser. Nuestra misión es entendernos entre hombres y mujeres, solo desde el amor y desde la familia podremos construir, construir entre iguales.
[Consultar: Bases para una revolución integral, capítulo 20, El nuevo patriarcado]
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