Por José Francisco Escribano Maenza
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El libro a partir del cual se realizará la presente reflexión estratégica es Orígenes y fundamentos del Cristianismo1, de Karl Johann Kautsky.
Este autor marxista de origen checo, quien luego se distanciaría del marxismo2 para convertirse en unos de los fundadores y líderes de la socialdemocracia alemana, realizó una labor de investigación y reflexión en torno al cristianismo con bastantes carencias, pero también con aciertos.
Debido a la necesaria brevedad de este texto, dejaré a un lado los fallos y comentaré alguno de sus aciertos evidentes. Aunque resulta preciso subrayar que sus aciertos fueron parciales a causa de la gran cantidad de información y descubrimientos que han ido surgiendo durante más de un siglo transcurrido desde la publicación de tal obra, si bien apuntaba en la buena dirección.
Kautsky da en el clavo cuando apunta que el cristianismo era un “comunismo” revolucionario, un movimiento insurgente que propugnaba una organización social antagónica a la institucional, a pesar de que solo viera esta característica transformadora como propia del “cristianismo primitivo”. En este sentido, tiene toda la razón al relacionar estrechamente el origen del cristianismo con los otros dos grupos judíos más insurgentes de la época, los esenios y los zelotas3.
Dicho lo cual, mi propósito ahora es señalar algunas cuestiones estratégicas que saltaron a mi pensamiento a partir de la lectura de su obra, y que considero relevantes ante la situación crítica del presente.
Lo cierto es que el cristianismo, el “primitivo”, anterior al surgimiento del catolicismo, ha sido el único movimiento revolucionario de masas en la historia conocida que fue capaz de expandirse y lograr ciertos éxitos dentro de un contexto altamente estatizado; ni más ni menos que durante 300 años. Es decir, fue un movimiento popular que se enfrentó a un Estado hiperpoderoso, al Imperio romano en los primeros siglos de nuestra era.
Al igual que sucede en la actualidad, y en todas las sociedades estatizadas a partir de un determinado punto, los signos de crisis, colapso y decadencia de Roma empezaban a entreverse, puesto que se acumulaban las contradicciones e ineficiencias estructurales; empero, indiscutiblemente, el poder estatal-militar romano era el mayor del planeta en esa época histórica.
Así mismo, no cabe duda de que el cristianismo posee un origen revolucionario judío-esenio4, pues sus fundamentos son el comunalismo, el asamblearismo, la autogestión integral (económica, sanitaria, bélica, etc.) y la defensa de la etnia/cultura popular propia.
Tanto que me atrevería a decir que Jesús de Nazaret representó un esenismo mejorado, evolucionado; una versión menos espiritualista, religiosa, fanática, orientalista y dualista, así como menos sectaria; una versión más realista, más racional, más occidental y más popular-transformadora.
Por esta razón, ante el enfrentamiento permanente contra el Estado romano, y la posterior guerra-genocidio imperialista contra los judíos que ese Estado llevó a cabo de forma sanguinaria entre los años 66 y 73 d.C., el recientemente creado movimiento cristiano fue capaz de sobrevivir y prosperar, mientras que los esenios, a la par que el resto de grupos judíos insurgentes, fueron aniquilados.
Dentro de ese contexto bélico crítico, los “cristianos”5 fueron capaces de ver más allá, de percibir que la guerra directa contra Roma era un suicidio, que su poder militar era invencible por aquel entonces.
Con que el “cristianismo primitivo”, mejor dicho, los primeros seguidores de Jesús, tuvieron que cambiar de estrategia; tenían que expandirse y universalizarse para combatir al Estado romano por otra vía. Esta nueva vía requería dejar a un lado las armas, al menos por el momento, y concentrarse en propagar su cosmovisión revolucionaria por todo el Imperio, a fin de “vencer a la Bestia (estatal-romana) e instaurar el reino de Dios en la tierra” [sic].
Esta universalización, a la vez que conformación del cristianismo tal como hoy lo conocemos, siempre ha sido personificada en “Saul, también llamado Pablo de Tarso”6; empero, de facto, fue resultado y fruto del debate estratégico interno que los mismos Hechos de los Apóstoles atestiguan. Por desgracia, ningún erudito ni académico ha sido capaz de comprender esta realidad pese a su gran significación.
En esas décadas tumultuosas y de una intensificación progresiva de los enfrentamientos armados contra Roma, entre los años 50 y 70 d.C., los seguidores de Jesús elaboraron las Escrituras cristianas originales; algo atestiguado mediante el estudio y análisis de los textos canónicos, el Nuevo Testamento, así como de los extracanónicos (Evangelio de Pedro, Didaché, Evangelio de Tomás, etc.).
Por tanto, en tales Escrituras arcaicas (teniendo en cuenta las modificaciones y manipulaciones que fueron realizadas tras 2000 años de existencia, ante todo, por la reaccionaria Iglesia católica tras su fundación y estatización a manos de Constantino y sus continuadores imperiales, del Estado romano) encontramos los vestigios de la primitiva cosmovisión cristiana revolucionaria (comunal, asamblea, autogestión, autodefensa y cultura popular), junto a la génesis de una nueva religión.
Una religión que recogía la tradición judía propia, a la que se añadía un elemento universalista en tanto que un mesías divinizado, enviado para salvar a toda la humanidad; no sólo ya un mesías judío más, como tantos otros anteriores y contemporáneos.
Respeto y comprendo lo que aquellos primeros seguidores de Jesús hicieron dado su contexto histórico. Con toda seguridad, desde su perspectiva, la religión era un vehículo que transformaba a las personas para bien, que les incitaba a otorgar un sentido trascendente a su existencia, que les reconciliaba consigo mismos y con el prójimo. En este caso, la nueva religión cristiana vehiculaba un mensaje trascendente y revolucionario que debía ser recibido por cuantas más personas mejor, pues su mundo necesitaba un gran cambio, igual que el nuestro; más aún si tenemos en cuenta que la mayoría de esas personas eran analfabetas e incapaces de inteligir reflexiones estratégicas.
Así que cuando elaboraron las Escrituras dieron forma al mito religioso, materializando su separación del judaísmo (por razones estratégicas implícitas, la guerra “suicida” contra Roma), a través de la invención de fábulas como la Pasión-resurrección, el nacimiento, los milagros, etc., además de la eliminación de rituales judíos sectarios y restrictivos como la comida kosher o la circuncisión. Para su universalización, erigieron esta nueva cosmovisión “religiosa”.
Con el transcurso de los años, expandiéndose mucho más allá de los territorios judíos nativos, el cristianismo primitivo evolucionó en una multiplicidad morfológica, variando y adaptando sus características particulares según la realidad antropológica de cada país o región. Más si cabe cuando sabemos que lo popular se define por la diversidad y la pluralidad, de ahí que existieran tantas versiones, corrientes y sectas cristianas.
Dentro de esa pluralidad, algunas variantes cristianas eran más fácilmente aprovechables por las élites estatales, por Roma, como las dualistas de los gnósticos o de una parte del monacato; y, en consecuencia, acabaron siendo “absorbidas” por el Estado.
A esta “absorción” coadyuvaron, sin duda, las terribles persecuciones y matanzas estatales con las que se afanaban en eliminar a las personas (hombres y algunas mujeres) más contestatarias y revolucionarias, hasta prácticamente lograrlo; lo que les facilitó la creación e imposición del catolicismo, a la par que supuso el fin del cristianismo primitivo.
Pese a que las formas particulares y prácticas que adoptaron las distintas comunidades primitivas cristianas fueron diversas, todas lo hicieron a partir de las ideas revolucionarias de ayuda mutua, comunal, asamblea, etc. Desde el monacato-cenobitismo, pasando por las comunidades y fraternidades que lo compartían casi todo (a semejanza de los primeros seguidores de Jesús, “esenios”), hasta otras que compartían las comidas en común (la verdadera “eucaristía”) y establecían relaciones de ayuda mutua (asistencia para la salud, los momentos difíciles como la muerte, los cuidados, etc.) al tiempo que tenían casa propia y, a veces, también negocio propio.
Así mismo, recalco: la verdadera razón de la universalidad del cristianismo no fue su “pacifismo” ni su “antijudaísmo” [sic], ni cualquier otra cuestión religiosa y de segundo orden, sino su respuesta concreta ante las necesidades estratégicas e históricas que encontraron.
Es más, el motivo de su éxito fue que presentaban una cosmovisión y prácticas de vida civilizacionalmente superiores, así como universales, antagónicas al poder totalitario y destructor del Estado.
Lo mismo que el “Estado” es una estructura jerárquica de dominación universal (idéntica, en lo esencial, a lo largo de la historia conocida y los varios continentes), su antagonista popular, el “Pueblo-Pueblos”, (comunal, asambleario, miliciano, rural, etc.) también es universal.
De ahí que, en unas décadas, la propuesta cristiana se universalizara horizontalmente a lo largo y ancho de casi todo “el mundo conocido”, a pesar de tener enfrente a un enemigo estatal hiperpoderoso. De ahí que llegara a la gente común perteneciente a cientos de etnias, culturas y lenguas diferentes.
Eso sí, como ya he apuntado, adoptó una forma (religiosa) accesible y adaptada a las circunstancias históricas de la época. Si bien la forma histórica es lo secundario, ya que muta según avanzan los siglos; lo relevante es la esencia popular universal.
Es verdad que la estrategia “pacífica” de los primeros seguidores de Jesús para evitar ser exterminados en la Primera Guerra judeo-romana (66-73 d.C.) y así universalizarse acabó, en parte, siendo interiorizada como dogma; terminó, también a causa de la represión estatal, convirtiéndose en “pacifismo”.
Sin embargo, los datos históricos demuestran que no fue así en todos los casos; verbigracia, el de los admirables donatistas y circunceliones norteafricanos7.
Éstos, al contrario que la mayoría de otros cristianismos contemporáneos, evitaron ser absorbidos-arrasados por el Estado romano y su recién creado catolicismo, anticristiano, a base de combatir revolucionariamente según los principios y valores del verdadero cristianismo, de Jesús. Igual que más tarde se haría en la Revolución altomedieval ibérica.
La lección primordial que podemos extraer es la siguiente: los principios, valores y fundamentos revolucionarios (comunal, asamblea, autodefensa, etnia-cultura popular y ruralidad-simbiosis con la naturaleza) deben estar siempre claros y presentes. Así como debemos ser capaces de reconocer, y actuar conforme a, las necesidades estratégicas; saber cuándo hay que combatir directamente a la vez que cuándo hay que universalizarse o expandirse “pacíficamente” (mas preservando una actitud agonista y épica, basada en la ética sodalicia8, mediante el combate de ideas y las luchas parciales).
En suma, el cristianismo, que sepamos, ha sido el único movimiento popular y revolucionario de masas que ha “triunfado” frente a un Estado hiperpoderoso. Y lo hizo porque supo plantear una cosmovisión y unas prácticas revolucionarias en su contexto histórico.
Desde la Revolución Integral (www.revolucionintegral.org) abanderamos una versión actualizada de la revolución; procurando, dentro de nuestras limitaciones propias e históricas, superar los errores y carencias del pasado.
Ergo a nivel teórico, de cosmovisión, hemos avanzado bastante9; pero a nivel práctico queda todo por andar. Creo firmemente que la experiencia fraternal, moral, agonista, comunal y asamblearia cristiana puede iluminar nuestro camino.
José Francisco Escribano Maenza
1 Esta obra fue publicada por primera vez en 1908, en alemán, bajo el título Der Ursprung des Christentums. Kautsky trató de comprender el cristianismo sobre la base del “materialismo histórico”, una propuesta epistemológica marxista para el estudio de la historia y las sociedades humanas. Pese a sus propias limitaciones y a las limitaciones debidas a tal epistemología (las principales: economicismo, intelectualismo-academicismo, elitismo, amoralidad, progresismo cientifista, urbanita y tecnólatra, ausencia de la idea de sujeto, incomprensión de la relevancia del Estado y el Ejército, por ende, del poder), algunos de sus análisis resisten el paso del tiempo y sirven para continuar un examen objetivo del fenómeno cristiano, alejado de sus aspectos religiosos, más bien, secundarios y adjetivos. De hecho, algunas de sus conclusiones son más acertadas que las de la mayoría de eruditos contemporáneos; una situación que refleja la degeneración del mundo académico y del pensamiento en general hoy día.
Aquí (https://www.nodo50.org/ciencia_popular/articulos/Cristianismo.pdf) se puede descargar el libro en castellano de forma gratuita.
2 Los errores de la ideología marxista son graves y obvios, aunque si se desea conocer una buena crítica, véase esta serie de dos vídeos de Félix Rodrigo Mora Carlos Marx, ignorante, totalitario y fascista (https://www.youtube.com/watch?v=a7kbKXDHmvE), lo mismo que su texto Rusia en 1917, la antirrevolución como “revolución”( https://felixrodrigomora.org/rusia-en-1917-la-antirrevolucion-como-revolucion-2). Así como para desenmascarar definitivamente cualquier supuesta bondad del comunismo, basta con la obra El libro negro del comunismo, VVAA (https://www.cristoraul.org/SPANISH/sala-de-lectura/Historia-universal/El-libro-negro-del-comunismo.pdf).
3 Nunca está de más señalar que entonces la religión, a diferencia de hoy día, era una parte más de la vida, parte del acervo cultural de todas las sociedades. Debemos rechazar ese sentimiento de superioridad ventajista para con nuestros antepasados e, incluso, admitir que en muchos sentidos eran superiores a nosotros. El buen análisis histórico tiene que desprenderse al máximo de prejuicios y valorar los hechos por sí mismos, sin autojustificaciones ni autoengaños.
4 Expongo con bastante detalle esta cuestión en mi texto Sobre los Esenios
(https://josefranciscoescribanomaenza.wordpress.com/2024/01/19/sobre-los-esenios), perteneciente al libro Vida comunal y transformación. La Comunidad Integral Revolucionaria (www.editorialbagauda.com).
5 En esa época, anterior a la Primera Guerra judeo-romana, los seguidores de Jesús ni siquiera eran llamados “cristianos”; simplemente eran una secta judía más, próximos a los zelotas y, sobre todo, a los esenios, menos a los fariseos y, desde luego, alejados de los saduceos. Véase, por ejemplo, Qumrán y las raíces del pensamiento político judeocristiano, de Pedro Giménez de Aragón Sierra.
6 Una obra que estudia la formación del cristianismo de manera bastante acertada es El nacimiento del cristianismo. Qué sucedió en los años inmediatamente posteriores a la ejecución de Jesús, de John Dominic Crossan.
7 Expongo con bastante detalle este asunto en mi texto Sobre los Donatistas y los Circunceliones (https://josefranciscoescribanomaenza.wordpress.com/2024/01/29/sobre-los-donatistas-y-los-circunceliones), perteneciente al libro Vida comunal y transformación. La Comunidad Integral Revolucionaria (www.editorialbagauda.com).
8 La sodalicia es la auténtica ética y moral cristiana; por consiguiente, alejada de las tergiversaciones y manipulaciones católicas. Su esencia es el amor a los iguales, ser compasivo, cariñoso, empático y optimista con el prójimo; a la par que combatir a las élites, a las estructuras de poder, al Estado, sin odio, pero exigiendo que desparezcan y los responsables sean juzgados debidamente por el Pueblo-Pueblos.
9 Ya están publicadas las Bases para una revolución integral; así como se puede consultar la extensa obra de Félix Rodrigo Mora, en particular, su próximo Manual para una revolución integral.
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