Por Félix Rodrigo Mora
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La Fiesta Popular
Esta fiesta, hasta hace muy poco, y desde milenios, ha sido una explosión chispeante de alegría, buenas relaciones, emotividad intensa, fraternidad vecinal y ardor psíquico. Todos hermanados para pasarlo bien, ¡qué estupendo! La vida humana es dura por naturaleza, y el invierno es todavía más duro, con los días tan cortos, la falta de luz, el frio… Así pues, había que deleitarse con la fiesta convivencial, que es la única digna de tal nombre. Atención, CONVIVENCIAL. Sí no se entiende esto no se entiende nada.
Fue una fiesta integral, al estar formada por música, canto, bromas, construcciones con figurillas, mojigangas, comida, bullicio, bebida, teatro, etc. Una fiesta para todos, en particular para los niños, en la que el pueblo unido participaba como conjunto, sin fragmentarse por edades ni por sexos. Todos fusionados en la conmemoración fraternal, afectuosa y efusiva, a la vez familiar, vecinal, municipal y comarcal. Una celebración creada por la gente común, construida por ella, en la que cada persona era al mismo tiempo quien efectúa la acción festiva y quien la goza. Una conmemoración comunal, en la que la comunidad de bienes, con los comunales, y la comunidad de soberanía, en la asamblea gubernativa, unía tan intensamente a las personas que la alegría brotaba por doquier. El júbilo que resulta de cooperar, de estar juntos, de cuidar los unos a los otros, de querer y ser queridos, de servir y ser servidos.
Hoy eso se ha terminado. Estamos en Tristania, el territorio de los apenados, insustanciales y aburridos seres nada, que se definen no por lo que son, como es de sentido común, sino por lo que no son, no saber hacer y no alcanzar siquiera a pensar, imaginar o desear. Criaturas carenciales fabricadas por la modernidad institucional y capitalista, por la tecnologías-milagro y por las así llamadas maravillas de la modernidad. Entes depresivos que no saben divertirse, igual que no saben trabajar, ni estar juntos, ni convivir (atención, es vivir con), ni hacer nada bien, pues son los ignorantes más completos de la historia de la humanidad, tanto que ni siquiera saben ser, de ahí el ascenso desasosegante del suicidio. Tampoco saben reír, salvo cuando están borrachos o cargados de sustancias “estimulantes”, en lo que es, en tales casos, una mueca desencajada que quiere ser festiva, pero que se queda en macabra, propia de quienes al reírse como idiotas manifiestas su pobrísimo mundo interior.
Llega estas fechas y las entidades manufacturadas con apariencia humana únicamente saben masticar y engullir. Meten la cabeza en el plato y comen sin tregua, de manera que la navidad ha devenido en un acontecimiento para cerdos y cerdas. Con la agravante de que, dada la desintegración general del actual modelo de sociedad, los platos están cada año menos llenos, hasta que no tardando estén semi vacíos o incluso del todo vacíos… Todo se andará.
Si el pueblo es pueblo, y no populacho, necesariamente es creador de cultural, de saberes, de relaciones, de fiesta, de alegría. Y si no es creador es porque padece una pavorosa dictadura política, social y cultural que le impide serlo. Reconstruir la fiesta popular, como jolgorio y diversión autoconstruidos, es una de las tareas que se marca el movimiento para la revolución integral en su programa. Sus objetivos son, por citar algunos más, el trabajo libre y la fiesta popular, la democracia directa y el derecho consuetudinario, la economía comunal, la agricultura popular y la tecnología a escala humana. Se trata de reconstruir la existencia humana en su totalidad.
La fiesta que se elabora, que se construye comunitaria e individualmente, es lo contrario de la fiesta/pseudofiesta espectáculo, que se compra, de la degradante fiesta mercancía, que confeccionan los aparatos de adoctrinamiento y envilecimiento del poder, y que luego se vende con la ayuda de la publicidad comercial a los necios de siempre, ansiosos de diversiones prefabricadas, enlatadas, dado que ellos son tan nulos y tan nada, tan patéticos, que resultan ser incapaces de divertirse por sí mismos. Fiesta hórrida, insoportable, que sólo puede ser sobrellevada a base de alcohol y drogas… Fiesta basada en la autocracia de divos y divas, de las estrellas multimillonarias del espectáculo, intolerables y repugnantes tiranías, a quienes hay que derrocar, expropiar y arrojar a la basura.
Que las fiestas del solsticio/navidad estén en total desintegración, en irreversible desaparición, es malo, muy malo, pero tiene algo, o mucho, de positivo, que nos permite reconstruir de arriba abajo esta celebración, para hacer de ella algo rotundamente nuevo, intenso y exaltante. Y eso hay que irlo haciendo desde ahora.
Hoy ya no hay apenas música navideña, ya no hay villancicos1, y lo poco que se parece en algo a ellos es de fabricación anglosajona, viene enlatada desde EEUU, y nosotros, como vasallos obedientes que somos del gran imperio senil y en descomposición, la compramos, enriqueciendo así a los protervos yanquis.
No podemos seguir así, tenemos que producir nuestra propia diversión, nuestra propia fiesta, como quehacer popular integral y revolucionario. No vamos a comprar más subproductos de entrenamiento, tenemos que salirnos del mercado estatizado y capitalista navideño para hacer de lo festivo un bien de uso y no de mercado, un bien al mismo tiempo personal y comunal. Eso será una gran revolución en la manera de concebir la diversión, y significará el final de Tristania.
Así pues, amiga, amigo, aprovecha el próximo solsticio de invierno/navidad para hacer la fiesta, vivir la fiesta, pasártelo estupendamente y enviar al contenedor de la basura más tóxica a las mercancías de la industria de la diversión, sobre todo si son yanquis y en inglés. Mi Manual de la Revolución Integral destina un capítulo a la fiesta popular, asunto que ya aparece tratado en una sección de “Naturaleza, ruralidad y civilización”.
Y no os digo la frase tópica de “felices fiestas” porque estoy en contra de la idea de felicidad, dado que soy contrario al eudemonismo felicista y cazurro hoy de moda, otra sinrazón más, bastante degradatoria de la persona. Pero sí os deseo unas buenas fiestas, convivenciales, divertidas, bulliciosas, afectuosas y cívicas, que os mejoren como personas y os hagan más aptos y aptas para las enormes y duras tareas que hemos de realizar a fin de lograr el triunfo de la revolución.
Félix Rodrigo Mora
felixrodrigomora.org
1 Me permito recomendar para estas fechas la obra de Juan del Enzina (1468-1529), en particular la compilación en libro, “Poesía lírica y cancionero musical”, editado en torno al año 1500. Este autor recoge música popular, música de la gente común, pues en ese tiempo la cultura popular era mucho más excelente, mucho más rica, profunda, intensa y variada, que la cultura erudita, no como hoy, que ya apenas existe. Me he deleitado mucho con sus villancicos, pero he de advertir que para entonces tal tipo de música ni tenía contenidos religiosos ni era privativa de la navidad. Fue, como su nombre indica, el estilo musical de las villas, de las pequeñas y modestas ciudades castellanas y leonesas de aquel tiempo, con una media de 10.000 habitantes. Estaba, además, la música rural, de las aldeas y de los serranos (la gente de las sierras, que vivían en medio de los bosques una existencia libre en el interior mismo de la naturaleza), aunque, en realidad, tales villas dependían casi al completo de la ruralidad, también en la música, pues el origen campestre y montuoso de las piezas musicales que ofrece de la Enzina, así como de su poesía, es obvio. Entonces todavía no había triunfado la ciudad sobre el campo, tampoco en la música ni en la lírica. Y la conversión definitiva del villancico en pieza musical navideña de significación religiosa no tiene lugar hasta fechas mucho más próximas, el siglo XIX, a mi entender. Dicho sea de paso, no posee punto de comparación la riqueza instrumental de aquella música con la desoladora pobreza de la actual, en particular con la música ligera en todas sus manifestaciones, que resulta tan pobretona como monótona y sin encanto. Una sociedad decadente decae en todo, también en esto…
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